Por Leonardo Parrini
En el mes de septiembre me pasa como a muchos chilenos repartidos por el mundo, y digo: agárrenme el corazón que se me va p’a Santiago. Alguna vez lo he dicho, en septiembre ocurre todo lo terrible, mítico y esperanzador en Chile. En septiembre de 1810, -nos enseñaron- se fundó la patria un 18S, y un 11S de 1973 se fundió en sangre bajo la hoguera bárbara del golpe militar. En septiembre retoña la primavera. En septiembre murió Pablo Neruda y en septiembre asesinaron a nuestro juglar mayor, Víctor Jara.
Un día de septiembre hace algunos años, mi amigo y camarada Pedro Iván Moreno, periodista y académico de dilatada labor, me envió un chat que mientras lo releo me encuentro con un link que dice: Carta de Ángel Parra a Víctor Jara. Leo la carta y vuelvo a sentir galopar el corazón que se me va p’a Santiago. Decido publicarla y le respondo a mi amigo: Querido Pedro, veo esta carta que conocía, pero que me vuelve a cerrar el puño en este septiembre de amargos recuerdos. La voy a publicar en atención a tu gentileza de enviármela. Recibe un abrazo enorme, camarada.
La transcribo, porque traduce el sentimiento de millones de chilenos en septiembre. Una carta intima, sobrecogedora, que refleja la amistad que existió entre Ángel y Víctor, dos guardianes trovadores de las mejores tradiciones folclóricas latinoamericanas y fundadores de la Nueva Canción chilena.
La carta dice así. «Querido Víctor: Me despierto con ganas tremendas de escribirte para contarte lo que me sucedió anoche 24 de diciembre. Serían como las 12:10 cuando sonó el teléfono, nosotros dormíamos profundo, lo de siempre cuando te despiertas antes de haber terminado su noche, ¿quién será? ¿Por qué tan tarde? etc. La llamada era de Chile, para decirme que formaba parte de los perdonados, que era parte del paquete de regalo de pascua que la dictadura ofrecía este año.
La voz querida de mi hermana sonaba radiante, ¿te acuerdas Víctor de su voz? ¡Se te acabó el exilio hermano, se te acabó el exilio! Por un segundo compartí de corazón su alegría, la alegría de tantos otros que pelean todos los días a brazo partido por el fin del exilio y que en mi caso consiguieron mi perdón. Perdón, ¿pero de qué, Dios mío, me pregunto? ¿Me están perdonando tus 40 balas por la espalda? ¿Mi padre a quien no volveré a ver? Quema de libros, revistas y periódicos políticos después del golpe militar. Ellos me están perdonando nuestros 30 mil muertos y ¿el río Mapocho ensangrentado? ¿Me perdonarán acaso los cadáveres que traía el Renaico en Mulchén? ¿Los fusilados de Calama (al quinteo, es decir 1-2-3-4-5-tú), el director de la Sinfónica Infantil de La Serena? ¿El padre Jarlan, símbolo de los pobladores torturados, violados, relegados, expulsados, encarcelados, desaparecidos? ¿Carmen Gloria, Rodrigo? Parece que debo hacer una reverencia y agradecer el perdón. aquí no ha pasado nada y tan amigos como antes.
¿Qué te parece Víctor? A veces pienso que es mucha la generosidad, y que soy un mal agradecido. Me perdonan Marta Ugarte, Tucapel, el Chino Díaz, Weibell, los degollados, Pepe Carrasco, Corpus Cristi y yo no sé agradecer. ¿Me siguen perdonando los cinco jóvenes desaparecidos en septiembre del 87, mi pueblo hambriento, la cesantía, la prostitución infantil y este nudo en la garganta permanente desde hace 14 años también me lo perdonan? Me pregunto si en este gesto están incluidos mis amigos muertos en el exilio, Lira Massi, Ramírez Necochea, Guillermo Atias, Vega Queratt. Estás en la lista, ¿Cuál lista?, la de los que pueden reír, pensar, circular, amar, morir, vivir. En fin Víctor amigo, mucho tiempo que quería escribirte pero ya me conoces soy un poco flojo. Te contaré que estoy componiendo mucho, entre merengues, tonadas, cumbias y cuecas, oratorios y pasiones, el tiempo pasa y se queda inscrito en el alma.
