Por Leonardo Parrini
Nació en Orihuela, tierra de pastoreo y olivos, un 30 de octubre de 1910, Miguel Hernández fue el poeta pastor que apacentó a la poesía como quien vigila un rebaño sobre la inmensidad de un campo fértil. Versos luminosos los suyos de una poética pastoral, humildes como guijarro de río, altivos como una espada.
Originario de una familia modesta dedicada a la cría de ganado caprino, Hernández tempranamente recibió el influjo de su tierra pastoril que impregnó en sus versos bucólicos cantando a las manos campesinas de su gente laboriosa: «Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: quién, ¿quién levantó los olivos? No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor».
Fue su primera tentativa de versificador identificado con los trabajadores de su tierra original, vocación que le acompañaría hasta su muerte prematura. Luego su verso, la palabra convertida en armadura, fue fortificando reclamos de justicia y amor entre los hombres y mujeres del pueblo.
Miguel fue pastor de cabras desde muy temprana edad. Mientras cuidaba el rebaño, leía con avidez y escribía sus poemas iniciales. Gabriel Miró, Paul Verlaine y Virgilio, entre otros, fueron los primeros verseadores que echaron semillas en los surcos del alma del poeta de Orihuela. Fecundo su espíritu creador, Miguel, organizó un grupo literario donde cultivó inaugurales creaciones junto a otros principiantes de letras y palabras como Carlos Fenoll y José Marín Gutiérrez, futuro abogado y ensayista que posteriormente adoptaría el seudónimo de Ramón Sijé y a quien Hernández, a la muerte del amigo, dedicó su célebre Elegía. Luego acudirían a sus lecturas grandes autores del Siglo de Oro, Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso de la Vega y, principalmente, Luis de Góngora, que enriquecieron su autodidacta formación literaria.
Premunido de una vieja máquina de escribir de marca Corona, que había adquirido de segunda mano en 300 pesetas, Hernández subía cada mañana hasta el monte a versificar junto a los apacibles rebaños. Fruto del trabajo que realizaba hasta avanzada la tarde, el 25 de marzo de 1931, con tan solo veinte años, obtuvo el primer y único premio literario de su vida concedido por la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano por un poema de 138 versos llamado Canto a Valencia, que recreaba el paisaje y las gentes del litoral levantino, en el que destacaba el mar Mediterráneo, el río Segura y las ciudades de Valencia, Alicante y Murcia.
En su primer viaje a Madrid toma contacto con poetas de la generación del 27 y escribe su obra Perito de Lunas, en 1933, su primer libro. Son años de limitaciones materiales residiendo en una habitación, sin derecho a comida, de un barrio llamado La Guindalera. No obstante, Madrid le abriría las puertas a nuevas experiencias. Allí se emplea como secretario y redactor de la enciclopedia Los toros y colabora con la Revista de Occidente. Escribe a Josefina Manresa su futura esposa El rayo que no cesa, son versos de amor que le dedica, excepto unos dedicados a la muerte de su amigo. Entabla amistad con Pablo Neruda y se inicia en el surrealismo, “con aliento torrencial e inspiración telúrica”. Su poesía entonces es un canto más social que evidencia un abierto compromiso político con los pobres y desheredados de la tierra.
Culmina 1935, y en diciembre de ese año fatídico se apaga la vida de Ramón Sijé, su amigo abatido, cuando, «un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. No hay extensión más grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida».
Miguel en el corazón
España, en el corazón de la guerra civil, sumida en el drama se ve sometida en enorme desgracia y desolación, señala la crónica de aquel tiempo: “Hernández se alistó por entonces en el bando republicano. En el verano de 1936 también se afilió al Partido Comunista de España y desde comienzos de 1937 es comisario político militar. Hernández figuró en el 5to Regimiento, ejerciendo en él de comisario político y pasó a otras unidades en los frentes de la batalla de Teruel, Andalucía y Extremadura. Su actividad de comisario político comunista en el Ejército le valdría la pena capital tras la guerra, luego conmutada. En plena guerra, logró escapar brevemente a Orihuela para casarse el 9 de marzo de 1937 con Josefina Manresa. A los pocos días tuvo que marchar al frente de Jaén. En el verano de 1937 asistió al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura celebrado en Madrid y Valencia”.
Miguel Hernández toma parte muy activa en la Guerra Civil española, y al terminar ésta intenta salir del país, pero es detenido en la frontera con Portugal. Durante la guerra compone Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1938) con un estilo que se conoció como “poesía de guerra”. En la cárcel acabó Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941).
Fue llevado a una celda del puesto de Rosal de la Frontera, el 9 de mayo de 1937 fue trasladado a la prisión provincial de Huelva. Desde la cárcel de Huelva lo trasladaron a Sevilla y posteriormente a un penal en Madrid, de donde, gracias a las gestiones que realizó Pablo Neruda ante un cardenal, salió en libertad inesperadamente, sin ser procesado, en septiembre de 1939. Pero vuelto a Orihuela, fue delatado y detenido, fue juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940 por un consejo de guerra. Se le conmuta la pena de muerte por la de treinta años, pero no llega a cumplirla porque muere de tuberculosis el 28 de marzo de 1942 en la prisión de Alicante.
No invocó su nombre en vano, Neruda, cuando cinceló en la memoria histórica la magnífica impronta de Miguel Hernández, a quien llamaba amorosamente “cara de papa”: Recordar a Miguel Hernández es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!
Andaluces de Jaén, versos de Miguel Hernández con música de Paco Ibáñez-
Nana de la Cebolla, versos de Miguel Hernández con música de J. M. Serrat.
Elegía letra de Miguel Hernández con música de J.M Serrat-