Por Juan Secaira V.
De pequeño jugaba con mapas, hoy intento hacer uno, con un marcador negro; los caminos salen exuberantes, largos. No son rompecabezas ni cuentas pendientes. Tampoco laberintos. Parecería una irreverencia el tratar un camino. Sin aliento, sin resuello, sin mucho aire.
Voy hacia un lugar con el sonido abrumador que me aloja. El frío produce alejamiento, una unción particular, pagana.
La corriente eléctrica recorre mi cuerpo como exhalaciones, desenvainando unas espadas invisibles, temblorosas o dispuestas a ser parte del batallón golpeando sin darse cuenta.
En la mitología hay un campo abierto donde los dioses se tornan humanos.
La exageración viviente de un mal incurable, de un peregrinaje poco solo, muy solo, indescriptible.
Las escenas son cajones donde los demás están seguros, donde te miran desde el itinerario, la liturgia cotidiana del permitir, del ser como una trenza sin un fin.
Cada noche, una nueva pesadilla; en todas, juego fútbol. En sí mismo, el sueño no es perturbador, pero perturba; no es maligno, pero sí al traspasarlo a la realidad. La diáspora de lo que se ha perdido.
Un compendio de lo que no puedo hacer sería imposible y estéril.
Huir, queda huir.
Respirar sin atorarse, no pensar en palabras médicas, dejarse ir en mañanas heladas, en esquemas incumplidos; transgrediendo tampoco se llega; cediendo, menos.
Leo en una noticia la frase “tejido social” y pienso en los que no podemos tejer, en que los planes políticos son tan coyunturales, tan del momento, tan especulativos; en que las frases, muchas veces, se quedan en eso, en frases que suenan bien o están de moda. En otras oportunidades, sí significan, en mínimas secuencias de un discurso que pone primero a los seres vivos y luego a sus prejuicios o creencias incomprobables, y casi siempre con el sentir de limitar, de estrechar todavía más el trayecto. Más machete ciego, que herramienta de siembra y cosecha.
La pulsión va por otro camino. Movedizo en cierta manera cuando se tiene una enfermedad neurológica tan fuerte, tan atroz.
Estos días son un músculo hostil, la variabilidad del daño convertido en partes de una parte que no es el todo, pero todo lo modifica. Se adormece el sistema, o se aloca, o se frena sin ningún consenso.
Las coartadas hacen que no sea un ser sufriente; las lecturas, las miradas, la nostalgia transformada en delirio presente, el ocaso de un sol perplejo.
No me siento un prisionero. Agitado reconvengo las pulsaciones perdiéndome en ellas para imperar, para lograrlo, para tomar distancia.