Por Leonardo Parrini
El horror de la guerra, probablemente, está pasando una factura de la cual no tenemos clara conciencia y el costo es elevado: nuestra capacidad de sentir como seres humanos. En los medios informativos tradicionales se ha puesto en práctica una teoría espantosa, el umbral del horror. Elevamos nuestro umbral frente al horror, que de ser tan impactante lo que vemos en las noticias provenientes del Oriente Medio, terminamos impedidos de procesarlo. Ya no son tres mil infantes que han desaparecido de la manera más brutal en Gaza, frente al crimen genocida nos bloqueamos y si ya nadie dice nada en el resto del mundo, pueden ser seis mil, porque nuestra capacidad de asombro ya no es problema para los asesinos, también pueden ser nueve mil infantes masacrados por el ejército de Israel: da lo mismo.
Como opción existen los medios alternativos digitales en occidente o los medios informativos del otro lado del mundo que informan una versión diversa del conflicto. Recientemente el director del canal Prensa Alternativa, Juan José del Castillo, entrevistó al historiador y analista argentino de ascendencia judía, Ariel Umpierrez, con quien analizó los impactos emocionales y geopolíticos de la guerra en el Oriente Medio. Ambos coincidieron que más allá de las emociones es imperativo hacer un análisis político del conflicto.
Lo que ocurre en Gaza no es casualidad -señaló Umpierrez-, lo que vemos en la realidad es lo que pregonan los líderes sionistas que conducen el Estado de Israel. Es preciso revisar los antecedentes éticos de la cosmovisión que anima a los dirigentes de dicho Estado, definido por la ley que declara que es “un Estado de judíos, étnico y teocrático”. Un Estado dirigido por una coalición, cuyos miembros son lo mismo, con pequeñas diferencias, pero en lo sustancial piensan igual y a esas creencias han arrastrado al pueblo judío.
Corroborando lo señalado por el historiador, una encuesta de Gallup International señala que el 82% de los judíos que habitan el territorio de Israel expresan su conformidad con el genocidio cometido por su país contra el pueblo palestino. De eso se vale Netanyahu que, más allá de estar cuestionado e investigado por corrupción económica, robos entre otros delitos, y que la guerra le sirva para poner muy en último plano las acusaciones de corrupción de la oposición en su país que lo estaban llevando a la destitución y a la cárcel, utiliza el carácter manipulable de su pueblo en beneficio propio para eludir la justicia.
En un discurso pronunciado hace unos dias el Primer Ministro israelí justifica el genocidio cometido bajo su mandato en nombre de fundamentalismos religiosos. Netanyahu dijo en un discurso televisado en Israel: “Esta es una guerra que empezó hace tres mil años y que la inició Josué”. Citando la biblia del judaísmo, el Torá o ley, Netanyahu ordenó: “Tenemos que hacer lo que dijo Yahvé a Saúl; tienes que ir conquistando tierras y terminar con los habitantes del reino local, no tengas compasión de nadie, mata hombres y mujeres, niños y lactantes (…) Tienes que continuar la guerra que inicio Josué”. Un personaje bíblico judío que un compendio de asesinatos, “pasó a cientos de miles por el filo de la espada”.
Benjamín Netanyahu, volvió a invocar el lunes 31 de octubre la Biblia o Torá para justificar la ofensiva contra la Franja de Gaza: «La Biblia dice que ‘hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra’. Este es un momento de guerra», aseguró Netanyahu en una conferencia de prensa. El líder israelí se niega aceptar un alto al fuego en Gaza, puesto que tal acuerdo significaría una rendición ante Hamás: «La victoria comienza con conocer la diferencia entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto… Significa hacer una distinción moral entre el asesinato deliberado de inocentes y las bajas no intencionales que acompañan a toda guerra legítima”, dijo.
Esta no es la primera vez que Netanyahu cita referencias bíblicas para justificar el actual ataque israelí contra Gaza -recuerda Umpierrez. Mencionó la teoría de los amalecitas, una tribu citada en la Torá, para justificar sus acciones en el asediado enclave palestino. También utilizó citas del Antiguo Testamento para defender la guerra israelí en Gaza: «Con fuerzas compartidas, con fe profunda en la justicia de nuestra causa y en la eternidad de Israel, realizaremos la profecía de Isaías 60:18. Nunca más se oirá violencia en tu tierra, ni desolación ni destrucción dentro de tus fronteras; pero a tus muros llamarás Salvación, y a tus puertas Alabanza'», aseguró el Primer ministro israelí.
