Por Luis Onofa
Doscientos treinta y un años después de que Eugenio Espejo liderara y protagonizara el hecho que ha dado a las y los periodistas ecuatorianos la razón para inscribir su profesión en el santoral cívico del país, éstos afrontan una situación que no les ofrece abundantes motivos para congratularse. Los estragos de las pandemias que les han azotado y azotan, son muchos: despidos, desempleo, bajos salarios, precariedad y explotación laboral, inseguridad y orfandad gremial para defender sus derechos. Muchos de estos problemas son más agudos en el caso de las mujeres periodistas o comunicadoras.
Más de 20 mil trabajadoras y trabajadoras de la información y la comunicación han sido despedidos de sus empleos en los últimos años en los sectores público y privado, según Periodistas sin Cadenas, que cita como fuente al Ministerio del Trabajo. Todos ellos han ido a engrosar el ejército de comunicadoras y comunicadores desempleados, principalmente jóvenes, que después de haber obtenido título de tercer nivel no encuentran trabajo y deben enrolarse en actividades económicas precarias, sin relación alguna con su preparación académica, para autogenerarse ingresos.
El panorama tampoco es alentador para quienes tienen empleo. El salario de un director, que para ocupar cargo de semejante rango debe haber trabajado y acumulado experiencia durante muchos años, fue de US/ 1.129 en 2022, según el Ministerio del Trabajo, y un periodista o comunicador profesional periodista debió ganar US/. 1.024. Los salarios mínimos de productores, conductores, comentaristas y asistentes técnicos, están apenas por encima del salario básico unificado, que en 2022 fue de 425 dólares mensuales, y tienen un tope que apenas rebasa los 600 dólares mensuales, montos por debajo del costo de la canasta básica familiar. Esta tabla no rige para los presentadores de programas de televisión y radio, para quienes los parámetros de fijación de honorarios se fundamentan en reglas del espectáculo.
A este panorama se suma la mora patronal en pagar salarios o indemnizaciones en algunos medios, hecho frecuente en los últimos años, que ha llevado a muchos trabajadores de la industria de comunicación a reclamar sus haberes en las calles, por primera vez en la historia laboral de los comunicadores sociales de Ecuador. Despidos, desempleo, explotación y precariedad laboral son hijos de dos pandemias: el ajuste fiscal, que según el neoliberalismo debe resolver las penurias de las economías de los países del Tercer Mundo, y la Covid-19.
Sin embargo, la reducción de la planta laboral mediática no es inédita en la historia laboral de los medios de comunicación del país y del mundo. Data de muchas décadas atrás, cuando las innovaciones tecnológicas en la industria mediática crearon máquinas que absorbieron tareas que antaño las realizaban muchos trabajadores, lo que abrió la posibilidad de cargar sobre los hombros de pocas y pocos lo que antes hacían varios. Así, desaparecieron los linotipistas, y los reporteros se convirtieron en levantadores de texto, correctores de estilo y diseñadores al mismo tiempo, y la tecnología digital los ha transformado en multimediáticos, en la medida en que la cobertura de un solo periodista llena simultáneamente una gama espacios de medios: impresos, electrónicos y digitales, por un mismo salario.
Las redes sociales, hijas del cambio tecnológico, provocan estragos en medios tradicionales como los impresos, que están amenazados de desaparición o de una contracción del negocio, más pronto de lo que calculaban los expertos, lo cual significa reducción de oportunidades laborales y cambios en el modo de trabajar que agudizan una condición tradicional en la industria mediática: la o el periodista no tienen horario; saben cuándo comienza su jornada, pero nunca cuando termina. Este régimen laboral es más problemático para las comunicadoras mujeres, dada su condición de jefas de hogar y en muchos casos, de madres.
La inseguridad no era un tema que preocupara mucho a las y los periodistas pese a que ella ha estado presente siempre en coberturas conflictivas. Al contrario, fue catalogada como cualidad de osadía de un reportero, hasta cuando dos de ellos y un trabajador de apoyo fueron asesinados por un grupo delincuencial que operaba en Colombia en 2018. Sin embargo, ni siquiera ese episodio doloroso puso en debate, con la fuerza que amerita el valor de una vida humana, algo que se sabe desde antaño: las y los periodistas carecen de un seguro para coberturas de riesgo.
