Por Luis Onofa
El Colonia Pride “es un momento para la libertad y la felicidad”. Así definía una residente latinoamericana en Colonia el desfile anual que se desarrolla en esta ciudad del suroeste de Alemania, cada mes de julio, organizada por la comunidad LGBTIQ para reclamar sus derechos civiles. Este año se efectuó este domingo 9 de julio y fue la culminación de tres días de diversos eventos, que incluyeron festivales de música y actos culturales, comidas y debates en el casco antiguo de la ciudad.
En la marcha también participaron sectores de la población organizados: mujeres, hombres, jóvenes, niños y viejos no necesariamente pertenecientes a las comunidades LGBTIQ, al son de los éxitos de la música moderna. Muchos de los unos como de los otros se aglomeraron en las aceras y en los bares que bordean las calles por donde pasa el desfile, para espectarlo, tomar cerveza o agua o retozar a la luz pública, en medio del agobiante clima de más de 36 grados centígrados de temperatura que caracteriza al verano europeo.
Quizá ese espíritu que anima a actores y espectadores del evento explica la frase con la que nuestra interlocutora definió el acontecimiento, uno de los más sonados de carácter gay de la temporada en Europa: la gente se libera de los prejuicios que todavía persisten aún en sociedades liberales como la alemana, y disfruta, sin abandonar la razón de ser del desfile: las demandas de las comunidades LGBTIQ, que se leen en los carteles y consignas de los marchantes, y se visibilizan con fuerza no solo para esta parte de Alemania, sino también para el resto del mundo.
El evento de Colonia, como otros parecidos en otros lugares del planeta, recuerda las masivas protestas gays que siguieron a la dura represión policial del tres de junio de 1969, durante una redada en el bar Stone Wall, en Greenwich Village, zona de ambiente liberal de Nueva York. A partir de entonces, esos grupos iniciaron un proceso de lucha primero tímida para que la sociedad los reconozca como tales, y luego para demandar sus derechos civiles, mediante formas de organización clandestina y recurriendo a medios de difusión alternativa, y luego, de manera abierta.
Los años en que los LGBTIQ, empezaron sus batallas de manera colectiva, a mitad del siglo XX, eran tiempos de insurrección en el mundo, que se expresaban de diversa manera: luchas de los negros por sus derechos civiles en Estados Unidos; movimiento hippie; protestas contra la guerra estadounidense en Vietnam; expresiones de la llamada contracultura; insurgencia política armada en América Latina, acompañada de una corriente de canción de fuerte contenido de protesta social en este mismo continente, y África se encontraba en los últimos capítulos de sus batallas anticoloniales.
Las luchas de las comunidades LGBTIQ por obtener reconocimiento social, no son nuevas. Datan de siglos. Tantos como los castigos a los que fueron sometidos por los prejuicios religiosos, morales y sociales que han manchado la historia de la humanidad. En el siglo XIX lograron algunas conquistas en Europa, que las perdieron antes, durante y después de la II Guerra Mundial. En ese tiempo, cuando se creía que la homosexualidad era un problema cerebral, se produjeron episodios dramáticos como el de Alan Turing, en Gran Bretaña, a quien las autoridades le pusieron a escoger entre la cárcel o el tratamiento hormonal con estrógenos. Él escogió esta última alternativa, que lo dejó impotente, entre otros estragos, lo que le llevó a optar por el suicidio.
Las comunidades LGBTIQ han logrado algún reconocimiento social y algunos derechos. Pero aún tienen un largo camino por recorrer: su agenda aún está en debate y tiene todavía muchos temas por esclarecer. En esa línea, el Colonia Pride 2023 y otros similares en otras partes del mundo constituyen un recurso estratégico de fuerte simbólico.
Fotografías:Luis Onofa