El historiador concluye en que, “aquello para muchos ya no tiene impacto emocional porque los líderes israelitas nos han acostumbrado a esos horrores, con el convencimiento de que creen que tienen la verdad porque Dios los designó, y por esa razón tienen que tomar las tierras invadidas por sus ejércitos porque “se lo prometió Dios”, sin ningún derecho legal o histórico. Sin embargo, la violencia desenfrenada de su barbarie tiene asideros políticos, más allá de la emoción que motiva el repudio a estos hechos, la respuesta no es puramente emocional, debe ser también política”.
El pueblo judío ha perdido el alma de la humanidad, dice Umpierrez, porque “en su sed de venganza los israelíes apoyan los bombardeos, no obstante, el día del ataque de Hamas se produjeron traiciones entre las filas judías lo que explica el éxito del ataque de Hamas”.
Los medios informativos alternativos confirman que Netanyahu utiliza las “bajas emociones” de su pueblo, con el propósito de eludir las críticas a su régimen y salvarse de la prisión por corrupción de la que a él y a su esposa acusan y acosan. Su gobierno es el fruto de movimientos políticos realizados como en un tablero de ajedrez. En su afán de mantenerse en el poder, hizo alianzas con los sectores más extremistas que, además, no tienen experiencia política ni militar, que se contradicen entre sí por ambiciones. Es decir, Israel está sin rumbo en manos de fanáticos que lo único que hacen es aplicar lo que citan que la biblia dice, con el propósito de unificar a su pueblo a favor de la guerra en contra de los palestinos. El propósito final es limpiar Gaza y exterminar o expulsar a los palestinos de ese territorio. No obstante, podrían llevarse una sorpresa mayúscula en caso de intervenir Hezbollah en la guerra de manera frontal, por la capacidad política y militar de ese movimiento islámico con sede en Líbano.
Israel aislado
El mundo árabe ha demostrado la capacidad histórica de reaccionar en bloque como un “movimiento de resistencia palestina” anti sionista para contrarrestar la agresión militar de Israel. Al mundo árabe lo une un imperativo histórico de consolidar un Estado palestino, su convicción religiosa como musulmanes practicantes del islam, religión monoteísta que se rige por sagradas escrituras -el Corán- y que surgió en el siglo VII en Arabia de la mano de su principal profeta, Mahoma. Los árabes, como grupo étnico y lingüístico, se caracterizan por su común empleo de la lengua árabe, procedentes de la península arábiga, en el siglo VIII cuando ya habían emigrado a diferentes territorios, extendiendo su influencia por las regiones del norte de África y Oriente Medio. Así se expandió también su lengua y su religión mayoritaria, el islam. Se suelen considerar veintidós los países de mayoría árabe, los mismos que componen la Liga Árabe. Estos países disponen de enormes recursos económicos y energéticos, y un poderío militar que en las últimas décadas desarrolló la tecnología a niveles de sofisticados sistemas de misiles y armas atómicas, concluye Umpierrez.
La resistencia palestina está disgregada en diversas organizaciones políticas y militares, entre ellas Hamás, Hezbollah y la Jihad islámica, entre otras que, por primera vez en treinta años, salen todas a luchar unidas contra un enemigo común sionista. Como ejemplo, vale citar a Hamás que responde a Turquía como el brazo armado de la hermandad islámica; en ese país nacieron en los años veinte. En la actualidad, recientemente en Estambul un millón de turcos se manifestaron solidarios con la resistencia palestina. El gobierno turco de Recep Tayyip Erdoğan, fundador y presidente del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de ideología islámica democrático y moderado, se vio llamado a apoyar a Hamás.
El Estado de Israel no tiene una alianza ideológica de carácter religioso con ningún movimiento fuera de sus fronteras, todos los países que apoyan su política armamentista son, nada más, sus propios proveedores de armas, comerciantes de tecnología bélica y potencias capitalistas a la que los une un afán de hegemonía económica y comercial en aquellos territorios donde penetran política y militarmente para extraer sus recursos. Por eso no es extraño que los sionistas israelíes digan que “no es momento de paz”. En recientes declaraciones, un diplomático francés decía: “estamos entrando en una escalada de la que no vamos a salir, puesto que ninguna guerra de invasión ha salido victoriosa”. Los ejemplos históricos están a la vista en Vietnam, Afganistán, Siria, etc. En tanto Israel, de manera particular, está ingresando en un cono oscuro del que ya no sabe cómo salir, que pone en riesgo la propia existencia del Estado israelí.
