No hay mal que por bien no venga, dice el pueblo, queriendo decir que no todo va tan mal, porque el bien viene siempre acompañado de algo infausto. Puede sonar a mal de muchos, consuelo de tontos, pero no. Es más bien la lúcida forma de ver el revés de las cosas y multiplicarles el porvenir, como decía el dadaista rumano Tristan Tzara, que permite -a su vez- distinguir el lado bueno de las cosas.
Esta reflexión me rondó la cabeza cuando vi a opositores a Lasso, de la RC y otros movimientos políticos que estaban por destituirlo, alegrarse por la muerte cruzada decretada por el presidente. Y era de extrañarse nadie se contenta con una derrota. Cuál derrota, me dije. Quién capitaliza la ganancia con la muerte cruzada que clausura la Asamblea Nacional y manda a su casa a los legisladores, pero al mismo tiempo, pone fin al mandato del propio mandatario que declaró la muerte cruzada y colectiva de los políticos en función. Claro -dirán algunos-, pero se convierte en dictador gobernando por decretos con los que nos impondrá todo aquello que generó su impopularidad, inédita en otro presidente. Por algo decimos que Lasso es el peor presidente que ha tenido el país y su equipo el más ineficiente, pero hábil a la hora de pasar de agache, sin ser juzgado política y penalmente por sus fechorías políticas y corrupción rampante.
Todo lo anterior es cierto, pero como dice una vecina, “pero nos lo sacamos de encima” y tiene razón. Lasso redujo su periodo presidencial de cuatro a dos años. Y punto. Porque si algo de lógica tiene la política, es que ni de fundas sería electo en caso de buscar, aventureramente, la reelección presidencial.
Cierto es que para los escasos partidarios que le quedan a Lasso, la muerte cruzada representa “un alivio”. Sin embargo, más alivio significa sacarse de encima un mandatario que no gobierna y que nos ha sumido en la miseria material y moral como país, con más corrupción en Ecuador, y más Ecuador en la corrupción, con un gobierno de narcopolíticos, con chapas asesinos, con milicos defendiendo el (des) orden constitucional y una iglesia santiguando a los feligreses del oficialismo que han permitido el pecado social de la miseria.
La muerte cruzada es un alivio, porque si bien es cierto que Lasso con ella se deshizo de la molesta oposición, el pueblo se deshizo del intolerable Lasso. Toma y daca, así es la política. Un presidente acusado de malversación de fondos públicos que, además, su círculo íntimo circula vinculado a ciertos nexos con el crimen organizado de los Balcanes. Que va a “gobernar” como un aprendiz de tiranuelo seis meses sin contrapeso político, es cierto. Pero lo que se hace con la mano derecha se puede borrar con la izquierda. Es decir, literalmente, todo lo que haga la derecha lo puede borrar la izquierda de un plumazo ganando las elecciones en los 90 próximos días y reiterando un triunfo contundente en el 2025. Al menos, esos son sus planes.
Lasso tuvo, en este sentido, una torpe lectura de la política; por eso se farreó el gobierno generando una oposición abrumadoramente mayoritaria, incluidos sus ex adláteres de la derecha costeña que hicieron el peor negocio político asociándose electoralmente con Lasso. Hoy día los socialcristianos están reducidos a una mínima expresión en la política criolla, después de haberse creído los dueños del país.
Lasso habría sido literalmente vomitado, legítimamente, por la Asamblea Nacional como consecuencia del juicio político y, como sacó las cuentas a tiempo, se percató que no tenía los votos para salvarse, pese a que intentó “persuadir” a un determinado número de asambleístas mediante un patente y patético cabildeo político, chequera en mano.
Sumado a esto el pueblo se formó una clara y pésima imagen del presidente, y que la expresó en las encuestas, rechazándolo ocho de cada diez ecuatorianos. El repudio fue por la simple y sencilla razón de que el desempleo “reflejado en el éxodo de miles de ecuatorianos, la desestructuración de las políticas de educación y salud sumadas al aumento histórico de la inseguridad y violencia criminal, permiten observar no sólo a un Estado ausente, sino también a un presidente débil, porque Lasso es ante todo un pésimo presidente”. Solo en eso es el mejor presidente, en ser el peor que ha pasado por Carondelet.
Cierto es que, siendo tan malo, gobernará seis meses por decreto. Pero no tiene chipe libre. Los decreto-leyes del pseudo tiranuelo deberán tener control constitucional, en especial si afectan la estructura del Estado. Aquí el muerto lo carga la Corte Constitucional que debe revivir un estado de derecho y dejar de ser cómplice de las violaciones impúdicas a la Constitución. Veamos si esta vez, o no, hará la vista gorda y dejará pasar asuntos vitales como las “leyes” tributarias, económicas, laborales y penales.
La otra cortapisa para el accionar presidencial debería estar en las fuerzas armadas, pero estamos en tiempos de militarización de la política con milicos que se creen “garantes de la democracia” y chapas custodios de los asesinos. El estado de guerra contra los narcos es fácilmente convertible en estado de guerra contra todo opositor al gobierno. Por eso la participación y movilización ciudadana es clave en la vigilia popular al régimen.
La peor charada es que una “dictadura” de un tiranuelo en ciernes se camufle de democracia. Y que se invente -en la excusa presidencial-, un estado de conmoción interna, que no existe sin la Conaie en las calles, sin los sindicatos en huelga y sin los estudiantes quemando llantas.
Cierto es que con la muerte cruzada Lasso toreó el juicio y su destitución inmediata. Pero la impopularidad presidencial sigue vigente, no es que ha ganado votos ante el pueblo. No hay tal derrota popular, tampoco un triunfalismo boyante, el que pierde es el país. La política es el arte de hacer que las cosas sucedan y sucede que el pueblo se cansó de Lasso y el presidente con gorra de tiranuelo se irá en pocos meses. No hay mal que por bien no venga.