La obra Sinfonía de los países pobres, que monta el Teatro Ensayo es un concierto de movimientos y voces que se conjugan sobre el escenario para narrar el drama de los países tercermundistas. El título está tomado de un libro de Eduardo Galeano que ha estimulado al grupo, entre otros textos extraídos de su obra y escritos realizados por el grupo, o tomados de otros autores como César Vallejo y Nazim Hikmet.
El montaje de la obra corresponde a un trabajo experimental de estudiantes de artes escénicas de la Universidad Central, bajo la dirección de Antonio Ordoñez, cuya idea es expresar lo que sucede en el mundo y quien lo regenta. También se evidencia en la obra ciertas cosas que suceden en Ecuador, como el cierre de escuelas, la falta de medicinas en hospitales o que empujan a la gente al hambre. Con un libreto que transita desde lo metafórico a lo explícito, el mensaje se vale de textos políticos matizados por lo poético.
Uno de los temas recurrentes es la idea del fin del mundo frente a un dios malvado que castiga, señala Antonio Ordoñez: “Muchas de las sociedades están construidas desde el miedo a un dios perverso, hemos querido subrayar eso, y que la religión es un sol ilusorio que gira alrededor del hombre mientras éste no gira en torno a sí mismo”.
En su epílogo, la obra enfatiza en un mensaje esperanzador, que reafirma un cambio posible. En su conclusión ya no habla de tristezas, sino de una alegría porque sí es posible una vida distinta: “Ya no vamos hablar del hambre ni del odio, sino de una cosa más arriba: como se ama la libertad”, concluye Ordoñez.
La puesta en escena
La realización de la obra Sinfonía de los países pobres, es una puesta en escena de dos actores estudiantes de artes escénicas, basado un método de creación colectiva que propone improvisaciones con una gran libertad de movimiento de los intérpretes.
El actor, Omar Rivadeneira, cuenta su experiencia: “Ha sido un descubrimiento enorme, este es un proceso que yo he vivido de una manera disciplinada, que no lo había llevado antes. Siento que estoy creando e inmiscuyéndome en un proceso de creación colectiva que me hace sentir muy seguro, porque muchas de las ideas nacen de mí mismo y de cómo me siento en el escenario y cómo mi cuerpo tiene que sentirse en la escena para llevar a tal o cual emoción”.
Se trata de un trabajo histriónico autónomo, direccionado, que permite a los actores entender hacia dónde va la obra: “Tenemos claro lo que queremos comunicar con un mensaje bastante crítico y fuerte, entonces teniendo ese objetivo las cosas se van desenvolviendo orgánicamente en escena”, dice Ordoñez.
Precisamente, primero es la experimentación que supone claridad sobre lo que los actores van a expresar, y luego su cuerpo va fluyendo como parte de vivir la escena, con la opción de que siempre existirá una experiencia nueva que permite que el actor funcione orgánicamente en escena y exprese lo que quiere expresar.
Maritza Mármol, actriz en la obra, reconoce que el acontecimiento teatral surge a partir de la experimentación del cuerpo y de la voz: “Encarnar un texto poético es una cosa compleja, porque en todo texto tienes que saber el subtexto para poder decir las cosas e inmiscuirte en lo que estás diciendo”.
En el trabajo de montaje y de experimentación, el actor propone lo suyo y el director va cimentando situaciones que permiten concluir la obra, considerando que los actores van modulando sus cuerpos bajo la tensión escénica: “En esta obra -señala Mármol- estamos con tensión cuatro, cinco y siete para caer casi desfallecido, es la muerte, pero en esas tensiones de ya no dar más es en las que todo el tiempo surge la obra”.
Sinfonía de los países pobres, una metáfora de la lucha contra las injusticias, con la posibilidad cierta de un cambio social posible. La obra se estrena en abril.
Fotografía Silvia Echevarría