Ya no se escucha con la misma frecuencia de antes la cantaleta propagandística oficial “Más Ecuador en el mundo y más mundo en el Ecuador”. Será que el mundo se olvidó de Ecuador o lo menciona solo en sus aspectos más negativos. Y esos aspectos negativos del país sudamericano en el exterior son comentados por la prensa extranjera norteamericana.
Recientemente una publicación del influyente New York Times (NYT) publicaba un informe acerca de la realidad ecuatoriana hoy día, en el que se dice que Ecuador se ha convertido en una debacle, somos tierra de nadie por el gobierno nefasto de Moreno y Lasso. El NYT tituló “Ecuador era un país pacífico ahora es un violento centro del negocio de la droga”. Ecuador se ha convertido en una tierra de las oportunidades para el narcotráfico con carteles de países como México y Albania, uniendo fuerzas con pandillas y bandas lo que ha desatado una ola de violencia sin precedentes en la historia. Esto tiene que ver con la realidad de los últimos seis años en que se ha dejado a la buena de Dios al país, a partir de decisiones absolutamente desacertadas, poco técnicas improvisadas y cargadas de odio.
Según el New York Times, «el Ecuador de la Revolución Ciudadana entre el 2005 y el 2015, fue escenario de una transformación extraordinaria en que millones de personas salieron de la pobreza impulsado por la ola de un auge petrolero, cuyos beneficios el presidente Rafael Correa vertió en educación, salud y otros programas sociales». Este en cambio, es el Ecuador destruido por Lenin Moreno y Guillermo Lasso, constata el periódico neoyorquino.
Ecuador registra 3. 326 muertes violentas en lo que va del año, el 89% de ellas relacionadas con narcotráfico, sicariatos y asaltos, de acuerdo con datos proporcionados por el Gobierno. Si esta tendencia se mantiene al alza y las muertes violentas no se detienen, para diciembre existirán casi 6,000 mil fallecidos por homicidios, convirtiéndose el año 2023 en el más violento de la historia nacional. La violencia vinculada a las drogas comenzó a aumentar en torno al 2018, afirma el NYT: «Hoy los ecuatorianos ven como sus barrios se deterioran en medio de la delincuencia, las drogas y la violencia. Aumento de extorsiones, de secuestros, narcotráfico, corrupción, pobreza, desempleo, arriesgando sus vidas para salir de este infierno donde hay muchos más responsables».
Quiénes son los responsables
Es de Perogrullo decir que la Policía Nacional es la institución responsable de la seguridad ciudadana y que sobre 70 mil efectivos policiales a escala nacional recae la responsabilidad del cuidado de 18 millones de ecuatorianos. En realidad, la pregunta pertinente es: ¿qué tan responsable es la Policía de la violencia que la ciudadanía vive y muere en las calles del país?
Un análisis de Ramiro Aguilar anticipa una respuesta: “Es tan evidente la responsabilidad de la policía en la guerra que se vive en las calles del Ecuador que me sorprende que la gente no se percate de ello”.
Contrariamente, la gente reclama mano dura en las calles y en las cárceles en consecuencia que es esa policía actuando omnipotente y corrupta, un elemento gravitante del crecimiento exponencial de los indicies de muertes violentas en el país.
Policía no hay una sola. Junto al chapita de medio pelo reclutado en las peores condiciones profesionales existen -según constata Aguilar- unidades de élite de la policía que son los grupos tácticos y antinarcóticos que viven una realidad privilegiada. Alojados en cuarteles con todos los servicios, armamento en regla y municiones. Los antinarcóticos además reciben sobre sueldos de las agencias internacionales como premio a sus incautaciones. Hacen cursos, viajan, se infiltran en las bandas de narcos para los operativos grandes generalmente con entregas vigiladas fuera del país. Suelen ser las primeras antigüedades. Los menos antiguos envidian sus autos del año, sus departamentos nuevos, sus viajes, etc.
El otro día comentábamos con un amigo que existen diversas policías: está la que recluta a sus efectivos entre gente humilde y le obliga a pagar los cursos en cantidades de miles de dólares, a comprar los chalecos antibalas en no menos de 500 dólares, a adquirir municiones y responder por cada proyectil que utiliza en servicio, policías que son enviados fuera de sus ciudades de origen a acuartelarse en lugares sin las condiciones básicas, como es el caso de aulas universitarias sin camas ni colchones en la Universidad Católica de Guayaquil o en UPCs de barrio marginal sin las mínimas condiciones de seguridad.
En contraste, están los “policías de descarte” que aspiran algo mejor a sus compañeros y se venden al narco y al minero ilegal, a los tratantes de personas, buscando donde está el “billete fácil”.
El policía más visible es el de tropa, que sobrevive de su sueldo, que recibe las botas gastadas, “al que le cuentan las balas, el de los chalecos antibalas caducados, el del patrullero sin gasolina. Ese que ni sueña pactar con el narco ni ser de élite. Ese policía es el que cuida la calle cuando puede. Ese policía vive en los mismos barrios donde viven sus primos los de la banda”.
Uno se pregunta en esta debacle nacional de la que habla el NYT: ¿habrá policías honestos? Debe haberlos, como excepción a la regla, entre oficiales y la tropa. Pero, ¿habrá policías espiritualmente sanos? No se sabe cuántos pueden ser potenciales asesinos, torturadores, extorsionadores, violadores, alcohólicos, drogadictos, que desquiciados concurren cada día a ejercer su precario trabajo.
Cuánta falta hace en la Policía Nacional una evaluación de sus componentes a fin de detectar objetivamente un diagnóstico de la corrupción como el realizado en 1932 en Nueva York a cargo de Samuel Seabury. Según dicha investigación “los abusos de la policía contra los sospechosos pueden adoptar la forma de cargos falsos, de maltrato, o de ambos; a la vez, revela que pueden tener conexión con actos de corrupción dentro de la institución. Sin embargo, la lección más importante del informe Seabury es que resulta prácticamente imposible controlar los abusos de la policía si el sistema penal judicial, como un todo, los tolera y estimula. Si los fiscales y los jueces esperan recibir sobornos y pasar por alto la brutalidad de la policía, quiere decir que confían en la participación de esta última; por lo tanto, sería hipócrita centrar la crítica sobre los funcionarios policiales”.
¿Cómo proyectarnos ante el mundo con instituciones en ese estado de degradación?
Es urgente que el sistema responsable de la seguridad en el país -jueces, fiscales, policía- se someta a una depuración. Unificar criterios profesionales de acción, incorporar nuevos valores a su misión-visión, establecer mejores honorarios a sus funcionarios, ejercer mayor control ciudadano a su gestión.
Se trata de proyectar otro país ante el mundo, al menos en materia de seguridad y violencia delincuencial. Acabar con el estigma que relata el New York Time: antes éramos reconocidos por algo positivo y por el desarrollo, ahora somos reconocidos internacionalmente no por cosas buenas sino por todo lo contrario, uno de los países que tenía esperanza y ahora vemos como cada día aumenta más la tasa de crímenes y la tasa de muertes. Para eso se necesita voluntad política.
Enlace al NYT: https://www.nytimes.com/es/2023/07/12/espanol/narcotrafico-violencia-ecuador.html