Quiero hablarte un poco de mi mujer a quien no conociste, pero conocerás algún día o no, mejor lo verás en ella cuando llegue el momento. Ella me ha dado algo que yo no sé como se llama, pero que se traduce en una cierta seguridad equilibrio y alegría de vivir, la misma que tú tenías junto a tu mujer. Me acuerdo perfectamente de tu claridad y seguridad en tus pasos, aventuras y destinos. Y eso se reflejaba en tu trabajo, el teatro, la peña, el partido, los sindicatos y los amigos. Siempre tenías tiempo para todo (yo me cansaba de mirarte). Me acuerdo que la Viola me decía, aprende, aprende. Espero haber aprendido algo. Por ejemplo: “El amor a la justicia como instrumento del equilibrio para la dignidad del hombre”, oración de Víctor Jara. La humildad, el heroísmo no se venden ni se compran que la amistad es el amor en desarrollo que los hombres son libres solamente cuando cantan, flojean o trabajan chutean el domingo la pelota o se toman sus vinitos en las tardes le cambien los pañales a su guaguas distinguen las ortigas del cilantro cuando rezan en silencio porque creen y son fieles a su pueblo eternamente como tú y como miles de anónimos maestros somnolientos de domésticas, mineros, profesores, bailarinas, guitarreras de la Patria. También quiero decirte al despedirme que París está bello en este invierno que no acepto los perdones ofrecidos que mi patria la contengo en una lágrima que vendré a visitarte en primavera que saludes a mis padres cuando puedas que tengo la memoria de la historia y que todo crimen que se haya cometido deberá ser juzgado sin demora que la dignidad es esencial al ser humano que el año que comienza será ancho de emociones esperanzas y trabajos sobre todo para Uds. Víctor Jara que siembran trigo y paz en nuestros campos».
Tras la huella del cantor
Este año 2023 se conmemoran 50 años del asesinato de Víctor Jara en el Estadio Chile. El historiador y cronista Iván Ljubetic Vargas, refiere que Víctor era “un artista consecuente, querido, militante de las Juventudes Comunistas, notable cantautor, torturado y ejecutado por miembros del Ejército chileno en 1973”. Víctor Lidio Jara Martínez nació el 28 de septiembre de 1932 en Quiriquina, localidad ubicada cerca Chillán Viejo, al sur de Chile. Su niñez transcurrió en el lugar campesino de Lonquén, cerca de la ciudad de Talagante, arrullado por el canto de su madre y laborando en las duras faenas campesinas, detrás del arado o en la trilla. Ayudó desde los seis años a su padre, Manuel, un inquilino que no sabía leer ni escribir. La madre, de nombre Amanda, era una mujer de estatura baja y gordita, con una bella sonrisa. Los Jara eran cuatro hermanos: María, Georgina, Eduardo y Víctor. Posteriormente nació un quinto, Roberto. Manuel, el padre, ya no vivía con ellos. Víctor, con la idea de poder ayudar a su madre en el negocio, entró a estudiar contabilidad en un instituto comercial. En marzo de 1950, murió la madre de un ataque cardíaco. Para Víctor que, por entonces, tenía 15 años de edad fue un golpe muy duro.
Por la prensa se impuso del anuncio de una prueba para ingresar al Coro Universitario para cantar en Carmina Burana. Postuló y fue aceptado como tenor. En 1954 viajó al norte con un grupo de nuevos amigos del coro, para recoger e investigar la música popular de la zona. Al regresar a Santiago, presenció una función de un grupo de pantomima recién formado por Enrique Noiswander. De inmediato habló con éste, quien lo invitó a participar en una prueba en el estudio donde ensayaba el grupo. Víctor mostró su sentido de movimiento y expresividad. Entonces le ofrecieron la oportunidad de estudiar en el grupo de mimos. En 1955 se matriculó en la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. También se incorporó al Conjunto de Cantos y Danzas Folklóricas Cuncumén. En 1957, Víctor cursó el segundo año en la escuela de teatro. Por entonces comenzó a frecuentar el café Sao Paulo, en el centro de Santiago, donde se reunían a mediodía artistas e intelectuales. Ahí encontró a Violeta Parra, conocida sólo por un pequeño círculo de personas en Chile, pero que acababa de regresar de su primera visita a Europa. Violeta vivía por esa época en La Reina en un pequeño bungalow. Víctor la visitaba con frecuencia. Allí conoció a Ángel Parra y se convirtieron en grandes amigos en una relación de amistad que duraría toda la vida.
