Mientras la humanidad se debate contra la injusta distribución de recursos alimenticios, medicinales y educativos, el mundo registra el gasto militar más grande de la historia. Según informó el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, el gasto militar mundial creció por octavo año consecutivo en 2022 a un máximo histórico de 2,24 billones de dólares, con un marcado aumento en Europa. Se trata de una locura que registra el mayor incremento desde que comenzaron a elaborarse los informes de esta entidad en los años de la década de 1960. El gasto global aumentó 3,7% en términos concretos, pero en Europa subió 13%; su incremento anual es el más pronunciado en al menos 30 años, según estudios suecos.
La ayuda militar a Ucrania y las preocupaciones sobre una amenaza mayor de Rusia “influyeron fuertemente en las decisiones de gasto de muchos otros Estados”. Los países que registran un mayor aumento son Finlandia (36%), Lituania (27%), Suecia (12%) y Polonia (11%). Los países del antiguo bloque socialista también han aumentado su gasto militar desde 2014, en particular Rusia, incrementó su gasto en armamento en un 9,2%, a unos 86.400 millones, lo que equivale al 4.1% del Producto Interno Bruto PIB, de Rusia en 2022, frente al 3,7% del año anterior.
En el conjunto de países industrializados, independientemente de sus logros económicos, el Ejército acapara más recursos financieros que en años anteriores. La inversión mundial en armamento incluye el aumento en defensa y la ayuda militar a países aliados que en el último año ha alcanzado niveles extraordinarios, prueba de ello es la ayuda militar a Ucrania país que solo de los Estados Unidos ha recibido 47. 000 millones de dólares en armamento, según estudios del Instituto de Economía Mundial de Kiel. Los Estados Unidos, como la mayor potencia militar del planeta, sigue a la cabeza del gasto militar, en 2022, según cifras oficiales, ese país gastó 877.000 millones de dólares en armamento, es decir, el 39% del gasto total mundial en la carrera armamentista.
Con relación al PIB, ese gasto es menor que el de hace diez años, y mucho menor que durante el auge de la Guerra Fría, cuando el presupuesto de defensa era de casi el diez por ciento del PIB de EE. UU. Sin embargo, los expertos señalan que Estados Unidos sigue siendo capaz de afirmar su poder como ningún otro país y «llevar esa influencia al resto del mundo».
En el ranking armamentista se registran los 15 países con la mayor inversión en armas del mundo en miles de millones de dólares, con relación al año anterior: EEUU 877, China 294, Rusia 86.4, India 81.4, Arabia Saudita 75, Gran Bretaña 68.5, Alemania 55.8, Francia 53.6, Corea del Sur 46.4, Japón 64, Ucrania 44, Italia 33.5, Australia 32.3, Canadá 26.9 e Israel 23.4
La mayor locura capitalista es pretender resolver las contradicciones internas y externas de sus países por la vía armada y, por otro lado, esgrimir un relato de supuesta defensa de las democracias y libertades que son lo primero que muere en una guerra, conjuntamente con la verdad.
El negocio de la muerte
El fenómeno del armamentismo desde los albores del capitalismo dejó de ser un tema ético para transformarse en un asunto económico, estimulado por los ingentes negocios de las industrias armamentistas que existen, precisamente, como la expansión de sus sistemas de producción capitalistas. Por la carrera armamentista ingresa miles de millones y ésta cuenta con el apoyo político y económico de los gobiernos más poderosos del mundo. Esta industria que no conoce la palabra «crisis», se ufana de sus bonanzas en medio de un contexto geopolítico marcado por la inestabilidad y los nuevos conflictos armados.
El actual poder de la industria de la guerra se incrementa día a día. Entre sus condiciones existen los nuevos conflictos en Oriente Próximo y África, las carreras armamentísticas en Asia –la región alberga seis de los diez mayores importadores de armamento–, un mayor apoyo político por parte de las potencias occidentales y la disminución de barreras legales y políticas que antaño restringían la venta de armas a países enemigos. Un dato revelador: Lockheed Martin de los EEUU, el mayor fabricante mundial de armamento, ingresa cada año más de 34.000 millones de euros, cifra superior al PIB de 97 países y cinco veces el presupuesto de Naciones Unidas para misiones de paz.
Las normas del sector armamentista son diferentes a las de otras industrias. Se trata de empresas privadas, con apoyo estatal, que venden casi la totalidad de su producción a gobiernos de todo el mundo. Estas empresas actúan de la mano del Estado a la hora de exportar armamento y de diseñarlo, puesto que es el recurso público el que financia la mayor parte de los proyectos de innovación militar que dan lugar a tecnologías cada vez más letales.
