Cuando Simone de Beauvoir (1908-1986) escribía El Segundo sexo (1949), obra capital del pensamiento feminista francés, en nuestro país el sufragio femenino ya había sido garantizado veinte años antes, en la Constitución de 1929, convirtiendo a Ecuador en el primer país de América Latina en dar a las mujeres el derecho al voto. El cambio constitucional se dio luego de que la doctora Matilde Hidalgo solicitara votar en las elecciones legislativas de 1924. La solicitud fue aceptada por el Consejo de Estado, convirtiéndola a su vez en la primera mujer de América Latina en votar en una elección nacional. Matilde Hidalgo, quien era conocida por haber sido la primera mujer ecuatoriana en haber completado sus estudios secundarios y la primera médica (graduada en 1921 en la Universidad Central del Ecuador), intentó inscribirse en la ciudad de Machala para votar en las elecciones, pero los funcionarios encargados lo impidieron por su condición de mujer.
La obra de Beauvoir, que es un ensayo donde la autora hace un análisis sobre el papel de las mujeres en la sociedad y la construcción del rol y figura de la mujer, se tradujo a varios idiomas y se convirtió en el marco teórico esencial para las reflexiones de las fundadoras del movimiento de liberación femenina. Una voz singular en la sociedad occidental en la que tras el movimiento sufragista y la obtención del derecho al voto femenino se había vuelto a recluir a las mujeres en el hogar, pues la obra permite hacer balance del recorrido hacia la igualdad de los sexos.
Los tiempos han cambiando para bien, y hoy Ecuador tiene la oportunidad de elegir a una mujer, Luisa González, como la primera Presidenta del Ecuador en su historia, favorecida por el voto popular. Hoy, que se arguye la equidad de género en la política, distante están los días de la Constitución de 1897, que no contenía restricciones en cuanto a género para gozar de derechos de ciudadanía.
Luisa, como Matilde, puede pasar a la historia por su protagonismo político de género. Bien haría Luisa en sacudirse las escamas conservadoras de su piel y enfrentar su condición de mujer junto a sus similares ecuatorianas; al fin y al cabo, ella podría ser la primera mujer Presidenta de la República elegida del Ecuador, y eso no es poca cosa. ¿Por qué no abrir un diálogo con las mujeres acerca de sus derechos contemplados en el feminismo, una manera de vivir individualmente y una manera de luchar colectivamente, si ella misma se propuso encabezar la lucha de la sociedad ecuatoriana por las reformas sociales? Al final de cuentas, en nuestra sociedad se expresan los feminismos liberal, radical y socialista, en una rica variedad en la diversidad. Entonces la lucha feminista no excluye -no debe hacerlo-, por diversidades ideológicas.
Si el tema polémico entre Luisa y sus eventuales votantes es el aborto, hay que distinguir entre declararse pro aborto, a secas, y declararse pro derechos de la mujer a elegir una opción de maternidad o no. Esa es la cuestión de fondo. Es preciso defender el derecho de la mujer a disponer de su cuerpo, a elegir o no la maternidad, a ser un ser libre y soberano frente a sus decisiones de vida. Si el aborto es una práctica médica protegida por el Estado que posibilita que la mujer decida acerca de sus derechos reproductivos, con mínimo riesgo de su vida, bienvenida sea. Eso es lo que hay que defender.
Y Luisa en su condición de primera mandataria del país tiene la brillante congruencia de que esto suceda. Nadie puede obligar a la mujer a abortar el fruto de su concepción, como nadie puede restringir su derecho a hacerlo. Una Presidenta mujer tiene la inmejorable oportunidad de regir y normar dicha situación en favor de poco más de la mitad de la población del país. «El aborto es parte integral de la evolución en la naturaleza y la historia humana. Esto no es un argumento ni a favor o en contra, sino un hecho innegable. No hay pueblo, ni época donde el aborto no fuera practicado legal o ilegalmente. El aborto está completamente ligado a la existencia humana”, como señalara la propia de Beauvoir. No obstante, se trata de un tema prioritario solo para un sector de la población electoral que no debe dividir el voto femenino por el conjunto de derechos de la mujer, representados en la candidatura de Luisa. Menos aún si este es un tema, tanto o más sensible, como los demás derechos de la mujer a la educación en todos los niveles, a la profesionalización de las mujeres, a la equidad laboral y su remuneración equivalente al hombre, a su participación política de elegir y ser elegida.
El cambio de los tiempos nos invita a reflexionar sobre la condición de la mujer en la sociedad en su conjunto, bajo la égida del ejemplo de Matilde Hidalgo, «una de nuestras cumbres más elevadas en la cordillera de la mentalidad femenina del Ecuador”, y del propio convencimiento de Luisa: «Nos castigan por ser mujeres y además por atrevernos hacer política».
Amerita hacerlo bajo la firme convicción de hombres y mujeres del país: No hay cambio social sin la participación de la mujer, no hay derechos de la mujer sin cambio social.
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