Por Leonardo Parrini
A medida que pasan las horas y se agolpan los minutos en un instante de tiempo, el devenir de los días no se detiene en Gaza. Es la espera de la muerte agazapada entre los escombros que viene a llevarse otras víctimas del inmisericorde bombardeo israelí.
A medida que el tiempo transcurre sin ningún otro sentido que el de la muerte, se conocen a este otro lado del mundo nuevos antecedentes de Heba Abu Nada, la poeta mártir, la bioquímica, novelista y feminista que engrosó con su trágico final la fatídica estadística de más de cinco mil víctimas del genocidio orquestado por el estado de Israel, en la que al menos dos mil muertos son niños.
¿Qué culpabilidad tenía Heba para morir de esa manera tan cruel, destrozada por las bombas sionista, qué motivos dio a sus treinta y dos años a sus asesinos? El crimen de Heba que solo se explica por el odio y el absurdo de una guerra que en nombre de nacionalismos extremistas ha conducido a dos pueblos al holocausto, queda sin respuesta.
Qué argüir cuando muere un poeta y se extingue una vida y sus versos perviven más allá de la muerte como el eco de un grito en la tierra que llora su partida.
El poema del costarricense Florencio de la Asunción Quesada, escrito ya hace una década, ayuda a llorar la muerte de la poeta palestina Heba Kamal Abu Nada, acaso sus versos otorgan señales para entender un suceso inexplicable por la vía de la sinrazón.
Cuando muere un poeta/ mil pájaros
tocan a la puerta, incendian los sueños,
palabras que desfilan por la ventana.
Cuando muere un poeta/
una estrella pierde su luz
en el universo de la palabra,
la oscuridad desparece.
Cuando muere un poeta/ muere un soldado
con el arma de la palabra en cada una de sus manos.
Llora el mundo y la oscuridad enciende una llama.
¡No se apagará jamás, en el instante de su ira!
Esta vez ha muerto Heba Abu Nada, la poeta abatida el momento en que los misiles israelíes caían sobre Gaza, la cárcel al aire libre donde buscó la libertad de su pueblo invocando esa esquiva libertad con su palabra que emerge como un augurio. Mientras el fósforo, las lenguas de fuego y las esquirlas abrazan y calcinan todo a su paso en el campo de refugiados de Gaza, donde la muerte no distingue entre poetas y artesanos, entre maestros y carpinteros, entre médicos y milicianos, entre niños y adultos que sucumben al fragor del bombardeo. Ya lo dejó escrito horas antes de morir, Heba, en sus elocuentes y postreros versos.
La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles;
silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo;
aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración;
negra, excepto por la luz de los mártires. Buenas noches.
Esos fueron sus últimos versos concebidos entre escombros y cuerpos calcinados en Kahn Yunis. Son potentes destellos en la noche oscura de una jornada más de exterminio que, si mal acabó con la vida de Heba, hizo refulgir sus versos como una denuncia y la verdad de un pueblo aniquilado.
¡Qué simple es acabar con una vida, y con ella la de cinco mil habitantes más de un territorio cercado por la muerte! Es el genocidio cometido por Israel contra dos millones de habitantes de la Franja de Gaza, de los cuales ya 700 mil han sido expulsados de su tierra por la Nakba, el éxodo forzado de palestinos que comenzó con la limpieza étnica que el estado sionista lleva a cabo hasta estos días.
El fulgor del estallido de los misiles contra tierra palestina no brilla más que los versos de Heba, no retumban más las bombas que sus últimas palabras denunciando el crimen: “Si morimos, sepan que estamos satisfechos y firmes, y digan al mundo, en nuestro nombre, que somos personas justas, del lado de la verdad”. Es la verdad del pueblo palestino, al que Israel intenta doblegar, sin conseguirlo, durante 75 años de violación de sus derechos humanos.
Cuando el ejército genocida del Estado sionista israelí se prepara para un nuevo embate con una invasión terrestre a Gaza, amparado en la complicidad de las potencias capitalistas, doblan las campanas a muerte. El precio que pagará Israel por su error histórico no tendrá límites, perdón ni olvido. La historia condenará a Israel que se considera elegido por un Dios, bajo los argumentos del fundamentalismo religioso y la mentira histórica.
Mientras las bombas intentan silenciar los versos de Heba en la Franja de Gaza, el mundo llora la desaparición de la poeta mártir. Una estrella pierde su luz bajo los misiles. Sin embargo, sus versos brillan y encandilan el rostro de los asesinos, como hoguera que delata a quienes quieren negar el genocidio.