Se ha dicho, no sin razón, que la cultura es la última rueda del coche. Con instinto mercantil, alguna vez, un productor de Ecuavisa me dijo “la cultura no vende”. Me dejó perplejo y frustrado por intentaba yo poner en la pantalla del “canal del cerro”, un espacio cultural y la televisora renunciaba a priori a conseguir auspicios. La conclusión espontánea fue: los medios consumen cultura chatarra y la cultura culta resulta ser un plato gourmet para los programadores de las cadenas televisivas, o los mercados mediáticos responden a una lógica mercantilista de corta vista. La cultura o las culturas sí venden, si no, ¿cómo explicar el éxito comercial de la industria y la cultura de masas? Los medios venden cultura en pastillas como en un baratillo, al detal. De las manifestaciones culturales cultas solo entregan un abreboca, prueba de ello, como ejemplo, son los fragmentos musicales de los tres tenores -Pavarotti, Carrera y Domingo- que nunca interpretan una obra completa para la televisión. Adicionalmente, las cadenas televisivas dosifican la cultura en cuentagotas, y lo que no aparece en los medios de comunicación, no existe.
“El medio es el mensaje”, decía Mc Luhan, y los medios mercantiles le dan razón. Los medios son el mensaje, los hechos que no salen en la pantalla chica y en los otros medios de comunicación “no ocurren, no existen”. En el frio e impersonal mundo del dinero, las empresas mediáticas son el mensaje con su dialecto mercantil que todo lo que tocan, cual rey Midas, se convierte en oro.
El periodismo cultural
En una reflexión acerca de los medios y la cultura, escrita hace ya algunos años, en 1995, por Kintto Lucas, se afirma que “los hechos de la vida cultural terminan descontextualizados en la vorágine de la información. La temporalidad compulsiva de la actualidad choca de frente con la de la vida cultural”, afirmación de plena vigencia en la actualidad. Los distintos ámbitos de la cultura hablan también de lo que ocurre en un país, son un reflejo de su corrupción, su violencia, su grisura, su color o su sensualidad, sostiene Lucas. Sin embargo, los medios al tratar a la cultura en la llamada sección cultural, la descontextualizan y la desmiembran del resto de acontecimientos que ocurren en la sociedad, como si lo que está ahí es cultura y lo demás nada tiene que ver con ella.
Acaso esto se explica en el hecho de que los periodistas culturales de prensa sienten presión por que sus artículos culturales no sean “pesados”, como los de ciertas publicaciones especializadas, pues ahuyentan a un gran número de lectores. No obstante, si bien los artículos no pueden ser solo para eruditos, tampoco es viable caer en el otro extremo: para algunos dueños de periódicos, las páginas culturales deben ser algo así como una fábrica de telegramas. De esa forma subestiman a la gente, asumiendo que solo puede digerir los que sea corto. ¿No será esto una banalización de la cultura?, se pregunta Lucas.
El diagnostico mediático de Kintto Lucas va más allá, a momentos cáustico: los periodistas culturales están marcados por la rutina de una agenda cultural muchas veces mediocre. En el limo de esta afirmación se aconcha otra realidad: qué falta hace un periodismo que contribuya a conocernos mejor y a entendernos. Sin embargo, para eso es necesario que el debate franco substituya a la intolerancia, solo así el periodismo cultural puede ayudar a forjar una sociedad en que se respete la diversidad.
La ausencia de un serio debate cultural en los medios informativos es cosa cotidiana. Los medios asumen la cultura como un hecho trivial y en su práctica informativa la convierten en tráfico de influencias, “en amiguismo cultural”. Solo apoyan, difunden y promocionan discriminatoriamente eventos mediocres por amistad, y se olvidan de realizaciones con mayor prestancia creativa. De ese modo, dice Lucas, “hacen que las páginas culturales se tornen poco creíbles. Ese ambiente de sospecha es el que vive la cultura en algunos países, y de ese ambiente se salvan muy pocos”.
Otra tara mediática de los periodistas culturales es el burocratismo. Los periodistas que cubren la cultura sobreviven de los boletines de prensa, una actitud digna de la mejor burocracia. El oficio amerita que el periodista cultural descubra en la cotidianidad “las preguntas, las contradicciones, y transmita la diversidad”, como una forma -la única- de crear cultura y formar un espíritu crítico en la gente. Hay temas ineludibles, pero los periodistas se dejan llevar por lo que creen que quiere la gente, entonces las páginas culturales reflejan las actividades de la agenda y se confunden con la farándula. Tampoco se trata de “culturizar” a la gente para que se “ilustre”, sino de provocar inquietudes y se la juegue con espíritu crítico, y con creatividad se vaya “apropiándo del mundo”.
Al parecer, el secreto está en que “un buen periodista cultural debe dejar a un lado lo obvio para adentrase en los hechos y sus protagonistas, buscar un manejo creativo del lenguaje, romper esquemas. Necesita tiempo, conocimiento y sensibilidad, mucha sensibilidad”. Sin embargo, los diarios siguen sin elaborar un proyecto claro de lo que deberían ser las páginas culturales y, contrariamente, las hacen desaparecer de sus espacios, eso explica el evidente desprecio hacia las secciones culturales, porque no producen la publicidad que aspiran.
En el mejor de los casos, los periodistas culturales hoy están en medio de lo que son y de lo que aspiramos a que sean. Hay que pensar que la cultura, y por ende el periodismo cultural, puede ser, tal vez el factor, integrador más importante. Solo a través de la cultura podemos reconocernos como parte de un continente. Para una integración de las culturas, éstas primero deben afianzarse en los límites de un país y luego romper las fronteras. Solo así podernos tener la capacidad de asumir lo nuestro y aceptar al otro sin querer imponer nuestra verdad. Ahí está el gran reto del periodismo cultural, concluye Kintto Lucas.
En el largo sendero cultural, estamos a medio camino de superar que en los medios que van a contravía, la cultura deje de ser la última rueda del coche.