Por Leonardo Parrini
Los sionistas israelíes y sus fuerzas armadas están cometiendo el más repudiable crimen de lesa humanidad en Gaza, con un genocidio que ha cobrado más de 9 mil víctimas, mientras cuatro mil de ellas son niños, y un millón de palestinos ha sido desplazado de sus hogares. La venganza judía ha decretado el infierno en Gaza, territorio hoy sin agua, sin luz, sin comunicaciones telefónicas ni Internet, servicios totalmente colapsados por los bombardeos. Familias enteras asesinadas o separadas entre sus miembros. La pesadilla sionista hace pensar que la venganza de Israel, pueblo históricamente resentido, belicista y fundamentalista religioso -que se dice elegido de Dios-, ha llamado a compensar el Holocausto cometido por los nazis en contra de los semitas, durante la Segunda Guerra Mundial.
Este martes, la mal llamada Fuerza de Defensa Israelí (IDF) atacó un campo de refugiados palestinos asesinando a cientos de civiles, con el propósito de matar a un alto dirigente de Hamás, que resultó muerto. Israel cruzó la línea roja permisible por el derecho internacional, convirtiéndose en un Estado genocida y criminal de guerra.
Es hora de que la Humanidad, y en particular los países árabes, hagan sentir a los dirigentes judíos ortodoxos, de extrema derecha, el alto costo que deben pagar por su decisión criminal de exterminar a miles de palestinos civiles que nada tienen que ver con la guerra. Los gobiernos del mundo occidental deben pensar en romper relaciones con el Estado judío y expulsar a sus embajadores, como lo ha hecho Colombia y Bolivia en América Latina.
Cientos de países en la Organización de Naciones Unidas expresan su rechazo al genocidio y exigen a Israel un alto al fuego inmediato, al que el Estado judío se niega sistemáticamente. La determinación de la ONU coincide en que la máxima responsabilidad de los crímenes cometidos por el ejército israelí en Gaza «es de quien tiene el poder máximo, especialmente cuando el poder que tiene es el de una superpotencia regional, que cuenta con el arma nuclear, una industria de armamento de alta tecnología, un ejército caracterizado por su excelencia y su eficacia -incluyendo sus exigentes códigos de conducta militar y la moral cívica que lo anima- y, finalmente, todo el apoyo militar, financiero y diplomático de la primera superpotencia, los Estados Unidos”.
La respuesta desproporcionada del Estado sionista, y probablemente ilegal bajo el derecho humanitario internacional, no se debe a fallos de los servicios de inteligencia, ni de las Fuerzas de Defensa de Israel, como aseguró vergonzosamente el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, «sino precisamente a sus decisiones políticas que permitieron el ataque terrorista y la respuesta militar que le ha seguido”.
Israel ha convertido a Gaza en un cementerio de niños, con más de dos millones de personas acorraladas en un área de 365 kilómetros cuadrados durante los últimos 56 años, asediada hoy por bombardeos aéreos permanentes y ataque de tanques por vía terrestre y fuerzas de ocupación de infantería. Esto explica la reacción de Hamas, la organización política militar que gobierna Gaza.
Políticamente, el gobierno de Netanyahu ha dado lugar a la reacción islámica debido a su estrategia de desprecio de la Autoridad Palestina, y hacer que los Acuerdos de Abraham -que buscaban la paz entre judíos y árabes- tuviera sus fronteras reconocidas sin que los palestinos recibieran satisfacción alguna a sus reivindicaciones nacionales y continuaran sometidos al acoso y la destrucción de sus territorios en Cisjordania.
El Estado sionista judío no hace otra cosa que complacer los instintos depredadores y expansionistas de los colonos ultraortodoxos que sostienen al gobierno israelí, y ponen a resguardo de los tribunales a Benjamin Netanyahu, acusado de corrupción e irregularidades en el poder.
A este panorama se suma la crueldad y el sadismo belicista de los israelitas que, con una respuesta militar despiadada, guiada por sentimientos de venganza, actúa no por un objetivo político claro que debe anteceder a toda declaración de guerra.
La solución políticamente negociada al conflicto está cada día más distante, por la inusitada desproporción militar israelí; el odio ancestral de ambos pueblos -palestino y judío-, el fundamentalismo religioso y las ambiciones geopolíticas que ya no responden a principios de conservación de la paz en la Humanidad, porque cada país interesado hace prevalecer y defiende sus propios intereses económicos en la región. Mientras tanto, las resoluciones de Naciones Unidas de condena al holocausto cometido por el ejército sionista israelí, y un inmediato alto al fuego en Gaza, no se cumplen en las agendas de los Estados Unidos e Israel y sus aliados.
Predomina un doble discurso de las potencias occidentales: mientras se condena a Rusia por la incursión militar en Ucrania, no se pronuncian contra la invasión israelí en Gaza, aupada por la política imperialista y armamentista de los Estados Unidos. No se condena el uso indiscriminado de la fuerza que amplifica el odio y produce un efecto contrario a la paz. No hay pronunciamiento alguno de sus gobiernos, contra de los efectos políticos desestabilizadores en la región y el daño irreparable a instituciones y a las relaciones internacionales de convivencia pacífica en el Oriente Medio.
No obstante, la conciencia de hombres y mujeres pacifistas y civilizados del mundo clama contra la barbarie sionista: ¡Alto al genocidio en Gaza!