Parodiando al discurso publicitario de un banco de propiedad de los actuales gobernantes, diremos que lo peor está por venir. Ecuador se apresta a vivir un proceso de fascistización de ser elegido el representante de la derecha criolla remozada, el empresario milenial, Daniel Noboa, y su adlátere de fórmula, Verónica Abad. El fascismo se instaura por violencia o por descomposición social. En Ecuador ambos fenómenos avanzan juntos. La descomposición ocurre cuando la sociedad trastoca sus valores y la violencia es la única respuesta a la pérdida de control social.
“En ecuador vivimos una guerra”, ha dicho Noboa. Y agrega a continuación: “Lo nuestro es un progresismo responsable, es la libre empresa con responsabilidad social”. Sin duda, populismo de derecha, clientelismo electoral, un demagogo, pero sus estrategas dicen que se trata de la “nueva política”, un outsiders que “está más allá de la confrontación”. Si se tomara en serio el discurso de Noboa que no es de odio a Correa, algún momento se enfrentará a la derecha más irracional, porque en el país no hay una derecha medianamente sensata. Lo de Noboa, sin embargo, es un ejercicio de demagogia del más viejo estilo. Mientras tanto su compañera de fórmula, Verónica Abad, es quien habla de los temas fuertes, conflictivos, admiradora del ultraderechista Javier Milei de Argentina: “Los vamos a pasar por arriba a un régimen de la antigua casta política”, ha dicho Abad, parodiando a su ídolo sureño. En redes sociales circula un video de Abad, en el que se refiere a la reducción del tamaño del Estado y de eliminar a funcionarios públicos: “El gobierno limitado implica el cierre de mucha gente, que llamamos pipones, o que están en un gobierno inflado, ministerios y secretarías, y que usurpan el dinero de los ciudadanos”, dijo Abad en su momento.
Visto así la campaña de Noboa-Abad diversifica su discurso en un relato para la derecha recalcitrante, aquella que quiere escuchar promesas de dureza, violencia e intransigencia con sus enemigos correístas; y otra narrativa dirigida a los no adeptos por ganar, incluidos sectores del correísmo blando, con los cuales Daniel Noboa coquetea con guiños de no atacarlos y mostrarse “socialdemócrata responsable”, como ha dicho. Entre esos sectores hay un “segmento juvenil” y de género que el correísmo no logró captar. En tanto, Verónica Abad juega el papel agresivo para un sector de indecisos y una derecha que prefiere ver en la candidatura del empresario una línea dura. La política de mano dura fortalecerá a las fuerzas del orden en términos represivos contra la protesta social, bajo una represión selectiva.
Esta dualidad política abriría las puertas a un neofascismo ambiguo en el país, compuesto de acciones represivas y populistas al mismo tiempo, emulando al fascismo clásico que nos ha mostrado la historia en Europa y América Latina, en las décadas de los años cuarenta y setenta, respectivamente, del siglo anterior. Pero con un mismo objetivo: cautivar a sectores despolitizados, medios y altos, que aspiran gobiernos fuertes, y reprimir a los sectores populares que rechazarían un régimen impositivo carente de políticas sociales.
Mientras la derecha sugiere estas ideas, la campaña González-Arauz tiene el reto de renovar su discurso con nuevas propuestas, concretas y específicas, de cómo va a sacar al país del estancamiento, cómo dará oportunidades a jóvenes y viejos, a las mujeres que reclaman sus derechos, a los trabajadores sin empleo, a los sectores productivos que necesitan políticas de reactivación de la economía para generar puestos de trabajo. Ya no basta con decir, “ya lo hicimos en la década ganada”, aludiendo al gobierno de Rafael Correa, que “harán lo que ya hicieron”, ahora en la década perdida gracias a los regímenes de Moreno y Lasso. Ahora se requiere de nuevas soluciones para los nuevos problemas del país.
Los representantes del progresismo, Luisa González y Andrés Arauz, deben preguntarse a quién pedir el voto, más allá del voto duro de sus adeptos. No es fácil colegir a quién se lo puedan pedir, cuando su actuación carece de políticas de alianza hacia sectores indígenas, sindicalistas y empresariales, mientras que el debate electoral está planteado entre pueblo y oligarquía.
Se ha dicho que la política es el arte de hacer que las cosas sucedan, pero cuando a un partido o movimiento la política le sucede, está en presencia de ausencia de liderazgo. Algo similar ocurre al progresismo ecuatoriano que se deja arrebatar el discurso popular por una derecha demagógica que, mientras promete veleidades al pueblo, también habla de mano dura. Esta ambigüedad política abre las puertas al fascismo que no es otra cosa que el clientelismo populista mezclado con represión, cuando las ofertas no se cumplen y el pueblo protesta.
También se promete por acción u omisión. Los unos diciendo lo que harán de llegar al poder, los otros omitiendo decirlo tal vez porque se sienten seguros del poder. Si en los días que restan de campaña hasta el 15 de octubre, no se produce un cambio en las narrativas políticas, lo peor está por venir.