La historia es una página que escriben los pueblos, no sin sangre, sudor o lágrimas. Y la plana en la que registran su gesta popular, no admite errores. Será porque en la sintaxis, en aquel orden y relación de los hechos en la acción, no caben deslices en la narrativa histórica de los pueblos. En ese registro, como en la gramática, la historia también tiene sintagmas en la dinámica que establece reglas y principios que gobiernan la combinatoria de los acontecimientos. Los pueblos escriben su historia con hechos y la evocan con palabras; y en ese cincelar de sucesos en los anales de la historia, relievan -más allá del culto a la personalidad- a sus hombres y mujeres que los conducen a la reivindicación de sus derechos, a la consagración de su dignidad o, concretamente, a ocupar el sitial que les asiste en la historia de la humanidad.
El pueblo venezolano escribió con hechos y palabras la historia de un hombre que lo condujo hasta aquellos ideales. Hugo Chávez Frías, presidente de Venezuela por elección popular, desde 1999 hasta su fallecimiento en 2013. Líder que emerge desde las entrañas de un pueblo sojuzgado, Chávez vivió y falleció por sus principios y fines. Protagoniza un tramo de la historia del pueblo venezolano desafiando la arrogancia neoliberal e inicia la gran ola progresista de la primera década del siglo XXI que él encabeza en la variante más radical.
A 10 años de su fallecimiento, el pensamiento y la acción de Hugo Chávez siguen siendo considerados imprescindibles. Bajo ese precepto, una declaración de Casa de las Américas señala que «Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos», en alusión y cumplimiento de aquel vaticinio de Bolívar evocado en los versos de Neruda: “Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”. Acaso Chávez, madrugó en la alborada histórica, en el despertar de su pueblo.
Confirma la declaración cubana: “Heredero de la más legitima tradición revolucionaria, Chávez promovió profundas transformaciones en su país, conquistó el alma de millones de personas, y su papel fue decisivo en la creación de espacios y mecanismos de integración regional como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Fue esencial, también, en un definitivo gesto de independencia como el rechazo al Alca en la Cumbre de Mar del Plata, donde aglutinó a los presidentes que descarrilaron el perverso plan impulsado por el gobierno de George Bush. Su postura lo llevó a soportar las más desenfrenadas arremetidas de la derecha, incluido un golpe de Estado del que regresó en hombros del pueblo”.
Amigo de Fidel, a quien lo unieron lazos entrañables que desbordaban las afinidades políticas, “Chávez fue un líder auténtico que se ganó el respeto y cariño de las masas por su capacidad de interpretar las necesidades y deseos de las mayorías”. Con torrencial y embriagadora oratoria era capaz de mezclar las voces de los grandes próceres con la cultura popular; sabía pasar, casi sin transición, de alguna frase para la historia a una canción llanera, y apelaba sin titubeos a los mitos populares. “Aquí huele a azufre”, dijo –ocurrente y cáustico– en el estrado de la Asamblea General de la ONU, para desconcierto de los bienpensantes y regocijo de los condenados de la tierra, recuerda la declaración de Casa de las Américas.
En la décima efeméride de su desaparición física y próximo a cumplirse el bicentenario de “ese monumento al evangelio imperialista que es la Doctrina Monroe, el pensamiento y la acción de Hugo Chávez siguen siendo imprescindibles”.
No hubo nada azaroso, por parte suya, en consagrar como Bolivariana a la República nacida de la Revolución que lideró, en genuina declaración de principios y de propósitos, señala la declaración de La Habana: “Y valen para Chávez –sobre todo ahora, cuando tantos retos tenemos por delante– las palabras que, a propósito del Libertador, pronunció José Martí: “lo que él no dejó hecho sin hacer está hasta hoy, porque Bolívar tiene que hacer en América todavía”. Como cantó Alí Primera, ese grande de la cultura nuestroamericana de resistencia, cuyos temas citaba a menudo: «Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos».