Sucede con frecuencia con los genios, nunca dejan de sorprendernos con sabidurías por aprender. Sucede con Milán Kundera, el escritor checo recientemente fallecido a los 94 años que, con su vida y acaso con su muerte, nos deja una lección imperecedera: la libertad es la insoportable condición del genio. Son libres por vocación, convicción y doctrina, y esa condición solo pueden sostenerla a ultranza los genios, que la defienden de manera inclaudicable.
Kundera, uno de los escritores más influyentes de su generación, fue uno de ellos. Nacido en Brno, en 1929, un pueblito checoslovaco invadido por los nazis diez años más tarde, ve crecer al niño Milán que ya había aprendido a tocar el piano gracias a las enseñanzas de Ludvík, su padre musicólogo, entonces el menor enfrenta su primera tribulación entre el ser libertario y sobrevivir a la invasión fascista.
En medio del fragor de la Segunda Guerra mundial, Kundera se hace comunista y, años más tarde, es expulsado de la organización checa del PC por iconoclasta, libertario e individualista, siendo aun estudiante universitario. Su libre vocación pudo más que su insoportable levedad militante. Inspirado en la purga comunista, Kundera escribe su primera gran novela La broma (1967). Ludvík, personaje principal, agazapa al autor en su relato autobiográfico en los vericuetos de la ficción que narra la seducción del protagonista a la mujer de su antiguo enemigo. El estudiante comunista se burla, en una carta escrita con humor, dirigida a la mujer que seduce; en la misiva Ludvík escribe parodiando a Marx que, el optimismo es el opio del pueblo, la gente feliz toca la estupidez, larga vida a Trotsky, afirmación consideraba irreverente por los dogmas del comunismo checo que lo envía a una prisión militar a cumplir trabajos forzados.
El año siguiente de publicada la novela La Broma el ejército soviético invade Praga (1968), la primavera de la purga comunista, Kundera enfrenta la censura literaria y decide partir a Francia, pero antes escribe La vida está en otra parte (1972) y La Despedida (1973), dos años más tarde Milán se muda a Paris donde reside hasta su muerte. Es su momento más humano, de fracaso y de duda, de sobrevivencia en su irrenunciable condición libertaria.
En Montparnasse, barrio parisino intelectual y bohemio, Kundera escribe en idioma francés La insoportable levedad del ser, novela que publica en 1986, obra que junto a su trayectoria literaria le habría significado obtener el Premio Nobel de Literatura que le negaron y, por cierto, nunca necesitó. El seductor protagonista, Tomás, nuevamente simboliza al autor en su condición de perseguido y expulsado del comunismo. Una vez más, el individualismo libertario lo condena al ostracismo cultural, condición que forma parte de la genialidad misma de Kundera.
Inconstancia de ánimo y ligereza en las cosas significó para Kundera la insoportable levedad del ser. De esa obra se ha dicho que narra las relaciones de pareja y su dimensión psicológica que son usualmente fuente de conflictos y contradicciones para el ser humano, que nos llevan desde la levedad estética a la solidez del compromiso vital. La novela parece contenerlo todo, es política, militante, reflexiona sobre la identidad, sobre el sentido de las cosas que hacemos y dejamos de hacer, sobre la vida que merece la pena ser vivida, y a la vez es una maravillosa y tristísima historia de amor, como la vida misma de Kundera.
«El novelista es aquel que, como decía Flaubert, aspira a desaparecer detrás de su obra», aseguró en una ocasión el escritor checo. Ni lo uno ni lo otro. Kundera y la heredad de su literatura prevalecen con esa genialidad libertaria que lo hace legar una verdad irredargüible: aun nos está haciendo falta asumir una sabiduría implícita en la obra de Milán Kundera: la sistemática desmitificación de los mitos de su generación y de la izquierda checa y europea en general. En ello acaso radique la insoportable libertad de su genio.