A las y los periodistas nos ha resultado difícil asumirnos como trabajadores que vendemos fuerza de trabajo, y como tales marcar una línea frente a los intereses, legítimos, por cierto, de los dueños de los medios. Ello nos ha impedido unirnos al resto de trabajadores de la industria mediática para defender derechos en forma colectiva, en una mesa de negociaciones, como ocurre en otros países del mundo.
Ese hecho tiene implicaciones no solo laborales que el sociólogo francés Alain Accardo, abordaba en Le Monde Diplomatique, en 2000. “El reclutamiento social de los periodistas y su capacidad para incorporar profundamente la ideología de las clases dirigentes, crea entre ellos una comunidad de inspiración… A menudo, les basta trabajar como sienten para trabajar como deben. Es decir, como no debieran”, escribía. “… los periodistas no están en su mayoría maquiavélicamente preocupados por manipular al público para el provecho de los accionistas de las empresas de prensa… Si se comportan como ´condicionadores’ de aquellos a quienes se dirigen no es tanto porque tengan la voluntad declarada de condicionarlos, sino porque ellos mismos están condicionados, en un grado tal que la mayoría no sospecha”, agregaba.
Todo ello se refleja en el carácter de las organizaciones de comunicadores que se han creado a lo largo de la historia de la industria mediática en el país. Aquellas, apenas han logrado diferenciar de manera leve y fugaz los intereses de sus agremiados frente a los de los propietarios de los medios y, por tanto, la defensa de los derechos laborales de los comunicadores no ocupa en su agenda el lugar prioritario que le corresponde. La Unión Nacional de Periodistas fue creada con la participación activa de los dueños de uno de los más grandes diarios del país y reflejaba el momento histórico que vivía el país. La Federación Nacional de Periodistas y los colegios provinciales de periodistas, tienen un carácter gremial declarado en forma explícita, que responde a un momento histórico de claridad de conciencia de clase. Pero salvo el fugaz período que siguió a su fundación, terminaron cooptados por intereses patronales o políticos particulares. La sindicalización en alianza con el resto de los trabajadores de la industria mediática, es una idea todavía extraña en Ecuador.
Eugenio Espejo, no abordó estos temas, porque en su época no había industria mediática en el país, aunque en Europa ya se perfilaba como tal. Pero le preocupaba la función social que debía tener y aún debe tener la prensa. Pensaba que ésta era el interfaz que le conectaría a la sociedad de su tiempo con la sabiduría. “La prensa es el depósito del tesoro intelectual”, escribía en la instrucción previa en la que anunciaba la próxima circulación de “Primicias de la Cultura de Quito”. Pensaba que la prensa era un espacio para mostrar “que sabemos pensar, que somos racionales y que hemos nacido para la sociedad”.
Entendió que su proyecto tenía un componente económico y una forma colectiva de trabajar, y requería de un mínimo de planificación y promoción. “El redactor… ordenará con el método posible los artículos correspondientes a las diversas materias de Historia, Literatura, Comercio, etc. Él mismo recibirá por la estafeta los pliegos que se dignaran remitirle de fuera y dentro del Reino las personas que quisieren cooperar a la continuación del periódico.”, agregaba en la misma instrucción. “… se hace saber que desde el día 5 de noviembre se admiten suscripciones a razón de real y medio de plata por cada pliego completo. Cada número no puede pasar de cuatro folios en cuarto, y este se publicará cada 15 días, empezando desde el día jueves primero de enero del 92.”, anunciaba.
Su periódico fue acogido con entusiasmo por algunos círculos políticos e intelectuales de la sociedad quiteña de su tiempo. Pero también le generó maledicencias que acortaron la vida de Primicias de la Cultura de Quito, y también la suya, que se apagó apenas tres años más tarde. Sus ideas y su periódico fueron parte de una posición política que tocaba intereses poderosos: buscaban romper las cadenas del oscurantismo y la sujeción de su tierra natal a un imperio. Ese pensamiento y esa posición, más su postulado de la observación y la reflexión como método para llegar al conocimiento científico y la importancia de la educación en la formación humana son su legado.
Ilustración Giovanni Tazza