Ciertos políticos, a coro con cierta prensa, insisten en convencernos de que vivimos tiempos de la posverdad. Esa palabreja siniestra con la que quieren metaforizar la mentira, encubrirla de un halo más intelectual. La posverdad es un antifaz detrás del cual lo que hay es una mentira que obtiene cierta legitimidad en su intento de pasar de agache. No obstante, no hay puntos de identificación entre ambas, pese a la confusión típica de nuestro tiempo, no existe un solo punto de coincidencia entre la verdad y la mentira
El prefijo pos quiere darnos a entender que hay algo más allá de la verdad, incluso, queriendo decirnos que ese algo sería superior a la propia verdad. Es el truco de querer mostrar a su contrario como algo que supera al estado natural de la verdad, la posverdad. Entonces la posverdad radica en la subordinación y reorganización de los hechos desde ideologías específicas y voluntad política, lo que requiere de un mecanismo de legalización en el que se intente naturalizar la epistemología a partir de las emociones políticas.
La posverdad forma parte del diccionario de los políticos en campaña electoral. Echando mano a una mezcla de periodismo y mala literatura, los candidatos se valen de ese estado para provocar distorsión deliberada de una realidad, manipulando creencias y emociones con el objetivo de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.
En la campaña que concluyó ayer, pudimos verlo con frecuencia en el discurso de candidatos y de políticos instalados en el poder que hacían campaña. Comenzando por el presidente Lasso convertido en vocero de ciertas propuestas, incluido él como vocero de las ocho preguntas que propuso en la Consulta Popular. Dicho en otras palabras, Lasso no es candidato a nada, pero es aspirante a convencer a los ecuatorianos para que respondan afirmativamente a ocho interrogantes, entre las cuales al menos existen dos preguntas que reflejan el verdadero interés del régimen. La pregunta cinco, alusiva a la facultad de designar a las autoridades de control que tiene el CPCCS, transfiriendo esa facultad a la Asamblea Nacional quitando toda potestad al CPCCS sobre el tema. Y la pregunta seis que se refiere a la forma en que actualmente es elegido el CPCCS por sufragio universal, y que ahora se propone que dicha designación sea responsabilidad de la Asamblea Nacional. La posverdad implícita en estas dos preguntas, evidencia de que el régimen está interesado en controlar la designación de las autoridades de control público mediante la propuesta de ternas presidenciales y dar lugar a un cabildeo espurio que abre paso a la corrupción en el Parlamento.
La posverdad funciona cuando el mandatario tilda de narcotraficante y delincuente a todo aquel que se opone a sus intereses políticos y responde NO a la consulta. Y se vuelve un paradigma cuando el presidente ve la realidad nacional, a través de un prisma que parte de premisas falsas.
Algo similar ocurre con los candidatos. En el discurso de ofertas de campaña los candidatos echan mano a la posverdad para encubrir la falta de propuestas viables. Todos hablaron de lo mismo, de constataciones obvias en torno a la inseguridad, falta de empleo, políticas de salud, educación y ecología. Desde luego esa es una realidad comprobable a simple vista, la mentira estriba en que ninguno de aquellos candidatos que se presentan como redentores del pueblo frente a estos problemas, ha dicho cómo hacerlo.
La posverdad es un ingrediente político del populismo. No existen promesas populistas sin demagogia revestida de posverdad. Este es un fenómeno que adopta el populismo de derecha y de izquierda, que aparenta defensa de intereses de los más pobres. En realidad, es una política que sacrifica el futuro en nombre de un presente efímero. El populismo es atractivo porque responde a un voluntarismo al que hay que someter a la historia. El populismo es resultado de la demagogia y la posverdad es el sustrato en el cual fermenta. La posverdad es un relato que el pueblo siente como verdadero, pero que no necesariamente lo es; no le interesa la verdad pero tampoco le interesa deliberadamente falsificarla, sino que tiene un instrumento que es el discurso, cuyo fin es promover una determinada agenda. Esta es una realidad de nuestro tiempo que no solo viven aquellos países del tercer mundo, sino incluso naciones desarrolladas donde se supone existe una cultura y tradición en la que debería estar claro la frontera que separa la mentira de la verdad.
Frente a la posverdad, fenómeno esencialmente comunicacional, existen los periodistas obsecuentes y los periodistas peligrosos. Cada cual se ubica en los extremos del fenómeno como una caja de resonancia o como un impedimento para su propagación. La posverdad navega, tanto las aguas de la comunicación mediática tradicional, como de las redes sociales donde mayormente fluye en la creencia y reproducción de esa creencia popular en manos de emisores y públicos incautos.
Todos estamos de acuerdo en que en las elecciones hay que ejercer un voto informado, conociendo propuestas, nombres y procedencias políticas. No obstante, la posverdad lo impide porque su comunicación representa el retroceso del pensamiento racional, del progreso intelectual y social, se basa y refuerza el analfabetismo funcional generalizado, contribuye a la concepción de sociedades demagógicas y amorfas, frente a las cuales hay que elegir sus representantes.