Por Leonardo Parrini
El último decreto firmado por Lasso a una semana de dejar el poder, habla a las claras de su fracaso en la presidencia de la República: proporcionarse seguridad personal y familiar, con dineros del Estado, dictando un decreto para garantizarse protección dentro y fuera del país por dos años y con la posibilidad de prolongar la medida.
¿Qué teme Lasso, que alguien se tome la molestia de eliminarlo físicamente? Sin duda su intranquila consciencia le resulta más inquietante que la propia realidad. Si tanto teme a una vendetta popular por la retahíla de desaciertos impopulares de su gobierno, pues, por elemental cuestión de decencia, debió sacar plata de su abultada chequera para financiar su privilegiada seguridad personal y la de su familia.
El fracaso de Lasso es de antología. Entre promesas, contradicciones y mentiras, Lasso acumula una lista de fallidos desaciertos que caracterizan al peor gobierno de la historia.
Sus propios adláteres terminaron enrostrándole el incumplimiento de promesas de campaña cuando subió y bajó impuestos a capricho personal, una ampulosa oferta que burló la confianza del pueblo y convirtió a la palabra presidencial en la voz de un guiñapo devaluado en su credibilidad.
Cuando asumió la presidencia, Lasso dijo que jamás utilizaría los “lujos socialistas”, refiriéndose al avión presidencial adquirido en el gobierno de Rafael Correa. Al término de su mandato en algo más de dos años, Lasso contabiliza 36 viajes al extranjero en dicha nave aérea.
Casi a la par de la promesa de vender el avión presidencial, Lasso prometió acabar con la desnutrición infantil, el uso oficial del avión y la desnutrición infantil siguen vigentes en el país. Y la vacunación contra el Covid, medida obvia de la que tanto se ufanaron sus publicistas, no es suficiente para exhibir un logro trascendental de su gobierno.
Un gobierno sin principios ni fines, que hizo de su promesa de luchar contra la corrupción una estafa asumiendo códigos de ética inservibles, mientras una supuesta trama de corrupción involucró a sus más cercanos colaboradores y representantes personales suyos en empresas públicas -Hernán Luque, entre otros- de quien negó saber la causa del abandono de su cargo y luego afirmó a la prensa que él le había pedido la renuncia cuando ya había fugado del país.
Los desaciertos llenan de opacidad a su gobierno fallido, como el país sin luz que nos hereda, ensombrecen la realidad de su gestión a un extremo inquietante, puesto que Lasso no reconoce ser un presidente perdedor que termina el gobierno a mitad del mandato, y afirma con desparpajo y cinismo que deja un mejor país que el que recibió. En este sentido, Lasso muestra la carencia total de un elemental sentido de decoro, confirmando que solo le enseñaron a contar dinero y jamás a contar con dignidad personal.
La ceguera singular de Lasso le impide ver la realidad y al parecer tampoco es que sabe de cifras oficiales: se perdieron 75 mil empleos en un mes (octubre 2023), la economía no crece más de 1.5%, sin dinero ni para sueldos de los burócratas y con un déficit fiscal de 5 mil millones de dólares. El país que deja Lasso es uno de los más violentos del mundo con 40 homicidios por cada 100.000 habitantes.
No obstante, la retahíla de fracasos del régimen que termina no es una cuestión personal. Éste representa el modelo neoliberal fracasado en todos los países en donde se implementó. Lasso, probablemente, sea una persona en privado que amerite protección oficial, más allá de concluir su gestión pública.
Luego de firmar el decreto que garantiza su seguridad personal y la de su familia con dineros oficiales, Lasso colgó su retrato en el Salón Amarillo del Palacio de Carondelet. En ambos casos queda retratado en cuerpo y alma.