Por Luis Onofa
El chocolate y su materia prima, el cacao, que en días lejanos fueran símbolo de estatus social y bebida afrodisíaca de la nobleza y los estratos altos europeos, tienen un museo que recopila la historia de su producción, consumo e industrialización en el mundo. Su nombre es Museo del Chocolate, y se levanta en una península que penetra en las aguas del Rin, en la ciudad alemana de Colonia. Este museo, junto con la Catedral de estilo gótico, constituyen dos de los principales atractivos turísticos de esta antigua ciudad imperial.
Desde su creación en 1993, por el industrial colonés del chocolate, Hans Imhoff, más de 15 millones de turistas han desfilado por sus cuatro pisos, pasando revista a la historia del cultivo del cacao en África y América Latina; observando la producción de chocolate en una máquina a escala. Pero también informándose sobre la historia de su cultivo hace miles de años en América, los conflictos entre aztecas y mayas por los pasos del comercio; la llegada del grano a Europa para su consumo, inclusive por los clérigos, para ayudarlos a sobrellevar las tentaciones humanas en la Cuaresma; la vajilla diseñada especialmente para el ritual de su bebida; los debates sobre sus posibles cualidades médicas; el ocaso de su consumo elitario tras la llegada de la industrialización, y su incorporación masiva a la sociedad de consumo con toda su parafernalia publicitaria, que alcanza hasta el deporte y el mundo infantil.
El Museo del Chocolate está entre los diez más importantes de Alemania. Datos digitalizados que se exhiben en numerosas pantallas dan cuenta del estado actual de la economía del cacao y el chocolate. África, con Costa de Marfil y Ghana a la cabeza, lidera el cultivo mundial. Ese continente genera el 77 por ciento de la cosecha del orbe, que en 2021 fue de 4.8 millones de toneladas. América Latina, ocupa el segundo lugar con cerca del 19 por ciento. En este continente, Ecuador se ubica en el primer lugar, seguido por Brasil, Perú, República Dominicana, Colombia, México, Venezuela, Nicaragua, Haití y Bolivia. Este país se distingue, además, porque un alto porcentaje de su producción es de cacao fino de aroma y es el primer exportador de este tipo de grano en el planeta.
La industrialización es un asunto de las corporaciones mundiales. Las más grandes productoras de chocolate son las estadounidenses Mars Inc. y Mondélez International, las que sumadas a Hershey Food copan el 48 por ciento de la producción mundial; les siguen las suizas Nestlé y Lindy & SprunglIi AG, con el 17 por ciento; las japonesas Meiji Co. Lt y Ezaki Glico, con el 15 por ciento; la italiana ferrero, con el 12 por ciento; la argentina Arcor, con el 4,1 por ciento; y la alemana August Storck KG, con el 2.6 por ciento.
Estas cifras muestran que la economía del chocolate y el cacao no ha escapado a la división internacional del trabajo: los países del sur producen la materia prima y los del norte, particularmente Estados Unidos, la industrializan.
La FAO sostiene que uno de los grandes problemas para el desarrollo de la industria del chocolate en los países productores es “el alto grado de integración vertical de las empresas multinacionales de la industria del cacao y del chocolate, que desde hace muchos años están en manos de los países importadores del grano”. De acuerdo con esa organización de Naciones Unidas, “Mientras no se resuelva este problema, la ventaja de adición de valor continuará distribuyéndose principalmente entre los países importadores tradicionales del cacao en grano y los ingresos de los productores seguirán siendo bajos”.
La historia de esta industria, según estudios especializados, muestra también cíclicos deterioros de los términos de intercambio, con caídas y recuperación de los precios, en dependencia de la acumulación de reservas del grano por las productoras de chocolate, los azotes de la naturaleza y las plagas. Esa historia ha tenido también consecuencias sociales y políticas. La bonanza cacaotera dio lugar a la aparición de las fortunas de los “gran cacao” en el Ecuador del siglo XIX, pero también el colapso de su comercio produjo agudos estragos sociales entre los campesinos y los pobres urbanos, a comienzos del siglo XX.
El Museo del Chocolate destaca las políticas de apoyo a los pequeños productores del “Oro Verde”, particularmente del África Occidental, y a los cultivos que no deterioran los bosques naturales. Al respecto, estudios especializados advierten la persistente destrucción de los bosques naturales para dar paso al cultivo de cacao. Esos informes también alertan sobre la violación de derechos humanos y de salarios que enfrentan los trabajadores de las plantaciones de cacao en el mundo, inclusive los niños, que aportan con mano de obra. Ello explica que algunos países consumidores, particularmente de Europa, han introducido la protección a los derechos laborales en los protocolos de calidad que exigen para los productos que acceden a sus mercados.
Así, cada pastilla de chocolate que deleita a los consumidores llega cargada de una historia de caídas y levantadas: fuerza de trabajo y dramas humanos, enormes avances tecnológicos para su elaboración, industrialización transnacional, e incipientes y a veces fallidos o persistentes esfuerzos de algunos países cultivadores por industrializar su materia prima y acceder a un reparto, por ahora desigual, de las utilidades que genera el proceso económico del cacao y el chocolate.