En una jornada académica de reflexión tuvo lugar, en la Universidad Andina Simón Bolívar, la presentación del libro Poder y Crisis, del doctor Alejandro Carrión Pérez. En un conversatorio que reunió a académicos, historiadores y políticos -Alejandro Carrión, Enrique Ayala M, Ramiro Rivera, Ramiro Ávila, Rafael Oyarte, Christian Gallo, César Montaño anfitrión, entre otros-, la deliberación giró en torno al poder, juicio político y muerte cruzada en el Ecuador. Y aunque el libro no es de coyuntura, sino oportuno según se dijo, se erige como un tratado de derecho constitucional y un examen del ejercicio del poder, texto indispensable para entender la crisis por la que atraviesa el país en los actuales momentos.
Y aunque no todo conflicto es crisis, como se constató durante el debate, la actual coyuntura comporta una crisis de la cual el país debe salir airoso de la mano de la inteligencia cívica y no sucumbir ante la irracionalidad que nos ha llevado a la descomposición social que vive Ecuador. Peor aún, dirimir los enfrentamientos que tienen lugar, resueltos por el arbitraje militar. Es la sociedad civil la que debe darse una salida viable, no obstante, la democracia frágil, maleable, en la que vivimos. La democracia no se legitima siempre por la mayoría, existe la tiranía de la mayoría. La mayoría también suele ser un acto de fuerza. La cuestión es ¿cómo operar la democracia, es posible hacerlo en este país?
El libro de Carrión es oportuno cuando constatamos que, frente a este reto, de nuestros políticos criollos no se sabe de dónde sacaron la normativa que proponen al país: si de la Revolución Francesa, principios ingleses o revolución de Filadelfia. Cuando percibimos con horror que nuestros políticos de derechas no se han leído a los clásicos europeos y la izquierda no se ha leído a Marx y a Lenin. En la praxis política, la constitucionalidad en el Ecuador no funciona porque no funciona en la cabeza de los políticos la ideología consciente. La cultura política debe ser expresión de la ideología con principios y fines, pero no lo es en el país, más allá de mezquinas ambiciones personales.
¿Qué salida tiene el país?
A propósito de la presentación del libro de Alejandro Carrión se reflexiona acerca del poder, juicio político y muerte cruzada. Y surge la necesaria interrogante: ¿el juicio político al presidente de la República es un golpe de Estado?
¿Cuándo vamos a encontrar un sistema que funcione a partir de asimetrías y desigualdades y pobreza política?, se pregunta el autor. ¿Cuándo, si todos estos ejercicios son maromas que tratan de conciliar la mayor contradicción del hombre con el hombre, la lucha de clases? Acaso por esa sin razón lo jurídico se contamina de los vicios de la política, que es el arte de hacer que las cosas sucedan a como dé lugar. La magia no está en las leyes, se dijo. La disolución del congreso viene de un dispositivo de naturaleza autoritaria. La erosión de la legitimidad provoca el cuestionamiento a los congresos y ejecutivos. Sí, que todos se vayan a la casa, pero no quieren irse y entonces se neutralizan. Eso depende ya de la confirmación de la confianza. Lasso puede salir salvado, pero es evidente que está perdido. El libro, en tal sentido, estimula una reflexión que devuelve el valor de la democracia.
El autor aportó una reflexión final: Fue una noche de reflexión y de admonición. Esta inestabilidad política ha frenado el desarrollo. La salida debería ser el dialogo, pero eso es muy simple, para eso tiene que haber actores creíbles, confiables, responsables, éticos. El diálogo gobierno y oposición es trillado frente a los reiterados fracasos.
Dónde están los salvadores de la democracia, y sobre todo de la democracia basada en los derechos populares. A quién recurrir si las organizaciones sociales que operan adolecen de los mismos vicios de la partidocracia.
¿Qué es lo políticamente importante, por sobre lo políticamente correcto? Que se juzgue a los políticos por sus acciones u omisiones que favorezcan o conculquen los derechos populares. Lo jurídico habla de leyes, lo político habla de justicia, por eso no hay que exigirle a lo uno las cualidades de lo otro. La democracia debe ser una metáfora de la justicia social.