Por Leonardo Parrini
Un pensamiento vale por lo que dice en su momento, porque es hijo de una época determinada. Tal vez esta sea la motivación principal de reeditar el texto clásico del sociólogo ecuatoriano, Agustín Cueva, Las democracias restringidas de América Latina (1982), en versión ampliada bajo el título de Crítica de las democracias de América Latina. El trabajo editorial de Curiquingue se enfila en esa ruta “sacar libros que tienen un valor histórico para percibir el proceso de las Ciencias Sociales en el país, porque además somos conscientes de que existe una reiterada ignorancia, una reiterada postergación de muchos de nuestros autores en el campo de las Humanidades. También queremos suscitar el debate poniéndolo en relación con lo que sucede actualmente, ese es nuestro propósito”, según manifiesta el editor Iván Carvajal.
En su presentación académica, el subdecano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central, Mario Unda, precisó que el libro de Cueva “pone el acento en un elemento que es el hecho de que nuestra realidad nacional es una parte de los procesos del capitalismo mundial. El primer ensayo trata un tema que nos ha acompañado desde hace un siglo, el velasquismo, un fenómeno que se volvió populista a partir de la revolución de 1944. El populismo es una forma política que ha dado mucho que hablar en los últimos años. La democracia en crisis y el populismo hacen parte de una misma problemática”. El libro trae como contenido ampliado el capítulo El fin de la historia en América Latina, un ensayo crítico al planteamiento del politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, sobre el ocaso de la historia.
Unda enfatizó en su presentación que, “no se trata de mirar el pensamiento de Agustín Cueva como parte del museo de la teoría y del pensamiento social en el Ecuador, sino más bien como un elemento activo que al interactuar con él podemos tener elementos para continuar reflexionando sobre las duras y críticas condiciones de nuestra sociedad”.
Cueva siempre insistía en no hablar de la democracia en general, sino de la democracia burguesa y de una democracia que ha tenido una característica en los últimos años, que ha sido su persistente crisis, indicó Unda. Una democracia que se presentaba con la promesa de que junto a la modernización política iba a traer la modernización económica que había anunciado años antes el auge de la época petrolera. Cuando Cueva escribe el texto de América Latina el fin de la historia, lo hace cuando está por terminarse la bipolaridad del mundo de la guerra fría. Al caer el socialismo real creó un espacio de tiempo en el cual el imperialismo norteamericano apareció como el único hegemónico, el dueño y policía del mundo. Esto vino acompañado de la derechización del occidente en que se extiende por todo el mundo el modelo neoliberal que se mantienen hasta hoy como hegemónico. Aparecen nuevas derechas, neoliberales, distintas a las que fueron en la época anterior de los partidos conservador y liberal.
Hoy nos encontramos en ese proceso con algunos cambios. Tenemos en la actualidad otras nuevas derechas, no se trata de la misma derecha; siguen siendo neoliberales, pero tienen otras características, en primer lugar, su carácter violento, éstas extreman la violencia en todo tipo. Tercera característica de estas nuevas derechas es el modo en que han entrado a los sectores populares. El terreno de la movilización que había sido de la izquierda ahora empieza a ser también el terreno de la derecha, hasta dónde la derecha irá a llevar adelante su capacidad de movilización social aún no se sabe. El desafío es frente a la nueva derecha, que se añade a los desafíos que ya tenemos, y otros que no habíamos terminado de responder: el desafío de las democracias y de los populismos. La democracia está en crisis, el problema fundamental es que, en las condiciones estructurales de nuestro país y en las condiciones del desarrollo del capitalismo y de la estructura de clases que se ha ido configurando en este tiempo, la democracia liberal no tiene las mejores condiciones para afirmarse y desarrollarse. La democracia liberal supone ciertos elementos de consenso, lo que Gramsci llamaba hegemonía, es decir, la capacidad de las clases dominantes para obtener el consenso activo de los dominados. Nuestras clases dominantes no tienen la capacidad, la voluntad ni la decisión para trabajar consensos, son clases que imponen su dominio, a las que les cuesta negociar incluso entre ellas; las permanente disputas entre los propios sectores de la clase dominante, han sido también uno de los elementos de esta crisis de la democracia.
