Hoy se celebra el Día de la Cultura en conmemoración al 9 de agosto de 1944, fecha en la que se crea la Casa de la Cultura Ecuatoriana. La iniciativa e instaurar la celebración surgió en el gobierno de Guillermo Rodríguez Lara, quien decretó la conmemoración en respuesta del Estado a una relación siempre contradictoria con la cultura.
La Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) nace en 1944 creada por Benjamin Carrión Mora en la tentativa de “fortalecer la identidad nacional luego del quebranto territorial sufrido en 1941”. Carrión había expresado: “Si no podemos, no debemos ser una potencia política, económica, diplomática y menos – ¡mucho menos! – militar seremos una gran potencia de la cultura, porque así nos autoriza y alienta nuestra historia”.
Nacía, al amparo de ese principio, una institución autónoma, independiente de los propósitos del Estado de gestionar la política, la economía, la actividad militar y la diplomacia. Esta autonomía, que es la esencia misma de la creación de la CCE, debía conservarse en su gestión cuyo protagonista debería ser el pueblo ecuatoriano en sus diversas manifestaciones culturales.
En sus inicios la CCE, según data la investigación de Martha Rodríguez, ha experimentado una evolución muchas veces en contrapunto con la historia nacional. “El discurso de la Patria chica -constata Rodríguez- iba muy ligado al discurso del mestizaje que teníamos en el contexto latinoamericano, cuando el Estado vio la necesidad de incorporar al indio a la nación y entraba en juego el discurso del mestizaje por esa incorporación”.
En Quito, el discurso indigenista del mestizaje cobra fuerza, y contamina las políticas culturales emanadas desde instituciones ajenas al Estado. Esa identidad mestiza se fue construyendo en la gestión de instituciones políticas no sin conflicto con la institución cultural, puesto que dicha gestión entraba en tensión con las políticas emanadas desde la Casa de la Cultura que concebía a la cultura como “bellas artes de alta cultura”.
Esta autodefinición cultural vino de la mano de un sentido de autonomía que reclamó desde un comienzo la CCE. La institución, a través de su historia, ha librado batallas por su autonomía dentro de jerarquías de entidades culturales existente. No obstante, la autonomía de la CCE es un tema identitario, no solo administrativo como aparenta ser. Identidad que alude a determinados valores de la cultura, que amerita rescate como si hubiera sido secuestrada o desnaturalizada por oscuras fuerzas. Los argumentos dentro de los cuales se debate la autonomía institucional son falaces, y emanan de postulados teóricos que inciden en la concepción de la ley cuando define en el artículo 138 la autonomía responsable como “la capacidad de ejercer competencias institucionales en el marco de la política cultural emitida por el ente rector de la cultura”.
Y esa rectoría se la atribuye el propio Estado, a través del Ministerio de Cultura y Patrimonio y sus funcionarios, en una relación con la CCE no menos contradictoria. En el afán de confrontar con la Casa de la Cultura y rebajar su presencia real y simbólica, -advierte el escritor Raúl Pérez Torres- no les ha permitido ver la problemática de la cultura nacional en toda su magnitud”.
En la Ley de Cultura, en varios de sus acápites, la autonomía de la CCE aparece como un eufemismo. Se dice en el documento legal, las Casas de las Culturas tendrán una sede provincial, podrán constituir otras sedes, no solo de conformidad con lo establecido en la ley, pero solo de acuerdo a “lo que dicte el Ministerio de Cultura y Patrimonio”. La asamblea provincial tendrá como miembros a los artistas, gestores culturales y ciudadanos en general que voluntariamente se vinculen a la Casa, “de acuerdo a la normativa emitida por el Ministerio de Cultura y Patrimonio”. Los recursos monetarios que provengan, sea de autogestión o sea de la prestación de servicios, solo podrán constituir ingresos para las Casas de la Cultura, “de acuerdo a las directrices y lineamientos generales emitidos por el Ministerio de Cultura y Patrimonio”.
Consecuentemente, la Casa de la Cultura vio perdida su autonomía en la propia Ley de Cultura que la convierte en un instrumento del Ministerio de Cultura. En esta relación de dependencia radica lo que para diversos gestores culturales es causa del mal mayor que aqueja a la cultura nacional. La cultura, manifestación libre de los pueblos, en Ecuador permanece como rehén de un rector que la coarta en su autónoma expresión, envuelta en el altercado de ser expresión de creatividad popular o industria de una economía que pretender solo mercantilizarla.
En el Día de la Cultura esta y otras cosas es preciso discutir desde la reflexión y critica positiva no desde la ofuscación en el intento de secuestrar la cultura. Los intentos de minar la autonomía de la CCE, entidad natural de la cultura, suponen el riesgo de que la actividad cultural en el país termine en manos de burócratas “en gestión no democrática emanada de una concepción ideológica que tampoco logra serlo, y que engendra políticas culturales en una ley que desnaturaliza la identidad institucional de la Casa de la Cultura Ecuatoriana”.
La cultura debe significar para el hombre y la mujer la capacidad de reflexionar sobre sí mismos. Es la cultura la que hace de ellos seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. Precisamente, cuando la cultura es expresión libre de racionalidad, actitud crítica y compromiso de manera primordial con el ser humano.