Siempre se ha dicho que madre hay una sola, pero la vida contradice esta afirmación mítica. Entre muchas madres existe la madre patria, la madre naturaleza, la madre revolución. Madre Patria que engendra identidad, madre Naturaleza que fecunda diversidad o la madre Revolución que ha parido la transformación social. Y la mamadre de Pablo Neruda que, en sus versos, simboliza todas ellas.
Todo aquello que concibe una nueva vida atañe a la maternidad. La simultaneidad de la mujer se extrapola a la condición maternal. La madre está en todas las circunstancias de vida, realizando quehaceres como madre trabajadora, amiga, hermana, amante, guía, matriz de origen y fines humanos. Todo en ella es tentativa infinita. Madre no hay una sola, hay muchas en diversa condición, múltiple en la simultaneidad que le impone la vida.
Hay madres niñas. En el país cada día 5 muchachas de 14 años y 140 adolescentes de 15 a 19 años son madres y 8 de cada diez embarazos en esa edad fueron provocados por violencia sexual. Según el estudio de Análisis Rápido de Genero (ARG), el 12% de adolescentes entre 10 y 14 años en Ecuador, ha estado embarazada alguna vez. El país exhibe la mayor tasa de embarazos infantiles: 111 por cada mil niñas entre 15 y 19 años. El estudio señala que el 60% de las entrevistadas dijeron que su primera relación sexual fue entre los 14 y 16 años, mientras que el 31,2% desconocía los métodos anticonceptivos, lo que evidencia la falencia educativa del sistema de salud pública ecuatoriano. Hay madres solteras, y en Ecuador son más de 300 mil. En el país el 9% de las mujeres que tiene hijos no son casadas, y el 30% de las madres ecuatorianas están separadas o viudas con un promedio de dos hijos cada una, mientras que la tasa de separación en Ecuador es del 15,7%, según el INEC.
La mamadre
La mamadre de Pablo Neruda las simboliza y representa. Madre proletaria que cuida de la prole, madre maestra, madre sustento y guía familiar, madre posesiva y dativa a la vez, que se brinda entera sin escatimar generosidad. Aquella mujer que, siendo o no madre biológica, como madrastra dejó una huella imperecedera de amor y entrega en su hijo.
Neruda nunca conoció a su madre carnal. Hijo de José del Carmen Reyes Morales, obrero ferroviario, y de Rosa Neftalí Basoalto Opazo, maestra de escuela fallecida de tuberculosis cuando Neruda tenía un mes de edad, el poeta fue criado por una madrastra. Habitante de estaciones y maestranzas del ferrocarril que cruza bosques de robles y encinas, la lluvia y el viento del sur de Chile, la niñez de Pablo dio un vuelco cuando su padre, en 1906, casó con doña Trinidad Candia Marverde a quien el poeta bautizó mamadre. Como ella, mamadre hay una sola, todas ellas en una. Mujer a la que nunca pudo decir madrastra, advenediza llegó a su infancia.
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
nunca pude
decir madrastra,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.
Ilustración O. Guayasamin