Mucho se debate para qué sirven los debates en las campañas electorales, y las respuestas están divididas. Algunos piensan que sí inciden, determinantemente, en la decisión del electorado porque exponen la preparación, capacitación, nivel de inteligencia y propuestas concretas de los candidatos debatientes. Otros, en cambio, no dan crédito a los debates porque los formatos no permiten la exposición de cualidades de los candidatos o porque están previamente amañados como espacios tendenciosos a favor o en contra de uno de los debatientes. Y, a decir verdad, la historia de los debates en Ecuador da razón a unos y otros.
Prueba de ello son los debates más recordados en la historia política del país. Durante la campaña presidencial de 1984 que enfrentó en la vuelta final a Rodrigo Borja y León Febres Cordero, el país pudo observar cómo este último vapuleaba a su contrincante anulándolo totalmente con una actitud agresiva e interpelante, mientras un Borja disminuido trataba de mostrar compostura. El resultado fue que León se posicionó como el candidato duro, enérgico, en capacidad de gobernar el país amparado en promesas de “pan, techo y empleo”. Febres Cordero había sintonizado con un rasgo del ecuatoriano que busca líderes fuertes, como toda sociedad tribal que escucha al curaca sea por sabio o por viejo.
Algo similar ocurrió en el debate entre Guillermo Lasso y Andrés Arauz cuando el banquero jugando con las palabras le dijo a su contrincante “Andrés, no mientas otra vez”, en el ánimo de posicionarlo como embustero. Esa vez, un desenvuelto Lasso mostrando mayor presencia de ánimo que su contendor, se vio favorecido por el formato y por la actitud de la moderadora que, sin mayor experiencia y sentido de imparcialidad en ese tipo de eventos, dejó lugar para la diatriba de Lasso.
El debate de la primera vuelta de las actuales elecciones presidenciales, nuevamente un par de moderadores parcializados impidió que determinados candidatos desarrollen sus ideas., interrumpiéndolos y polemizando con ellos en el contenido de las preguntas. En aquella oportunidad la candidata del Revolución Ciudadana se vio particularmente perjudicada, situación que los medios informativos aprovecharon para posicionarla como la perdedora del debate.
Esta vez el debate enfrenta a Luisa González de la Revolución Ciudadana y a Daniel Noboa, de Alianza ADN. El debate será moderado por Ruth Del Salto una presentadora de televisión que no exhibe experiencia en eventos de esta naturaleza y que no está en estos momentos al aire en las pantallas de televisión. Desconocemos cuáles son las razones para haberla seleccionado a ella como conductora de tan importante evento político, y será evaluada una vez que se vea su comportamiento esta noche en el debate presidencial.
Los debatientes
El debate como espacio de discusión y comunicación política serio, deberá permitir a los participantes mostrar solvencia frente a los temas tratados, aptitudes adecuadas y argumentos sólidos en defensa de sus posiciones.Por tanto, el espacio deberá ser aprovechado por los debatientes con presencia de ánimo, seguridad y prestancia frente a los temas tratados. No se trata de evitar enfrentamientos, por el contrario, deberá ser una confrontación con respeto y ponderación.
En esa línea de acción, la conducta del moderador o moderadora es determinante para equilibrar las acciones de uno y otro debatiente, sin caer en polémica con ellos o limitar la palabra. Y, esencialmente, quien modere el debate deberá permitir que éste sea un espacio de educación ciudadana, orientación electoral y conocimiento más a fondo de los candidatos.
El debate de esta noche girará en torno a cuatro ejes temáticos: económico, seguridad, social y político. Existe un banco de ocho preguntas de cuarenta elaboradas por un llamado Comité Nacional de Debates, para profundizar en los temas.
Mucho me temo que después del debate los medios informativos pongan énfasis en el ganador o perdedor del debate, como en una carrera de caballos, sin desglosar sus ideas orientadoras, enfoques y propuestas. Y esa postura mediática estará, indefectiblemente, determinada por un prejuicio establecido de antemano a favor de uno de los candidatos.
Nuestros temores también van en el orden de sospechar que el debate es un elemento más en la campaña, a favor de un solo candidato. No tenemos una tradición de debates en el país fruto de una madurez política, una solvencia ética y una capacidad profesional que garantice un espacio de discusión ideológica con altura, profundidad y alcance necesarios para hacer que la política sea expresión de cultura nacional.