En 1958 Víctor Jara comenzó a militar en las Juventudes Comunistas de Chile, ello en plena campaña presidencial, en la que el Frente de Acción Popular, FRAP, postulaba como candidato a Salvador Allende. En 1959 vivió su primera experiencia como director teatral, dirigiendo Parecido a la Felicidad, de Alejandro Sieveking. Viajó con esa obra a Argentina, Uruguay, Venezuela y Cuba. En 1961 realizó una gira a Europa como director artístico del Cuncumén. Ese mismo año compuso Paloma quiero contarte, canción con que inició su trabajo de creación musical y poética. La grabó, junto a otra de sus composiciones, La canción del minero, en un LP del Cuncumén. Desde 1963 a 1970 formó parte del equipo estable de directores del Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, ITUCH.
Un artista consecuente
En 1969 es figura principal en el Mitin Mundial de Jóvenes por Vietnam, realizado en Helsinki, Finlandia. Ese año obtiene el principal premio en el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena con Plegaria a un labrador. En 1970 se dedicó de lleno a la campaña presidencial de la Unidad Popular. Durante el Gobierno de Salvador Allende laboró en el Departamento de Comunicaciones de la Universidad Técnica del Estado, UTE. En 1971 viajó a distintos países como embajador cultural de Chile. Se editó ese año su LP La Población.
El martes 11 de septiembre de 1973 Víctor estaba en la UTE. Debía participar en un acto en que el presidente de la República se dirigirá a todo el país comunicando su decisión de llamar a un plebiscito para salir de la crisis política provocada por la oposición. Se produjo el golpe fascista. Soldados del ejército rodearon la Universidad. Al día siguiente invadieron el recinto universitario. Tomaron prisioneros a los profesores, funcionarios y alumnos que se encontraban ahí. Fueron conducidos al Estadio Chile. Víctor iba entre ellos.
Las torturas las comienza a sufrir el jueves 13 de septiembre: Víctor, herido, ensangrentado, permaneció bajo custodia en uno de los pasillos del Estadio Chile. Sentado en el suelo de cemento, con prohibición de moverse. Desde ese lugar, contemplaba el horror del fascismo. Allí permaneció la noche del miércoles 12 y parte del jueves 13, sin ingerir alimento alguno, ni siquiera agua. Víctor tenía varias costillas rotas, uno de sus ojos casi reventado, su cabeza y rostro ensangrentados y hematomas en todo su cuerpo.
El 15 de septiembre de 1973, cerca del mediodía se supo que saldrán en libertad algunos compañeros de la UTE. Los prisioneros empezaron a escribirles a esposas, madres, diciéndoles que estaban vivos. Víctor pidió lápiz y papel. Comenzó a escribir precipitadamente. De improviso, dos soldados lo tomaron y lo arrastraron violentamente hasta un sector alto del Estadio, donde su ubica un palco en la gradería norte. Los soldados recibieron orden de golpearlo y comenzaron con furia a descargar las culatas de sus fusiles en el cuerpo de Víctor. Dos veces alcanzó a levantarse Víctor, herido, ensangrentado. Luego no volvió a levantarse.
Relata Boris Navia: “Esa misma noche, ya en el Nacional, lleno de prisioneros, al buscar una hoja para escribir, me encontré en mi libreta, que Víctor me lanzó al ser arrastrado por los soldados, no con una carta, sino con los últimos versos de Víctor, con su último canto, que escribió unas horas antes de morir y que el mismo tituló Estadio Chile, conteniendo todo el horror y el espanto de aquellas horas”.
