Se suele escuchar en boca de algunos conformistas que la democracia, pese a sus fallas y limitaciones, es el mejor sistema de gobernanza y convivencia cívica que existe. La afirmación huele bien hasta que se perciben los peligros de ser democrático en una sociedad donde la democracia formal es un simulacro de equidad política y social, equilibrio de poderes y en la cual, supuestamente, a todos nos anima la misma bonhomía política.
En la esencia misma de la democracia real debería primar un sentido de convivencia armónica entre los concurrentes al conflicto social, en otras palabras, la democracia debería permitir la coexistencia pacífica de las partes en una sociedad dividida en clases antagónicas. Lo cual no es posible en la práctica, más allá de los intentos conciliadores de los llamados sectores políticamente centristas.
En la práctica, el tan anhelado equilibrio social fruto de una conciliación no existe o se rompe, cuando un sector hegemónico percibe el peligro de perder el poder, o el gobierno que le permite el control de los poderes fácticos.
Campaña antidemocrática
Ese es el caso ecuatoriano con una clase hegemónica parapetada en la derecha neoliberal que hace todo lo posible por impedir el retorno del progresismo al gobierno, bajo el riesgo de que el “comunismo” se haga con el poder desplazándola de sus privilegios. Este comportamiento se hace evidente de cara a las futuras elecciones presidenciales, en cuyo contexto se ha puesto en marcha una orquestada campaña mediática destinada a impedir el triunfo del correísmo -que auguran las encuestas-, el próximo 20 de agosto.
El contenido de esa campaña no escatima esfuerzos en recurrir a todos los argumentos, apelando a la mentida, la injuria y la manipulación con el fin de crear desprestigio en torno a la candidatura progresista representada, en este caso, por una mujer manabita de origen montubio que ha superado todas las trabas del patriarcal sistema político ecuatoriano para alcanzar la representación popular en estas elecciones presidenciales.
A Luisa González había que encontrarle un oponente con cierta posibilidad de triunfo en una eventual segunda vuelta electoral, entonces surge remozado el nombre del ex vicepresidente del régimen de Moreno -Otto Sonnenholzner-, tan responsable como su ex jefe presidencial de la crisis que acecha al país por ser coideario suyo y adlátere de sus políticas antipopulares. En ese intento se ha creado un troll center con la misión de socavar la imagen de González y potenciar la de Otto. Según denuncia del ex presidente Rafael Correa, el troll center actúa desde una casa de seguridad del barrio La Armenia, en Quito y utiliza IP camuflados que sugieren que la información sale de otras ciudades o países.
Esa estrategia viene funcionando paralelamente a la idea de posicionar un fraude electoral que deslegitime un eventual triunfo de la candidata Luisa González. Las maniobras prelectorales tienen que ver con esa posibilidad y es congruente con promover el voto nulo, tarea que asumió cierto sector del infantilismo de izquierda que milita en la llamada Unidad Popular.
Basado en especulaciones de ciertas encuestas, los estrategas de las candidaturas de la derecha concluyen en que el voto nulo puede ocupar un segundo lugar en las preferencias electorales, después del primer lugar ocupado por Luisa González, si esa tendencia resulta ser cierta no tienen otra opción que intentar anular el proceso.
De manera obsesiva el tema de la violencia carcelaria y callejera en el país, se ha convertido en el tema electoral de la derecha -como un karma-, evidenciándose además que sus políticas son las que han llevado al Ecuador al estado actual al entregar al país a la delincuencia organizada, generadora del caos y la violencia. Prueba de ello son los más de ocho mil homicidios registrados durante el gobierno de Lasso, que han convertido al Ecuador en uno de los países más inseguros del mundo.
Es el conjunto de eventos de esta naturaleza que confirma el peligro de una democracia que no es real, que permite una práctica política en contra de una vida pacifica de los ecuatorianos, en medio del desastre económico, político, social y moral que se vive causado por el indolente régimen imperante.
Todo apunta al fracaso del Estado, como si la política fuese el intento deliberado de que la organización estatal no funcione para así dar paso a la gestión privada, bajo la figura de suculentos negocios o pactos entre sectores minoritarios privilegiados.
A casi cinco décadas del mal llamado “retorno a la democracia”, bien cabe preguntarnos para que sirvió ese proceso político de pasar el poder de las manos militares a civiles que no cambiaron nada en la forma de ejercer el poder.
Una de las grandes preguntas que nos debe permitir la democracia es, precisamente, cuestionarnos para qué nos sirve la democracia, cuáles son los peligros que oculta su apariencia cívica. La democracia no es solo es la presencia de un poder civil, con una rotación electoral cada cuatro años. La democracia debe permitir acceder a la justicia plena, caso contrario es el camino más expedito a la desigualdad social. La democracia es una herramienta política que, en manos de quienes la desvirtúan, genera el peligro de descomponer a la sociedad. La campaña para las próximas elecciones acaso son la oportunidad de identificar en acción aquellas fuerzas democráticas y distinguirlas de aquellas que, en la práctica, no lo son.