Por Leonardo Parrini
La guerra adopta un metalenguaje propio que opera como un arma entre las partes en conflicto, usando eufemismos para referirse a términos que, al calor de la lucha, deben ser minimizados en su significado dramático.
Estos días hemos presenciado, no sin estupor, como los medios informativos occidentales se hacen cargo de términos que, de un modo u otro, ocultan la realidad. En las páginas de la prensa y en las pantallas de televisión de las potencias capitalistas, la desproporcionada respuesta militar de Israel es presentada como acción defensiva, incluso las fuerzas armadas de ese país se hacen llamar Fuerzas de Defensa Israelí (IDF por su sigla en inglés), y para referirse a las milicias islámicas de Hamás o Hezbollah se utiliza el calificativo de “terroristas” y sus acciones bélicas son calificadas de “crímenes”. Cuando el ejército sionista israelí mata indistintamente a militares y civiles, se habla de que los “neutraliza”, camuflando con palabras la verdad de los hechos de muerte.
A diferencia de la semántica bélica, los hechos y las cifras no mienten. Las autoridades de Gaza han reportado, al menos, cinco mil setecientos muertos producto de los bombardeos israelíes en lo que va del conflicto, con una cifra de dos mil trescientos niños y niñas asesinados. El Ministerio de Salud de Gaza informó que el último gran ataque de Israel contra Gaza dejó un saldo de 704 muertos, en su mayoría menores de edad. Se han reportado 400 ataques israelíes a territorio de Gaza en las últimas 24 horas. Los centenares de muertos, miles de viviendas y edificios destruidos indican que no se trata de cohetes y ataques contra Hamás sino contra la población palestina. Los socorristas sacan muertos y heridos de entre montañas de escombros de los edificios colapsados. Testigos reportaron, recientemente, que un padre se arrodilló en el piso del hospital Al Aqsa en Deir al Balah junto a los cuerpos de dos niños envueltos en sábanas ensangrentadas. Y en una morgue trabajadores oraban por otros 24 cuerpos de niños palestinos envueltos en bolsas para cadáveres. Dos familias habían perdido a 47 de sus miembros en una residencia destruida en Rafah, mientras que un edificio destruido en Jan Yunis dejó 32 muertos, en el lugar había aproximadamente 100 personas resguardándose, muchas de ellas evacuadas de Gaza. En esa ciudad, al menos 19 personas murieron cuando la residencia de la familia Bahloul fue bombardeada, según sobrevivientes, quienes señalaron que decenas de personas continuaban entre los escombros. Las piernas de una mujer muerta y de otra persona sobresalían de los escombros donde los socorristas retiraban tierra, hormigón y varillas. Se trata de una masacre, el incremento del número de muertos provocado no tiene precedentes en los conflictos del Oriente Medio. Más de dos millones trecientas mil personas en Gaza sobreviven sin alimentos, sin agua y medicamentos desde que Israel cortó los suministros hacia territorio palestino. Mientras que en la ONU cientos de países piden una tregua humanitaria, a la que se opuso EE.UU e Israel, para hacer llegar ayuda procedente de ese organismo internacional. El cese al fuego humanitario fue solicitado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) con el propósito de permitir el paso de suministros y combustible para generadores eléctricos.
Uno de cada tres hospitales de Gaza está cerrado y otros dejarán de prestar servicios en las próximas horas, debido a la falta de combustible, informó Naciones Unidas. Los médicos, por su parte, advierten que los pabellones podrían convertirse en tumbas masivas. Con toda seguridad los muertos aumentarán cuando los centros médicos dejen de funcionar, obligados a cerrar, como es el caso del único centro oncológico que funciona parcialmente sin combustible, arriesgando la vida de unos dos mil pacientes con cáncer.
Una guerra sin salida
Al cabo de quince días de enfrentamientos armados existe una interrogante clave: ¿qué va a suceder cuando concluya el ataque devastador de la ofensiva militar israelí? No existe una única respuesta, las alternativas son diversas. Una de las posibilidades es la derrota de Hamás, con la destrucción física de sus efectivos e infraestructura en Gaza y la consecuente iniciativa israelí en ese territorio. Otra posibilidad es la intervención en esta guerra de los países vecinos, Egipto, Arabia Saudita, Qatar, Líbano y Siria, en apoyo a Hamás y Hezbollah. No se descarta la opción del rescate de los doscientos y más secuestrados que mantiene Hamás en Gaza, lo que supone la destrucción de los túneles donde permanecen ocultos milicianos y rehenes. Esta posibilidad supone un alto costo político para Israel porque la operación en sí implica un gran despliegue de violencia militar que puede desembocar en el incremento bélico de una guerra de inusitados alcances.
Un mal escenario para EE.UU, aliado incondicional de Israel, es una escalada del conflicto por su costo económico y político. El costo político para el bloque occidental surge a partir de la ambigüedad de proclamar el derecho humanitario de los palestinos agredidos y tener que reconocer, al mismo tiempo, el derecho de Israel a defenderse. Al tiempo que el gobierno sionista de ese país, en franca postura belicista ofensiva, no muestra claridad en sus pasos políticos, una vez concluidas sus acciones bélicas en territorios palestinos. Tampoco hay muchas ideas en el campo de los aliados de los palestinos, la tesis de coexistencia de dos Estado -israelí y palestino-, parece diluirse con el recrudecimiento de las hostilidades, mientras que la paz se aleja, por la arrogancia bélica de los israelitas. Se trata de una guerra sin futuro y sin pronta salida, que aumenta el odio racial, religioso y político de las partes en conflicto, haciendo imposible un viso de entendimiento.
Mientras tanto, el idioma de la muerte habla su dialecto de cinismo y embuste, para ocultar la dimensión de un drama, por el momento, sin destino.