En su logística estas industrias utilizan lobbies oficiales e ilegales para organizar conferencias, cenas e invitar a los políticos y miembros de la OTAN en Europa. Además, mantienen fuertes vínculos políticos y de tráfico de influencias. En Francia la familia Dassault, fabricante de los famosos cazas Rafale, ocupa escaños de Les Républicans (el refundado partido conservador de Nicolas Sarkozy) en el Senado y Congreso, y además dirige Le Figaro, L’Express y 70 diarios regionales.
En América, los Estados Unidos son el centro de gravedad del negocio de la guerra, por tanto, en ese país las donaciones de campaña de los contratistas militares son vitales para alcanzar la Casa Blanca. Medios como The Wall Street Journal y CNN tildaron de «secuestro» los recortes de la administración Obama sobre la partida militar de 2013, mientras que ese mismo año los fabricantes de armas desembolsaron más de 137 millones de dólares para obtener el favor de los congresistas estadounidenses, según el Centro para Políticas Responsables, con sede en Washington.
Es una lógica que existe gracias a un discreto poder de influencia en el ámbito académico, político, militar y económico, y que les permite sembrar inestabilidad y cosechar contratos millonarios. Un caso reciente es el de la venta de armas a Taiwán que Washington aprobó en diciembre. El contrato, valorado en 1.690 millones de dólares, no servirá para mejorar la seguridad de la isla sino para desestabilizar su delicada relación con China.
La lógica del negocio
Los propios voceros del armamentismo lo admiten: “armar a un país es la forma perfecta para crear conflictos”. Bajo esta lógica los productores europeos y norteamericanos mantienen sus exportaciones a países como Arabia Saudí o China, que desde 1987 está bajo un embargo europeo que prohíbe el envío de armas. Según esta doctrina de shock: “Si quieres la guerra, prepárate para la guerra, porque si quieres la paz, te prepararás para la paz», el miedo se explica luego de un ataque terrorista porque es el mejor lubricante para justificar la venta de armas y el uso de la violencia. Y no faltan los eufemismos como “defensa nacional” y “respuesta proporcional”, que forman parte del lenguaje de las potencias militares para camuflar su negocio económico y político en sus planes geoestratégicos. Tal es el caso de la forma como hacen frente a la amenaza yihadista y a las guerras en Oriente Próximo, Asia y África.
Esto es posible mediante el ocultamiento de las verdaderas intenciones geopolíticas de las potencias occidentales. El principal aliado de los productores de armamento es el secretismo. Existe una absoluta falta de control e información apoyada por el secreto militar que da lugar a violaciones flagrantes del derecho nacional. Un ejemplo es lo ocurrido en Latinoamérica, y que reveló The Wall Street Journal: un misil Hellfire, procedente de Estados Unidos con destino a la base de Rota (Cádiz) acabó en Cuba, con quien Washington no mantiene ningún tipo de cooperación militar.
En el año 2014 entró en vigor el Tratado sobre el Comercio de Armas (TCA) de Naciones Unidas, que demanda a los Estados firmantes información sobre la compra y venta de armas y prohíbe las exportaciones a países donde se producen crímenes de guerra y de lesa humanidad o casos de genocidio. Un total de 130 países firmaron este acuerdo, aunque hasta la fecha sólo lo han ratificado 64, entre los que no está EEUU, país que abarca un tercio de las exportaciones militares mundiales y que presume de tener 88 armas por cada 100 habitantes.
La tecnología y sus avances beneficia el negocio de la muerte. Amnistía Internacional denuncia año tras año la impunidad con que muchos ejércitos regulares y paramilitares cometen crímenes de guerra mediante el uso de drones no tripulados. En esta actividad letal los sobornos millonarios se realizan sin decoros, como el que protagonizó la italiana Finmeccanica con altos mandos militares indios para asegurar la compra de 12 helicópteros, o el que puso en evidencia a la alemana Heckler & Koch, que en 2011 vendió 9.472 fusiles G-36 a grupos de narcotraficantes mexicanos a través de los gobernadores de Chiapas, Chihuahua, Guerrero y Jalisco.
La lógica del negocio armamentista no termina allí. La industria de la muerte también saca provecho de los millonarios proyectos de reconstrucción que surgen después de las guerras. Según investigaciones, algunas consultoras ya anuncian nuevos conflictos relacionados con el cambio climático y la escasez de agua y alimentos. Este millonario negocio también cuenta millones de vidas humanas afectadas. Las consecuencias de este negocio dejarán otras plusmarcas para la posteridad, como sucedió en 2015, año en que el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contabilizó 59,5 millones de desplazados.
La locura del negocio armamentista va mucho más allá de un desequilibrio mental de sus promotores, es la confirmación en números que resulta imposible restarse racionalmente a los beneficios perversos del gasto militar más grande de la historia.