El paradigma estadounidense de probidad en los actos oficiales de sus mandatarios ha sido puesto en entredicho con diversos hechos que empañan la imagen de los presidentes demócrata y republicano, Joe Biden y Donald Trump, respectivamente.
El 2 de agosto, Trump, ha sido acusado de 4 ofensas criminales relacionadas con el deseo de revertir los resultados de las elecciones presidenciales del 2020 que concluyó con el asalto criminal al Capitolio el 6 de enero de 2021. Un jurado en Washington D.C. conformado por 23 personas votó unánimemente a favor de la acusación criminal en el tribunal. El juicio puede tener lugar el próximo año en los Estados Unidos.
Otro juicio contra Trump por sustraer de la Casa Blanca documentos secretos oficialmente clasificados sobre la guerra de EE. UU con Irak, y ocultarlos en su mansión privada, se llevará a cabo en una corte de Miami en mayo del año próximo.
A diferencia del juicio por los documentos clasificados, el asalto del Capitolio fue cometido siendo Trump presidente y la acusación incluye a 6 co-conspiradores, en esas circunstancias se filtró el nombre del primero, Rudy Giuliani. Trump pretendió ignorar que había perdido en buena lid las elecciones presidenciales frente a Joe Biden y quiso hacer trampa al tratar de subvertir los resultados limpios de los comicios. En consecuencia, tubo responsabilidad en los trágicos eventos del asalto al Capitolio que dejó un saldo de varios muertos y heridos entre efectivos policiales en enero del 2021. Trump envenenó a sus fanáticos con la teoría conspirativa del fraude, esparció deliberadamente esa mentira entre sus adeptos y ellos fueron al Capitolio, violentamente, a tratar de impedir que se proclamara a Joe Biden como el ganador de los comicios.
El fiscal Jack Smith explicó los cargos contra Trump, entre los que destaca el de “conspiración para defraudar a los EE.UU”, es decir, a las instituciones de ese país, y resulta culpable, además, de haber tratado de perpetuarse en el poder. El asalto sangriento en el Capitolio ocurrió por instigación de Trump quien, tiene responsabilidad intelectual en el ataque que dejó muertos y heridos entre policías que defendieron el edificio del Capitolio. Ese día la democracia norteamericana estuvo amenazada con intención de impedir el traspaso pacífico del poder al legítimo ganador de las elecciones. La tesis infundada del fraude electoral prosperó con odio entre sus fanáticos violentos y este hecho es inaudito en los Estados Unidos, país que se jacta de perfección en el funcionamiento de sus instituciones democráticas.
En el caso del presidente Joe Biden, su hijo Hunter cobró millones de dólares en sobornos de países extranjeros, mientras su padre era vicepresidente de los EE.UU, y como tal le brindaba protección y padrinazgo a Biden junior. Según Dibon Archer, ex socio de Hunter Biden y parte del entramado de sobornos de países extranjeros, que rindió su versión citado por la Comisión del Congreso, declaró -no bajo juramento- que Hunter hizo que su padre en más de 20 oportunidades, siendo aun vicepresidente de Obama, hablara con sus socios chinos, ucranianos, rumano y turcos como una forma de presionarlos.
Donald Trump tiene un pobre concepto de Biden a quien considera el mandatario norteamericano “más corrupto de la historia porque es un presidente que ha sido comprado”; y que, además, es un “tonto hijo de puta” por permitir que eso suceda. Lo calificó de hijo de puta, en el sentido de que es un malvado. ¿Qué político profesional no lo es? A esto se suma el estigma de la decrepitud: Biden ya no tiene energía para actuar como presidente reelecto, ni física ni mentalmente, se equivoca en los nombres de las cosas y las personas: hace poco dijo en una rueda de prensa que “Rusia está perdiendo la guerra con Irak”. En los actos públicos tropieza y se cae aparatosamente en el escenario. Trump ganaría si Joe Biden o Camala Harris tercian en las elecciones del año próximo, según la prensa norteamericana, pese al empate técnico en un 47% que registran las encuestas hoy mismo.
Frente a las acusaciones contra Biden, el congresista demócrata, G. Boldman, salió en defensa de Biden diciendo que el presidente solo “hablaba del clima con los ex socios chinos, ucranianos, rumanos y turcos, de su hijo Hunter”. Biden hijo, recibía dineros por falsas consultorías que en realidad eran sobornos millonarios. Pero Biden padre negó esta situación en la campaña anterior. Hablar del clima era suficiente porque lo que le interesaba a Hunter era hacer que su padre demostrara que estaba a su lado cuando hablaba con sus socios. La defensa de Boldman es inconsistente, no está basada en la verdad. Biden y sus adláteres mienten cuando afirman que Hunter -el hijo del presidente- «nunca discutía con él, asuntos de negocios con países extranjeros”.
Y la guinda del pastel: hace unos pocos días personal del Servicio Secreto de la Casa Blanca descubrió en un área de visitas, un paquete que contenía cocaína. Las sospechas recaen sobre Hunter Biden aficionado al crack y a la coca como consumo habitual en sus fiestas privadas.
En la Casa Blanca el Servicio Secreto encontró cocaína en el área de visitantes. Se sospecha que quien introdujo la droga debió ser una persona de confianza y con privilegios a la entrada en The White House, y ese puede ser Hunter Biden, hijo del presidente, que entra y sale de la sede de gobierno sin mayores controles.
Este entramado de corruptela, mentira, sobornos y droga en la Casa Blanca, desdice la imagen de una mansión del poder estadounidense pulcra, blanca como su nombre lo sugiere. Mientras tanto, los norteamericanos en encuestas se muestran insatisfechos con Biden y un 70% declara estar descontento.
Resulta inédito este tiempo en el que dos presidentes norteamericanos, al unísono, generan tal descrédito institucional en el seno del poder de los Estados Unidos, potencia política, económica y militar que se ufana de mantener un ejemplar american way of life.