En su primera juventud, Roberto Bolaño, comenzó su trayectoria literaria siendo un poeta. Eran los años setenta y el escritor chileno residía en México donde se vinculó a sectores políticos y culturales de jóvenes poetas que deambulaban por los cafés de la capital mexicana, de fiesta y escribiendo en revistas que circulaban entre sus amigos.
Bolaño fue uno de los vates en ciernes que empezó escribiendo versos libres, sin conservar la rima ni la estima por lo reverente. Su verso incisivo, fruto de un árbol de tronco rebelde que echaba raíces en la protesta social y en la desmitificación de la propia literatura, fue ramificando en un movimiento poético fugaz, pero fecundo como la primavera misma: el infrarrealismo. El alboroto poético de Bolaño contó con la complicidad de su amigo el poeta Mario Santiago Papasquiaro, historia intensa y no menos trágica que tuvo lugar en el México de los años setenta, y que Bolaño dejó consignada en su novela de mayor brío literario, Los detectives salvajes.
Sin embargo, su veta de vate no dio tregua por un instante, Bolaño siempre fue el poeta que escribía novelas, aun siendo ya famoso gracias a este género literario. Poemarios como Los perros románticos y El último salvaje, dan buena cuenta de la condición poética del escritor chileno. No es aventurado afirmar que la poética de Bolaño se halla enclavada en el corazón mismo de su novelística en la cual propone la singular idea de vivir poéticamente. La audacia literaria devolvía a la vida la intrepidez vital de quien no sopesa las consecuencias de vivir la vida a su manera, peligrosamente, en la que volver amar los riesgos suele ser la consigna. Bolaño decía que la vida era una materia poética del mismo modo que lo era el lenguaje.
Aun en sus más prosaicas novelas subyace la poesía como un hervor de bajo fondo: “Cuando Quim me pidió que llamara a Angélica tenía lágrimas en los ojos y mientras Angélica hablaba o más bien escuchaba, me dijo que la poesía era lo más bonito que se podía hacer en esta tierra maldita.”, manifiesta uno de los más notables personajes de Los detectives salvajes. He ahí el quid del asunto: convertir la propia vida en un poema, un poema de un carácter especial, que se escribe simplemente viviendo, con nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras acciones.
Bolaño apuesta por una idea audaz y nos la impone en su propuesta literaria: Ser poeta no es solo escribir poemas, también consiste en vivir poéticamente. La vida de los poetas fue la obsesión de Bolaño que nos la transmite, aun en una inventiva propia, en La literatura nazi en América, que también son obras poéticas.
Vivir poéticamente, volver amar los riesgos, llevar aquella vida excesiva y riesgosa, sin duda, es cuestión de adolescentes, es su forma de ser rebelde y frágil como Bolaño que, en una suerte de ruleta rusa, apuesta lo poco que tiene en algo que no conoce casi nada, la poesía, y que suele perder esa apuesta. Bolaño en ese palpitar vuelve la mirada a Rimbaud, el joven poeta francés surrealista y transgresivo. El poeta es un perdedor, sin embargo, un perdedor alegre, lleno de humor que ama la vida, que le subyuga el juego y que, pese a las desdichas, debía ser y crear en la felicidad. Bolaño concibe un nuevo tipo de poeta, el alegre poeta maldito. El escritor lúdico, para quien la vida es un juego, que frente al sufrimiento elige la alegría de una risa contagiosa.
Vivir poéticamente es hacer de la propia vida una loca aventura permanente. Bailar al borde del vacío, festejar con los demonios: “si he de vivir que sea sin timón y en el delirio”, diría un personaje de Bolaño inspirado en su amigo poeta, Mario Papasquiaro.
Y aunque suene redundante, vivir poéticamente es un acto de amor: Bolaño amaba la poesía como se ama a una mujer o a un dios. Sus textos son una oración que transmite ese amor al lector. Uno cierra un libro de Bolaño y dan ganas de salir corriendo a vivir, a escribir, de existir furiosamente y enamorarse una y otra vez de la vida, de sucumbir de espaldas sobre un campo de trigo, de recorrer el crepúsculo ensangrentado de México como lo hizo Bolaño.
“El riesgo siempre está en otra parte. El verdadero poeta es el que siempre está abandonándose. Nunca demasiado tiempo en un mismo lugar, como los guerrilleros, como los ovnis, como los ojos blancos de los prisioneros a cadena perpetua”.
Aquello nos propone Bolaño en sus ecos poéticos.
Los detectives perdidos
Los detectives perdidos en la ciudad oscura.
Oí sus gemidos.
Oí sus pasos en el Teatro de la Juventud.
Una voz que avanza como una flecha.
Sombra de cafés y parques
Frecuentados en la adolescencia.
Los detectives que observan
Sus manos abiertas,
El destino manchado con la propia sangre.
Y tú no puedes ni siquiera recordar
En dónde estuvo la herida,
Los rostros que una vez amaste,
La mujer que te salvó la vida.