El periodismo es una profesión rara, para decirlo en términos más doctos, una profesión polisémica a la que se le atribuye diversos significados. Desde ser el mejor oficio del mundo, según el concepto de Gabriel García Márquez, hasta aquello de que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos, las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias, según la sugerencia de Ryszard Kapuscinski. Sin descartar otros significantes de entrometido, mentiroso, mercenario…y un largo etcétera.
El propio Gabo dijo alguna vez que “Ser periodista es tener el privilegio de cambiar algo todos los días». O aquella sentencia de Francisco Zarco: “No escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”. O, talvez, aquello de que “La prensa es la artillería de la libertad”, en el decir de Hans Christian Andersen.
Al final del día, a un periodista se le atribuye una suerte de ser regulador del mundo, el poder de moldear el futuro. Y con esa aureola, muchos sin haber pasado por la universidad, o provenientes de otros oficios envestidos de periodistas u opinólogos, hablan o escriben de esto y aquello en editoriales de periódicos o en la radio o televisión.
Sin descartar aquellas afirmaciones, de propio sugestivas: “El periodista de investigación es a menudo indispensable para el bienestar de la sociedad, pero sólo si sabe cuándo dejar de investigar”, de Theodore Roosevelt. O, “La diferencia entre literatura y periodismo es que el periodismo es ilegible y la literatura no es leída” de Oscar Wilde. Puede haber muchísimas más acepciones para denotar el oficio del periodista, personalmente me inclino por la de Albert Camus: “Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala”.
Un periodismo libertario
Y hoy conmemoramos el Día del Periodista, invocando a quien consideramos el primer periodista del Ecuador, Eugenio Espejo. El periodismo de Espejo, como más tarde el de Montalvo, fue expresión pedagógica, una manera de hacer de la palabra escrita un medio de enseñar, de suscitar inquietudes, de despertar rebeldías’, según Benites Vinueza. Por medio de sus escritos, Espejo quería educar a la gente y despertar en ella un espíritu rebelde. Abrazó la causa de la igualdad entre indígenas y criollos, un ideal que fue ignorado en los futuros procesos independentistas. También favorecía los derechos de las mujeres, aunque no desarrolló estas ideas. Espejo fue fundador de la Sociedad Patriótica, un grupo creado para mejorar a Quito. Con dicho grupo también llegaría la publicación del primer periódico de la ciudad, llamado Primicias de la cultura de Quito. De esta forma, el periodismo en Ecuador tuvo sus primeros pasos.
Espejo fue infatigable lector de las obras filosóficas y políticas de los enciclopedistas, dedicado a promover las ideas de libertad y democracia para poner fin, definitivamente, a la monarquía española e instaurar una República Democrática en Ecuador y en América. Francisco Eugenio Javier de Santa Cruz y Espejo es el fundador del periodismo ecuatoriano, y así lo recordamos los periodistas al cumplirse más de dos siglos de aquella pionera empresa y de su infausta muerte en prisión, en 1795.
Con Espejo surgió el periodismo en Ecuador a finales del siglo XVIII con la publicación del primer periódico impreso en territorio de lo que hoy es Ecuador. Primicias de la Cultura de Quito fue la primera publicación que apareció en la antigua Presidencia de Quito, editada bajo los auspicios de la Escuela de la Concordia. Su primera edición circuló el 5 de enero de 1792, y a través de sus páginas se hicieron importantes reflexiones morales y disquisiciones filosóficas, así como recomendaciones y consejos sobre salubridad, higiene, buenas costumbres, etc. Apareció quincenalmente bajo la pluma de Eugenio Espejo y circuló con la modalidad de lo que hoy llamamos suscripciones a precio de real y medio de plata por cada pliego completo, pero los quiteños se mostraron indiferentes a su publicación, permitiendo su persecución y la de su autor. Fue una suerte de diamante en el fango para un pueblo al que el mismo Espejo había reconocido ignorante en su Discurso, de 1789, cuando dice: “Estamos destituidos de educación. Sería adulación, vil lisonja, llamar a los quiteños ilustrados, sabios, ricos y felices, no lo sois: hablemos con el idioma de la escritura santa; vivimos en la más grosera ignorancia y la miseria más deplorable” (Eugenio de Santa Cruz y Espejo / Primicias de la Cultura de Quito, p. 136).
Primicias de la Cultura de Quito fue una “revolucionaria novedad en el monótono y encogido vivir de la conventual ciudad. Espejo, el acusado de libelista y panfletario, al que “lo habían mandado sacando a Santa Fe”, como debieron decir con uno de nuestros tan pintorescos gerundios las gentes quiteñas. Será, acaso, por eso que Primicias tuvo una trayectoria efímera, que solo alcanzó su séptima y última publicación el jueves 29 de marzo de 1792, según consta en la Enciclopedia del Ecuador, de Efrén Avilés Pino.
Un colectivo libertario
Bajo la égida de Espejo, añísimos más tarde un grupo de colegas concibió y creó el Colectivo Espejo Libertario, loable tentativa de agruparse en torno a las enseñanzas del maestro. Profesionales notables, con nombres y apellidos reconocidos por la sociedad ecuatoriana que ejercieron o ejercen el oficio en reconocidos medios de prensa, se dieron cita para intentar evocar, invocar, ser un gestor libertario de la profesión como lo fue Espejo. Hace unos tres años me invitaron a formar parte de esa privilegiada pléyade profesional y, la verdad sea dicha, he tenido que esforzarme para merecerlo y estar a tono como amigo y comunicador de tan singular colectivo.
En el Día del Periodista, con la convicción de que interpreto el sentir de mis compañeros, en memoria de nuestros colegas que ofrendaron su vida en ejercicio de la profesion, confirmamos el compromiso de ejercer un periodismo independiente, libertario y digno, comprometido con la verdad, plural, diverso y formador de públicos: un periodismo sin temor ni favor, al servicio de las mejores causas del país y de la región. No solo para tratar de ser buenas personas, sino para que el periodismo siga siendo -como digo Gabo- “la profesión que más se parece al boxeo, con la ventaja de que siempre gana la máquina y la desventaja de que no se permite tirar la toalla». El mejor oficio del mundo.