La burguesía requiere regímenes autoritarios, aún si se reviste de formas democráticas, por eso Cueva acude a la fórmula de las democracias restringidas. La democracia existe formalmente, pero sus contenidos aparecen cada vez más limitados. La restringen evidentemente las dictaduras, pero también regímenes formalmente democráticos como vimos en el período de 1981 al 2007, porque los propios gobiernos progresistas y su populismo progresista, fue también un periodo de restricción democrática. El populismo presenta una dualidad: por un lado es en cierto modo democratizador porque protege la ciudadanización de sectores que estaban excluidos de la ciudadanía, pero al mismo tiempo restringe la democracia y la restringe porque el populismo aparece en condiciones en que, por un lado existe una crisis de las formas políticas de dominación de la burguesía, y por otro lado, amplios sectores, la mayoría de la sociedad, se encuentra en lo que él llamó una situación de masas en que no tienen la capacidad de representarse políticamente por sí mismas. Para Cueva, el tema es entones: ¿y la izquierda frente al populismo qué? En varios textos fue dando distintas repuestas a esto que se sintetiza en una frase: el populismo es un sucedáneo de una revolución democrática que no se dio, por lo tanto, el populismo sigue siendo una respuesta burguesa, no es una respuesta popular. La labor teórica en la que Cueva se embarca cuando escribe el populismo como problema teórico y político que continua sobre el velasquismo, es justamente que queden claras las diferencias y los símiles entre el populismo y lo popular democrático. El lugar de la izquierda está en contribuir a la construcción de lo popular democrático, no en disolverse en los populismos. Como broche de oro del evento, Erika Hanekamp, última compañera del autor, hizo una semblanza humana de Agustín Cueva, destacando su postura crítica frente a la vida matizada por su exquisito sentido del humor.
Habla el anfitrión
Rafael Polo, decano de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad Central en calidad de anfitrión del evento, respondió a nuestras inquietudes.
¿Qué motivó la edición ampliada de estos textos de Agustín Cueva, sobre democracia y populismo?
Generalmente se conoce la obra de Agustín Cueva y se edita bastante Entre la ira y la esperanza, pero se conoce muy poco las reflexiones que tiene sobre la democracia y el populismo, desde una perspectiva teórico política y de la situación que permite herramientas para pensar en la actualidad el Ecuador. La crítica al populismo que él inaugura, ve una posibilidad de subversión, más bien Agustín sospecha que el populismo era un encubrimiento y un modo de silenciar activamente a los dominados por los dominadores. Segundo, es también la posibilidad de mostrar a los jóvenes, actuales estudiantes en el campo de las ciencias sociales, que tenemos pensamiento propio que es un pensamiento que dialoga con las teorías contemporáneas, así como Agustín Cueva dialogaba con la teoría de la Dependencia, nosotros ahora debemos dialogar con el posestructuralismo, con la desconstrucción de las teorías contemporáneas, pero pensando desde nosotros. Desde nuestras preguntas sin descuidar la discusión de las categorías que se presentan como universales y pretenden serlo. Un tercer elemento, la necesidad de recuperar desde nuestro pensamiento y desde nuestra práctica de investigación y desde nuestra práctica política el pensamiento vivo que está, de alguna manera, ocultado por el predominio de la práctica académica internacional.
¿Se habla mucho de la crisis de la democracia en nuestro país, eso justifica traer el texto de Cueva a la actualidad editorial?
Yo hablaría más que de crisis, de mayor posibilidad de la democracia en términos formales tal como sucedió en Francia, Inglaterra y Estados Unidos por el carácter constitutivo de la desigualdad, de la interdependencia y de la imposibilidad de constituir naciones plenas. Creo que la crisis de la democracia es constitutiva de ese proceso, es inmanencia de las democracias actuales y eso hace que la negociación en distintos planos sea algo que acompañe los roles más formales de vinculación política, y eso es una característica de América Latina, de lo que aún hoy podríamos denominar los países periféricos.
En la medida en que se insiste hoy que la lucha por el cambio social es cultural, ¿qué posibilidades existen para la conformación de un frente político amplio que lidere ese proceso en el país?
Creo que la izquierda tiene que volver a empezar desde supuestos políticos de transformación radical, en la medida en que esos supuestos están de alguna manera apropiados hoy por los principios libertarios, y volverse a plantear en las condiciones del capitalismo global contemporáneo qué significa la soberanía política de cada uno de estos países. A la izquierda le faltó generosidad de lucha en el sentido de articular más ampliamente el frente que tenga como objetivo fundamental modificar las formas de estructura de la dominación. Ahora hay que repensar lo que ha sido la izquierda, repensar sus proyectos políticos y repensar su capacidad subjetiva actual. Yo diré que hay dos elementos. Uno, es necesario pensar lo que fueron nuestras prácticas políticas, nuestros discursos políticos y lo que con ellos conseguimos en otros momentos. Segundo, la izquierda tiene que reimaginarse sus propios objetivos respecto a la igualdad, respecto a la libertad, pensar lo que serían los derechos pensados desde la izquierda, y también romper con las formas morales bastante reaccionarias y peligrosas, porque donde domina la moral hay mucho más peligro que donde domina la política.