Una de las omisiones de la política criolla, se ha dicho, es la falta de gobernabilidad. Esa palabra sacada de la chistera, como por arte de magia, con la que se pretende dar respuesta a todos los bienes y males nacionales, sin considerar que la gobernabilidad no es un fin, sino un medio. Y más aún, es un mecanismo que emerge de acuerdos mínimos entre los interlocutores de la política. En otras palabras, la gobernabilidad no es la panacea sino un fruto del esfuerzo por un Consenso Nacional.
¿Y quién es el llamado a generar consenso nacional? Pues, sin lugar a dudas, quienes ostentan, o pretenden, el liderazgo político, la conducción de los procesos sociales, la orientación del país, la luz en medio de las tinieblas del caos que genera la crisis. Ese rol lo viene, de uno u otro modo, jugando el correísmo que luego de una década de gobernar el país, para bien o para mal, dejó una profunda huella en la forma de entender y hacer la política en el Ecuador.
Ese horizonte progresista no es otra cosa que el proyecto político de Rafael Correa y la Revolución Ciudadana (RC) que todavía ostenta un tercio de la voluntad popular ecuatoriana; el llamado voto duro, la fidelidad al caudillo, la remembranza de tiempos mejores o como se lo quiera llamar, que sostienen la vigencia del modelo correísta como una opción de gobernanza en el país. Esa fidelidad del Ecuador con el proyecto correísta, bien o mal, vigente como alternativa, les hace dormir sobre los laureles y les hace creer que el pasado se endosa al presente o al futuro, como un cheque en blanco. Como una tautología se dicen a sí mismos “ya lo hicimos y lo volveremos hacer” como una fórmula también manida, sacada de la chistera política en medio del ilusionismo de que no hace falta corregir nada del pasado, que la autocrítica es una pérdida de tiempo y la reformulación de las viejas fórmulas reformistas no es necesaria. Nada más peregrino e inexacto. Así como el camaleón que se duerme se lo lleva la corriente. Político que no se renueva se lo lleva la historia al limbo de la indiferencia popular.
No se puede ser tan arrogante y creer que la vigencia política es inagotable, y que la autosuficiencia nos garantiza liderazgo por sobre los demás. Nada más falaz. Sin política de alianza no hay unidad política, sin humildad política no hay liderazgo. Sin todo o anterior no hay consenso posible y, por tanto, la gobernabilidad no es más que un espejismo.
En busca del consenso perdido
En esta hora aciaga de un Ecuador caotizado, sin conducción, sin proyecto nacional ¡qué falta hace el consenso nacional! Esa carencia como nación es, por demás, carencia de un proyecto político claro. De un ideal de país, de una propuesta de cambio frente a la actual situación.
¿Por qué el correísmo tiene temor de reiterar todo aquello que lo hizo conducir al país durante una década, para muchos, ganada en orden, en soberanía, en derechos, en gobernabilidad? ¿Por qué no busca un consenso nacional en torno a los principios y valores que hizo que su proyecto fuese revolucionario en un momento de la historia nacional? Por qué su agenda no contempla un proyecto de país en el orden económico esbozado con claridad, por ejemplo, sobre el modelo económico propuesto para el país en rechazo al neoliberalismo, acerca de la tenencia de los medios de producción, la vigencia de la dolarización, la explotación de nuestros recursos naturales, la necesidad de una reforma agraria, el rol del Estado y de sociedad civil en la economía popular y solidaria, el destino de los excedentes petroleros, la vigencia de sujetos de créditos productivos, las reglas del juego claras para la empresa privada, emprendedores e inversionistas locales e internacionales. ¿Por qué en el campo de la política no se habla con claridad de la necesidad de reformular la defensa de los derechos civiles para volver a ser un país incluyente y recobrar el sentido de la justicia con probidad y sin impunidad? ¿Por qué no se habla con franqueza acerca los derechos de los trabajadores y patronos en busca de una armónica relación de clases? ¿Por qué no se reestructura con transparencia el sistema de justicia y se reconsideran los fallos políticamente forzados que dieron lugar a la odiosa persecución política? ¿Por qué en el terreno consuetudinario no se delinean, con renovado sentido de justicia social, las políticas públicas en materia de salud, educación seguridad social, cultura, vivienda, entre otros? ¿Por qué en aquellos temas sensibles no se habla con claridad y se proyecta una nítida idea sobre los derechos reproductivos de la mujer, violencia de género, y minorías sexuales? ¿Por qué no se le habla con claridad a los jóvenes sobre ciencia y tecnología, cuidado ambiental, derechos etarios como oportunidades vitales para las nuevas generaciones? ¿Por qué siendo Ecuador un país intercultural no se proclama la cultura como un factor de liberación del ser humano? ¿Por qué en el ámbito internacional no se delinea con lucidez una política soberana del país, respecto de pueblos hermanos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, y otros, y se guarda un sospechoso silencio? ¿Por qué no se dice que Ecuador es un país no alineado y que la guerra es la peor lacra social de la humanidad? ¿Por qué no se busca la confraternidad y la auténtica unidad regional con nuestros pueblos hermanos del continente?
La lista de los interrogantes sin respuestas puede ser interminable. Sin embargo, cuando se plantea la urgencia de una Agenda de Consenso Nacional estamos pensando ir más allá de la intención de convencer a electores indecisos o temerosos en medio de una elección. Se requiere de una Agenda de Consenso Nacional para gobernar el país y trascender la coyuntura meramente electoral que genera dudas o temores en uno y otro lado. La Agenda de Consenso Nacional debe recoger preocupaciones de la ciudadanía y de la gestión del Estado. En esencia, se trata de una agenda de desarrollo y otra de gobernabilidad.
Todo se reduce a una cuestión final: ¿Por qué el progresismo correísta, que pretende volver a gobernar este país, no busca un consenso nacional en torno a las interrogantes que deben ser convertidas en afirmación de su política? ¿Por qué espera que sea demasiado tarde?