La arrogancia personal se ha convertido en intolerancia presidencial. A falta de calmante, el presidente Lasso se muestra nervioso. Lo vemos cabalgar solitario en el poder, sin bridas y sin estribos, montado en chúcaro palafrén que excede sus posibilidades, en estampida hacia el desbocamiento total.
En su alocución en cadena oficial, Lasso perdió los estribos, es decir, la crítica situación por la que transita su gobierno lo hizo impacientarse mucho y desbarrar; hablar u obrar fuera de la razón declarando la guerra a practicantes de la libertad de expresión. Los acusó sin mediar causa alguna, de “malcriados” y de caotizar al país: “Un medio digital forja e inventa historias para dañar la reputación del Gobierno Nacional y crear caos en el Ecuador”. Dijo Lasso que, tras la investigación sobre los actos de corrupción de su gobierno, existirían “presiones de grupos delincuenciales para deslegitimar las acciones del Gobierno Nacional en su lucha contra el crimen organizado”.
El diario oficialista, El Telégrafo, se hizo eco de las palabras del mandatario y publicó: “El Jefe de Estado presentó evidencias para desmontar la trama en la que fue involucrada por el medio, en la que incluso han difamado a sus familiares directos”. Lasso insistió, además: “Hoy les digo no confundan libertad con libertinaje”, como una forma de referirse al derecho de los periodistas a investigar, opinar e informar, cuyo producto calificó de “historieta falsa”.
No es talante de un estadista usar epítetos para denostar el trabajo de la prensa del país, menos aún de profesionales que, incluso, arriesgando su integridad investigan los lances del poder y sus representantes oficiales y extraoficiales. Nada costaba al presidente, en lugar de una intempestiva cadena nacional, convocar a la prensa para explicar lo que tenga que argumentar acerca del tema en cuestión, en un encuentro racional con los medios. Pero, como un jinete del Apocalipsis prefirió, sin bridas y sin estribos, arremeter en contra de los que considera como sus enemigos.
Insinuar que, las denuncias en contra de presuntas irregularidades de su gobierno, “acusaciones repletas de falsedades se deben a su lucha contra el narcotráfico y las bandas del crimen organizado” es, por decir lo menos, un exabrupto y despropósito que exige exhibir las pruebas pertinentes.
El mandatario abrió frentes en todos los flancos, al decir que “no claudicará en su lucha contra el terrorismo y las instituciones de justicia que liberan sin justificativos a peligrosos criminales de las cárceles (…), los responsables de la inseguridad en las calles son los malos jueces, los malos fiscales y alguno que otro revoltoso”. Todo junto en un paquete al que el presidente Lasso selló con el lazo de la intolerancia. Mal hace el primer mandatario al pretender controlar la agenda periodística y judicial en un país en donde la libertad de expresión debe ser un patrimonio nacional celosamente conservado, en primer lugar, por quienes ejercen autoridad desde el poder.
El presidente Lasso también perdió las bridas, aquellos arneses necesarios que con los que debió mantener siempre un control sobre sus palabras y conservar una relación estrecha con su pueblo, con el hombre y la mujer ecuatorianos que confiaron en sus promesas de campaña, y lo eligieron primer mandatario. Lejos de la ciudadanía, esos conductos necesarios entre gobernantes y gobernados ya no existen al cabo de dos años, cuando comenzó a gobernar sin políticas ni sensibilidad sociales que mantienen al Ecuador sin medicinas en hospitales públicos, sin seguridad en las calles, sin trabajo en las empresas y talleres, sin educación para miles de jóvenes, sin vivienda digna para cientos de familias, sin esperanza de cambio a la vista.
Con el paso del tiempo, a la grupa y al galope sobre el corcel neoliberal, el presidente perdió las riendas de la conducción de la nación que hoy carece de rumbo cierto. Acaso será por eso que algunos analistas le recuerdan al presidente el 85% de imagen negativa que ostenta ante los ojos ciudadanos, frente a los cuales “nada de lo que diga o haga va a ser creíble, va a ser rechazado por la gente, va a ser contraproducente y contrario a sus intenciones”. Por algo ha de ser que el mandatario confirió tamaña importancia a las denuncias periodísticas y las comenta en una cadena nacional mostrando tanta afectación, victimizando a los supuestos victimarios.
El equino presidencial entró en tierra derecha, es el último tramo de una carrera en la que ya perdió en la voluntad y la credibilidad popular. Sin bridas y sin estribos, corcel y jinete galopan directo al despeñadero.