Lo peor que le puede suceder a un ciudadano al momento de sufragar es caer en amnesia temporal profunda. No recordar por quién no debe votar, que debe ser tan grave como no recordar por quién consignar el voto.
De cara a los comicios de agosto 20, bien vale recordar que es prohibido olvidar el pasado reciente de las dos últimas presidencias -Moreno y Lasso- como un referente que, por elemental coherencia con la historia, ésta no debe repetirse como tragedia, peor, como farsa.
Como premisa recordatoria huelga decir que la política que inspiró a los dos personajes de marras estuvo marcada por la felonía, prima hermana de la traición, y pariente cercana al incumplimiento de principios y ofertas políticas hechas en sendas plataformas políticas, cuyo primordial propósito fue destruir todo lo realizado por el gobierno de Rafael Correa, bajo la premisa de un odio visceral puesto en vigencia con un revanchismo rabioso revestido de un modelo político económico neoliberal.
El revanchismo fue la respuesta a un proyecto político que había desplazado del poder a los vestigios de una partidocracia retardataria que tenía sumido al país en un caos ingobernable. Así mismo, fue la respuesta a un gobierno que generó cambios en la economía impulsados por la voluntad política de proporcionar bienestar a grupos vulnerables. Para aquello se valió del propio Estado capitalista que diversificó en la propuesta de servicios públicos en materias de educación, salud, transporte, entre otros, asociados a la creación de una importante infraestructura vial (carreteras), de seguridad ciudadana (equipamiento a la Policía), energía (nuevas fuentes energéticas).
En el terreno de la política, el principal logro fue la estabilidad de un régimen reformista que se planteó la soberanía del país en lo internacional y el impulso a las fuerzas productivas con políticas públicas de fomento a la explotación de recursos naturales estratégicos en manos del Estado. Estímulo al desarrollo de una sociedad de conocimientos académicos, avalados por un decidido impulso a la educación superior y a la profesionalización de oficios y actividades tecno productivas.
La vigencia de un modelo de modernización capitalista con protagonismo estatal, determinó el desplazamiento a un segundo plano de actividades productivas privadas, aunque los negocios financieros y bancarios tuvieron una época dorada en el régimen correísta.
Había que destruirlo todo y se implantó una lógica que dividió al país entre correísmo y anticorreísmo. Se declaró fallido todo lo realizado por el régimen progresista, corrupta su gestión y negativos sus resultados; para ello se utilizó al propio Estado capitalista y sus instituciones de justicia, comunicación y del orden público, puestos al servicio de los persecutores del correísmo.
Se concertó una tendencia que reflejaba los intereses que defendieron los viejos gobiernos de la partidocracia (Oswaldo Hurtado, León Febres Cordero, Rodrigo Borja, Alfredo Palacio, Gustavo Noboa, Lucio Gutiérrez, Rosalía Arteaga, Fabián Alarcón, Jamil Mahuad, Abdalá Bucaram). Con diversas maniobras políticas se cooptaron instituciones y personajes para ponerlos al servicio de la persecución política contra Rafael Correa Delgado y sus ex colaboradores en su gobierno que, aunque reconocen haberse perdido alguno de ellos en la nebulosa de la corrupción, no fueron juzgados con pruebas fehacientes.
El artífice de esta política fue Lenin Moreno Garcés, advenedizo al poder, fruto del descomunal error de haberlo promocionado a la Presidencia de la República, sin verificar su real compromiso con las políticas progresistas de la Revolución Ciudadana y su coherente continuidad en el gobierno. La traición de Moreno no se hizo esperar. El mismo día 24 de mayo de 2017 Lenin Boltaire Moreno durante su discurso de posesión en el cargo de presidente declaró que su “partido es Ecuador”, en olímpica negación de su militancia política en el correísmo. Lo que vino después es de dominio público: “Su gestión significó que 160,000 empleados públicos perdieran su trabajo. Él no hizo ni una sola obra de trascendencia, y se dedicó a destruir el Estado Constitucional de Derechos y Justicia implantado por el progresismo, y a desarticular toda la política externa progresista y multilateral inaugurada con otros países en la región y a desintegrar al movimiento que lo llevó al poder. En este tenor, inició y promovió una brutal persecución política a la dirigencia progresista, especialmente a Correa y a Jorge Glas, que se ha extendido hasta hoy. Además de estas violencias, en el gobierno de Moreno, 11 ciudadanos perdieron la vida por la inmisericorde represión policial a las protestas callejeras en octubre de 2019 y decenas perdieron sus ojos. Moreno reprimió y acosó a los medios de comunicación democráticos (por ejemplo, a Ecuador Inmediato y Radio Pichincha). Él, un veleta de la política, se apersonaba él mismo de asuntos incluso de interés privativo como el de los regalos al Presidente del país en los 10 años anteriores. Un latrocinio “menor” si consideramos que ya desde su vicepresidencia se había involucrado en las grandes ligas de la corrupción que recién ahora, luego de años de insistentes denuncias de la propia militancia progresista, se están develando a los ojos del país. Su traición política, luego de asumir el poder en 2017, fue incisiva: desarticuló en parte lo que quiso destruir, la estructura partidaria del progresismo exitoso (RC) y de la izquierda (PSE), al que también desarticuló, dividió o fue instrumento para la división del resto de la izquierda”. (Rafael Quintero).
Se provocaba, de ese modo, la descomposición social y el desmedro de la gestión estatal propiciada por Moreno, rehén de las políticas fondomonetaristas, esbirro del Pentágono, convertido en el mandatario corrupto, denunciado en su momento, que contaminó a los propios organismos policiales y militares del Estado, al extremo que la denuncia afloró en boca del embajador norteamericano en Quito que desenmascaró a los narco-generales entre efectivos castrenses ecuatorianos. Situación que, lejos de corregirse, se acentúa con la presencia de un capo del narcotráfico albanés que mantenía relaciones con personajes del círculo íntimo del presidente Lasso. En los actuales momentos de esta trama el Estado ha perdido toda capacidad de combatir la corrupción y la impunidad impuesta por el narcotráfico que se tomó el país, sin que el gobierno central muestre capacidad de neutralizarlo.
Prohibido olvidar que, político aspirante a la presidencia que no se pronuncie acerca del narcotráfico y sus oscuros negocios, es un político que no sirve como Presidente de un país que debe ser rescatado de las garras del crimen organizado. Votar por un candidato pusilánime frente al crimen, indeciso a la hora de aplicar políticas públicas que devuelvan al país la seguridad ciudadana, es votar por la continuidad del terror. Volver a votar por los mismos de siempre es volver al primer día de lo mismo. Prohibido olvidar que votar por los continuadores de las políticas propias de traidores e incapaces, es el más flaco favor que se le puede hacer al país. Prohibido olvidar.