Víctor Jara fue asesinado cruelmente el día 16 septiembre de 1973, lo acribillaron con 44 balazos. Joan Jara, la compañera de Víctor, relata en Víctor Jara un Canto Truncado: “Martes 18 de septiembre. Aproximadamente una hora después de levantarse el toque de queda, oigo el ruido del portón, como si alguien intentara entrar. Todavía está cerrado con llave. Me asomo a la ventana del cuarto de baño y veo a un joven afuera. Parece inofensivo y me decido a abrirle. Me dice con voz baja: Estoy buscando a la compañera de Víctor Jara. ¿Vive aquí? Por favor, confíe en mí. Soy un amigo -me muestra su carné- ¿Puedo entrar un minuto? Tengo que hablar con usted- parece nervioso y preocupado. Me dice en un susurro: soy miembro de las Juventudes Comunistas. Abro la puerta para que entre y nos sentamos en la sala.
-Lo siento, tenía que encontrarla… Lamento decirle que Víctor ha muerto… Encontramos su cuerpo en la morgue. Un compañero que trabaja allí lo reconoció. Le ruego que sea valiente y que me acompañe para identificarle.
Joan Jara continúa relatando en su libro Víctor Jara un canto truncado: “Héctor –así se llamaba- había estado trabajando en la morgue, el depósito de cadáveres municipal durante la última semana, tratando de identificar cuerpos anónimos que llegaban diariamente. En su condición de empleado tenía una tarjeta especial y, después de mostrarla en la entrada, me introdujo por una pequeña puerta lateral del edificio, a pocos metros de los portales del Cementerio General” (…) “Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo, apilados en montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con las manos todavía atadas a la espalda. Hay jóvenes y viejos… cientos de cadáveres… en su mayoría parecen trabajadores…
“Nos envían a la planta superior. El depósito está tan repleto que los cadáveres llenan todo el edificio, incluyendo las oficinas. Un largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo, una larga fila de cadáveres, estos vestidos, algunos con aspectos de estudiantes, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta… y en la mitad de la fila descubro a Víctor».
“Era Víctor, aunque le vi delgado y demacrado. ¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana? Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de una herida en la cabeza y terribles moratones en la mejilla. Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido cortados por una navaja o una bayoneta… el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen… las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas… pero era Víctor, mi marido, mi amor”.
El martes 18 de septiembre de 1973 fueron los funerales de Víctor Jara. Relata su compañera: “La caminata hasta el lugar del cementerio donde Víctor sería enterrado debió llevarnos entre veinte y treinta minutos. El carrito chirriaba y rechinaba sobre el pavimento irregular. Caminamos y caminamos… mi nuevo amigo Héctor a un lado, mi viejo amigo Héctor al otro. Sólo cuando el ataúd de Víctor desapareció en el nicho que nos habían asignado estuve al punto de desplomarme. Pero estaba vacía de sentimientos o sensaciones y sólo se mantenía viva la idea que Manuela y Amanda esperaban en casa, preguntándose qué ocurría, dónde estaba yo”. Al día siguiente el diario La Segunda publicó un breve párrafo en el que informaba de la muerte de Víctor: “El funeral fue de carácter privado y sólo asistieron los familiares”. Después todos los medios recibieron la orden de no volver a mencionar a Víctor. Pero en la televisión alguien arriesgó su vida insertando unos pocos compases de La Plegaria sobre la banda sonora de una película norteamericana. Los verdugos asesinaron al cantor, pero sus canciones siguen emocionando y motivando. Son inmortales. Fue así como Víctor, el heroico joven comunista, venció sobre sus verdugos. A 50 años de su asesinato sigue combatiendo.
La misiva de Ángel a Víctor es una carta abierta al corazón del pueblo chileno. La denuncia del artista comprometido. Un homenaje al camarada de lucha y de canto. Un clamor a la conciencia de su pueblo que retumba aun en el eco de este septiembre negro.
Última canción escrita por Víctor Jara horas antes de ser asesinado el 16 de septiembre de 1973 en el Estadio Chile.