La causa israelí no cuenta con la simpatía del resto del mundo, más allá de las élites económicas donde los judíos se han infiltrado, como en el caso de los EE. UU, pero los pueblos no quieren a los israelitas. Su imagen y la de sus aliados estadounidenses se ha deteriorado en los últimos años. Y esto sucede porque el pueblo judío cree que el mundo debe ponerse de rodillas antes ellos, su arrogancia y fundamentalismo los hace se excluyentes, al punto que se tienen prohibido entre sí, casarse con alguien que no sea judío. Lo paradójico es que los judíos hablan del holocausto que cometieron con ellos los alemanes nazis, y hoy sus principales líderes sionistas son, en la práctica, practicantes del nazismo criminal, puro y duro, enquistados en un Estado armamentista que gobierna a un pueblo en una colectividad donde todo el mundo anda armado hasta para entrar en un cine. Conforman una colectividad que nada aporta a la paz del planeta: el mundo no sería tan violento sin ellos. A esta actitud belicista, los israelíes acarrean a otros líderes extremistas de la derecha europea, como Emmanuel Macron, presidente de Francia que ha manifestado que “hay que destruir a Hamás porque Israel tiene derecho a defenderse”. Esa declaración es hecha por el presidente de un país cuyo Senado debate un proyecto de Ley para encarcelar a quienes apoyen la causa palestina y busca endurecer la ley contra los inmigrantes. Lo paradójico es que ese país europeo creó el fundamento histórico de las instituciones políticas occidentales vigentes, bajo los preceptos capitalistas de “libertad, igualdad y fraternidad”.
Otra versión histórica
El historiador Joao Koatz, de la U. Federal Fluminense, U. de Tel Aviv. aporta una visión diversa: Esto no es un choque de civilizaciones y culturas, a través del cual sólo uno de los dos va a prevalecer. Las principales motivaciones del conflicto entre Israel y los palestinos no son religiosas. A lo largo de la historia, judíos y musulmanes consolidan una relación mucho más tranquila que la tradición judeo-cristiana. Los críticos del Islam afirman que el Corán contiene pasajes antisemitas, enmarcando la religión musulmana de judeo-fóbica. Pero hay tanta incitación antisemita como en los Evangelios cristianos. También la Torá presenta frases que podrían categorizarse como incitación al odio. Las obras religiosas están llenas de contradicciones e incoherencias. Los fieles hacen lecturas interpretativas que filtran las partes negativas de su libro sagrado, el común de la gente no practica todas las leyes y recomendaciones de sus profetas. Los fanáticos que eligen seguir el discurso de odio son la minoría. El conflicto palestino-israelí comienza bajo motivaciones nacionalistas. Originado por árabes cristianos, la primera incitación contra los asentamientos judíos en la Palestina Otomana fue en 1891. El primer periódico árabe que condenaba el sionismo (Al Karmel, Haifa). Ya en 1905, Naguib Azoury, árabe-cristiana, primera en afirmar que la existencia de los árabes en Palestina estaba sujeta al objetivo del movimiento sionista. Pero la conquista británica de la región, recién en la década de 1920, enciende el conflicto. Los árabes ven el imperialismo británico como aliado del nacionalismo judío, luego de la Declaración Balfour (1917), generando animosidad entre las partes y el primer motín de carácter nacionalista árabe contra el sionismo (Jaffa, 1921), organizado por cristianos árabes.
Difícil culpar al Islam de lo anterior. Y entre los que culpan al Judaísmo, ignoran que el sionismo tiene raíces seculares. Hasta la década de 1920, absolutamente ningún teórico sionista se basa en las escrituras sagradas para establecer los principios del nacionalismo judío. Pero los que lo disfrazan de un conflicto religioso, ven en una disputa territorial entre dos pueblos reclamando el mismo pedazo de tierra (que Dios les dio a ambos, y que al ser tan pequeño sería muy problemático dividirlo), una lucha cultural-religiosa entre Oriente islámico y Occidente, clave para mantener este conflicto.
La batalla por la información y por la verdad de las ideas, continúa fuera del campo sangriento de batalla, allí donde se da el exterminio de diez mil palestinos y cuatro mil de ellos son infantes. Se trata de un crimen execrable de lesa humanidad, un genocidio que no debe obnubilar nuestras conciencias al punto de quedar inmunes ante el horror y perder la capacidad de respuesta como seres humanos.