A Edgar Allan García
Se dice que Navidad es de los niños. Al menos, debería ser para ellos, pero los adultos, salvo excepciones, la han convertido en una fiesta de mayores, de consumismo, falsa evocación religiosa y odioso contraste entre las desigualdades sociales. Basta ver la diferente Navidad de niños que nada tienen y miran un escaparate con la ilusión suspendida de un imposible y aquellos que todo lo tienen porque lo reciben todo de sus padres. La felicidad, como sinónimo de la Navidad, también debería ser de los niños y niñas. Pero la felicidad que se concreta en un juguete infantil, se vuelve otro imposible en el hogar de los humildes.
Si hay algo que evoca y revive el niño que fuimos, es el recuerdo del tren de hojalata que recibimos por Navidad en nuestros primeros años al amor de una madre que se desvivía por hacernos feliz. En el devenir del tiempo, los libros reemplazaron a los juguetes y los cuentos ocuparon un lugar en el breve espacio de nuestra alegría infantil en Navidad. Había un cuento que me gustaba de manera especial, escrito por Charles Dickens, que tenía por título Christmas Carol (Cántico de Navidad) que cuenta la historia de un hombre egoísta y huraño que cambia su forma de ser durante unas frías navidades debido a la visita de tres fantasmas. Es un cuento navideño que, tempranamente, me enseñó el valor de la generosidad.
Con los años dejé de recibir juguetes y cuentos por Navidad, pero quedó impregnado para siempre en mi espíritu el valor de quienes escriben para niños. Y la vida me dio la oportunidad de contar con un padre que lo hacía, como el primer escritor chileno que escribió cuentos sociales sobre niños. Títulos de los libros de Vicente Parrini como Caracol, Infancia Robada, Había una vez, Doña Campana y don Reloj, entre otros, poblaron los años verdes de mi infancia con relatos y poemas para niños que me hicieron descubrir cuánta ternura puede haber en el acto de escribir. Y esa ternura se creció en las letras de la Mistral que escribía, sobre un humilde cuaderno apoyado en sus rodillas, a los piececitos de niños azulosos de frío.
Y los años me dieron la razón, la palabra ternura podía adherirse a la palabra inteligencia, como el musgo a la piedra, y descubrí un poeta de niños con alma de niño, Edgar Allan García, guayaco vivido entre la negritud de Esmeraldas, con alma más blanca que la espuma o la nieve. Edgar confesó alguna vez que se divirtió muchísimo escribiendo su poemario Palabrujas donde cuenta que “si Pinocho me dijo la verdad, Peter Pan era mayor de edad”. El autor reconoció que “este libro me ha traído muchas alegrías, lo escribí cuando deje salir mi niño interior, ese niño juguetón que le gusta jugar con las palabras, por eso en uno de los poemas digo: Si mi profesora me enseña a usar el punto y coma, pero en el almuerzo mi mamá insiste en el… coma y punto…. ¿a quién le hago caso en ese asunto?”. En el libro Te quiero muuuu…cho dijo la vaca, Edgar nos cuenta: “Este es el cuento de doña Selén que quiere divorciarse y no encuentra con quien, este es el cuento de don Serafín que aún no comienza y ya llegó el fin, este es el cuento de doña Anacleta que corre en avión y vuela en bicicleta, este es el cuento de don Leandro que quiere subir cuando va bajando, este es el cuento de doña Filomena que llora riendo y ríe con pena, este es el cuento de don Remberto entrando pafuera saliendo padentro, este es el cuento de nunca acabar, cuanto más lo cuento más falta contar”.
En Cuentos Mágicos, Edgar nos relata la historia del pensamiento humano, “de cómo aprendió a pensar el mundo y decir la vida…como ese pez que iba por el mar buscando el agua, cuando en realidad estaba nadando dentro del agua, y una ballena le dijo: así hay algunos seres humanos que buscan la felicidad lejos, cuando tienen que darse cuenta de que la felicidad está dentro de cada uno”.
Edgar tiene tanto y mucho del personaje Matías Granda, de su libro Cazadores de sueños, “que le gusta inventar y contar historias maravillosas y tiene mucha fantasía, pero hay algunos que dicen que es un mentiroso, pero no es un mentiroso, simplemente tiene una capacidad para crear cosas; hasta que un día se encuentra con Humberto, un personaje que había estado en muchos lugares del mundo, que había subido a muchas montañas y selvas en muchos continentes, y Matías se queda abismado con este personaje, porque se da cuenta de que la realidad, muchas veces, es mucho más interesante que la misma fantasía”.
Hoy que Edgar está enredado en una realidad más dolorosa que cualquiera pueda imaginar, luchando en un hospital contra un mal catastrófico, que los niños y niñas ecuatorianos no se queden sin un cuento en esta Navidad, que no nos falte su necesaria fantasía provista de tanta imaginación y ternura. Y que este poeta feliz, -como bien dice Abdón Ubidia- nos siga embetunando de alegría muchas noches buenas por vivir.