Triunfo y derrota, dos estados que prevalecen juntos tras toda gesta humana. Con sus matices y singularidades tienen en común denominador a los protagonistas de la confrontación política. Para muchos el triunfo es el contrario de la derrota, no obstante, aunque suene paradójico, ambos son caras de una misma moneda. De una misma brega del ser humano por dar sentido a su existencia. Y en esta contradicción vital en que el hombre se contradice con el hombre en la lucha política y social, triunfo y derrota se muestran esquivos, veleidosos y coronan el esfuerzo de unos y castigan la desidia de otros, indiscriminadamente, como una azarosa rueda de la fortuna. Sin embargo, triunfo y derrota no son cosa fortuita, sino producto de aquello que se hace y deja de hacer. No hay triunfo sin acción, ni derrota sin omisión.
Mas allá de las cifras de los resultados de los comicios de ayer, que son ya inobjetables, por tanto, constituyen irreversible tendencia electoral, amerita una reflexión política en términos ciudadanos con el fin de valorar el significado cívico del triunfo y de la derrota electoral. Las Elecciones Seccionales, de miembros del CPCCS y Referendo 2023, marcan ciertas realidades dignas de destacar.
Una nueva generación refresca los liderazgos políticos en las filas progresistas confirmando una tendencia por demás regional. En las tres provincias y ciudades más pobladas del país -Guayas, Manabí y Pichincha- la tendencia progresista obtuvo un triunfo consolidado. Significativo es el protagonismo del alcalde electo de Guayaquil, Aquiles Álvarez, joven empresario que cree “en el ser humano por sobre el capital”, que después de 31 años sepultó la hegemonía socialcristiana en el puerto principal. Destacable empeño mostrado por Pabel Muñoz que, tras dura brega, se convierte en el alcalde de Quito, hombre surgido en la academia que termina calando en el corazón de los quiteños más humildes. Paola Pabón, que mantiene su liderazgo provincial tras años de batallar contra las oscuras fuerzas políticas y judiciales que la sentenciaron con humillación y escarnio por su lucha política en las jornadas de octubre del 2019. Y también notable es el esfuerzo de Leonardo Orlando, reelegido por los manabitas como su máxima autoridad provincial en la Prefectura.
Respuesta a la crisis
Una crisis irresuelta conduce al cambio como primer paso de una trasformación posible. En esa realidad se percibe el triunfo de la esperanza en días distintos a los que vivimos hoy, sumidos en el más grave deterioro económico, político, social y moral de nuestra historia nacional.
El pueblo ecuatoriano ha sido subestimado por los políticos tradicionales. Y éste ofendido en su inteligencia, maltratado en sus anhelos, burlado en sus demandas, castigó a los responsables en las urnas. Un régimen sin credibilidad que se jugó la carta equívoca de buscar legitimidad en la decepción popular. Le consultó a un pueblo agobiado y emputado, si quería seguir jugando al mismo engaño. Un gobierno que no ha hecho obras en beneficio del pueblo al que abandonó al cabo de dos años de desgobierno, que castigó con la defección a sus propios partidarios. Un gobernante sancionado en la voluntad popular, que califica como narcodelincuentes a sus opositores, que no respeta a su propia tienda política albergando corruptos de antología en sus filas y círculos más íntimos de adláteres obsecuentes. Un presidente que vive convencido de que los ecuatorianos somos crédulos a ultranza. Un mandatario sin olfato ni visión para percibir el camino de lo políticamente correcto.
Aunque resulte obvio decirlo hoy existe un ganador: el pueblo llano que recupera la esperanza y su opción de cambio. Junto a la voluntad de ese pueblo existen diversos perdedores: un sector político social y económico que cree todavía en un país de privilegios de clase, excluyente y retardatario. Un régimen que gobierna a espaldas del país con un presidente que no aprende a manejar las expectativas. Una prensa obsecuente que hizo todos los malabares posibles por cubrir las espaldas de posverdad a un gobierno fracasado.
Perdedoras resultan unas empresas encuestadoras que se engañaron a sí mismas y nos engañaron con cifras direccionadas. El representante de una encuestadora entrevistado en una cadena de televisión dio a conocer lo que llamó un “TrakingPoll”, según su declaración, una encuesta realizada con anterioridad a las votaciones, en la que mostraba cifras abrumadoramente favorables al SI. Según revista Vistazo, el encuestador mostró “un sondeo, realizado a 8.468 personas durante los días previos a la votación por la encuestadora Cedatos, las ocho preguntas cuentan con un margen de error del 2,8% y señaló que el apoyo de los ecuatorianos a formuladas en el referéndum oscila entre el 59,1% y el 74,4% de los votos válidos”. Cabe notar que esa encuesta fue presentada inmediatamente cerrados los escrutinios, y que la mencionada empresa no presentó su habitual ExitPoll, o encuesta a boca de urna posterior a la votación. ¿Cómo es que el CNE dio paso a una situación tan insólita de presentar una encuesta hecha antes de las votaciones cuando todo el país esperaba resultados electorales posteriores a los comicios?
Resulta perdedor un CNE que deja dudas sobre una eficiente organización del proceso y por la demora excesiva, caída del sistema y apagones informativos en la entrega de resultados preliminares.
Es perdedor el régimen de Guillermo Lasso que guardó silencio, sin reconocer su derrota ante un pueblo que en un 80% asistió a votar y que, esta vez, no se dejó engañar por agoreros oficiales, prensa obsecuente y encuestadores inescrupulosos.
Todos se hicieron acreedores al triunfo y a las derrotas, laureles con que la vida suele coronar y castigar a los transeúntes del quehacer político.
La estrepitosa derrota del régimen en su Consulta Popular refleja la absoluta falta de credibilidad en el gobierno y sus voceros, comenzando por el propio presidente Lasso y sus ministros de la Política que no dieron la cara. El resultado electoral es un plebiscito que se pronunció en contra del gobierno de los banqueros y sus políticas de arrogancia política, privilegios económicos y absoluta ausencia de obras en beneficio popular.
Los resultados electorales marcan un reposicionamiento del correísmo en el país con triunfos históricos, luego de años de persecución y ausencia política a sus principales líderes. Esa victoria tiene explicación en dos factores innegables: el vigente influjo de su líder Rafael Correa y el incansable trabajo de sus militantes locales. La Revolución Ciudadana como movimiento mostró cohesión, pese a ciertas divisiones territoriales, mostró una visión critica del desgastado modelo neoliberal e interpretó el hartazgo ciudadano que en el caso de Guayaquil no quería piscinas con olas sino agua potable que les negó el “modelo exitoso” que se derrumba ante la incredulidad de sus líderes costeños.
El triunfo de la Revolución Ciudadana, sin eufemismos ni en el nombre, que agrupa al reformismo político criollo interpretó la crisis e identificó a los responsables en un gobierno incapaz, corrupto y embustero, pero además el movimiento progresista respondió a las expectativas de un recambio generacional en la política con nuevos líderes que surgen en la brega y que reflejaron las expectativas de jóvenes votantes. El líder del progresismo local, Rafael Correa Delgado, continúa pesando en el imaginario de los ecuatorianos como una alternativa de poder, peso que se ve reforzado en el arduo trabajo político de la militancia territorial. No obstante, el triunfo del progresismo no solo es cuestión de personas, es la victoria de un modelo político social que pone en primer plano al ser humano, por sobre un modelo neoliberal que solo pretende mantener los privilegios de siempre.
El triunfo electoral de ayer es de la esperanza de cambio social y de recuperación de una Patria maltratada. La derrota es de todo aquel que se opone a ello. El futuro nos dará el tiempo para verificarlo históricamente.