Entre las diversas corrientes del feminismo prevalece un debate en torno a la transexualidad, la pornografía o la prostitución como expresiones de una sociedad liberal, cuyo tono beligerante puede ayudar a los propios enemigos del feminismo y de la libertad.
En un análisis a fondo se sostiene que el intento de silenciar al que me agravia u ofende es una deliberada estrategia de comunicación y desinformación en la era digital. La censura es un espacio común entre aquellos grupos tradicionalmente silenciados. Para los grupos que la practican, la censura es una forma de “justicia paralegal, restaurativa, ejemplarizante”, necesaria para frenar la divulgación de los discursos “nocivos y contrarios a la moral”. De esta práctica no escapa el propio feminismo que en sus debates internos se valen del linchamiento y en boicot recíprocamente.
En el debate feminista dos temas ocupan su atención: la identidad o que significa ser mujer y el modo de pensar la sexualidad. Existe La postura de una concepción esencialista y biologicista de la mujer, cuya capacidad reproductiva la diferenciaba de lo masculino, para la cual la identidad de las mujeres está definida por lo biológico, lo corporal y lo reproductivo. Para esta postura el sujeto político del feminismo es de carácter universal, unitario, homogéneo y estático: la mujer, que engloba a la totalidad de las mujeres. Sin embargo, en los años ochenta la definición de la mujer sobre una base biologicista, que fundamenta una identidad estática e inamovible frente a la identidad enemiga –la masculina–, comienza a ser cuestionada por producir exclusiones.
Otro de los temas del debate interno feminista es la sexualidad de las mujeres y su representación, cuestión que para unos se mide desde el peligro, y para otros, desde el placer y la liberación sexual. En los años setenta surge en los Estados Unidos las sex wars, enfrentadas al feminismo antisexo, alineadas al feminismo pro-sex. Unas defendían la idea de la sexualidad como espacio de peligro para la mujer, porque las inclinaciones sexuales agresivas del hombre serían la base de un poder que justificaría y exigiría el dominio y la consiguiente sumisión de la mujer, en que el coito sería la posición natural de dominio masculino, a través de la penetración. Visto así, las relaciones sexuales en la sociedad patriarcal son degradantes para la mujer y equivalen a la violencia sexual y toda relación heterosexual sería en sí misma una violación, aun cuando la mujer participe voluntariamente en ella.
Esta postura emprendió una cruzada contra el porno, bajo el lema de “la pornografía es la teoría, la violación es la práctica”. Una práctica de política sexual que, al reproducir siempre la jerarquía de los roles de dominio y subordinación, es una institución de desigualdad. El daño que la pornografía produce en la mujer que la ejerce, es extensivo a todas las mujeres de la sociedad, puesto que las mujeres son coaccionadas para que realicen actuaciones pornográficas. Ejemplo de ello es el filme Garganta profunda, en el que la actriz Linda Lovelace, protagoniza palizas y coacciones, y desvela que no había recibido ni un dólar de los beneficios de la película, llegando a afirmar: “Cuando ustedes ven la película Garganta profunda están viendo cómo soy violada”.
Durante los años ochenta surge en los Estados Unidos la corriente del feminismo pro-sex, o sexually liberal feminismo, fundado sobre la lucha por una sexualidad libre como componente esencial de la liberación de las mujeres, que popularizó la frase: “la respuesta al porno malo no es la prohibición del porno, sino hacer mejores películas porno”. Esta postura se propuso construir una teoría de la sexualidad no desde el peligro y la culpa, sino desde el placer. A esta corriente del feminismo se sumó en la década de los noventa el movimiento queer, que sostenía que la identidad de la mujer es una categoría del poder. Frente a ella reclamaba la desidentificación y la abolición del género, por ser un disfraz creado a partir de una repetición ritualizada de las convenciones sociales. Eliminando el género se acabaría, a su vez, con el sujeto del feminismo que excluye a los “otros” y las “otras”. Queer rechaza toda concepción esencialista de la identidad y, para sus integrantes, no existen diferencias binarias, sino una multitud de diferencias.
En la actualidad, el movimiento feminista ha vuelto a evidenciar su enfrentamiento en torno a la sexualidad de las mujeres. Para el sector pro-sex y transfeminista, lo punitivo de la ley no es efectivo para acabar con la violencia machista, porque vuelve a colocar a la mujer en un papel de víctima. Por eso rechaza que el Estado tenga capacidad de regular, o prohibir, la voluntad de la mujer que ejerce libremente el “trabajo sexual”. Mientras tanto, el sector abolicionista sostiene que la prostitución es un régimen de esclavitud de la mujer que debe ser abolido.
El debate al interior del feminismo sobre pornografía, prostitución o transexualidad es una polémica propia de una sociedad liberal. Lo irónico es que a la luz de la agresividad que alcanzan, los enemigos del liberalismo obtienen sus propios réditos.
Con información de Letras Libres