A veces la vida se muestra entera, dice una canción de Serrat, y es verdad cuando la alegría no va nunca solitaria y tiene que compartirse. Y, sin embargo, como dice Saramago, “el mundo de la alegría tiene su propio y diferente sol”. Esa es la alegría del pobre, efímera, fugaz, transitoria como un soplo a diferencia de la tristeza que permanece, se afinca, invade el alma hasta el último rincón. Alegría y tristeza, difieren porque son sinónimos de triunfo y derrota. Y hay momentos en la vida, cuando se muestra entera, en que todo es posible de una sola vez. Y en ese encuentro, si algo tiene de virtud el derrotado, es que acompaña al triunfador hasta el último momento, en el preciso instante cuando la lucha da paso a la gloria.
Eso ocurrió en Qatar cuando los once africanos defendiendo la divisa francesa, se enfrentaron a los once argentinos que se disputaban una pelota redonda como la vida cuando se muestra entera, y acompañaron en su derrota al ganador hasta el umbral de la gloria. Fue una final entre ricos y pobres, entre enriquecidos y empobrecidos por la injusticia que no cuenta en el fútbol porque es un juego, y la vida va en serio cuando se muestra entera.
¿Por qué no declararnos alegres en este mundo gris, en este país entristecido por la crisis interminable y creer que a pesar de todo la vida se muestra entera?
Si bien el campeón del mundo es el único ganador, el segundo no es el primer perdedor porque de alguna forma, triunfando, llegó a hasta el mismo lugar de su oponente para disputarle de igual a igual la gloria que solo merece recibir uno, el que obtiene el triunfo final. Aquellos derrotados luchando por una divisa impuesta por la migración tercermundista, nacidos en la pobreza, que llegaron de la miseria africana o que nacieron en la marginalidad de la metrópoli europea, hijos de negros y negras migrantes, despreciados hasta que vistieron la divisa francesa y se convirtieron en lucrable mercancía, en estrellas con brillo propio y ganancia ajena.
La vida se muestra entera y en sus ribetes enseña sus contrastes. El mundial más oneroso del mundo fue ganado por un país tercermundista, empobrecido por la injusticia que no cuenta en el fútbol porque es un juego. Fue el mundial de la corrupción mundial, de la compra venta de un derecho no adquirido por méritos, sino por el dinero arrogante de un emirato árabe primermundista.
Un mundial de fútbol donde todo fue mercancía, y la primera mercancía fue el propio mundial, comprado con el dinero del mejor postor como una mercancía que no se equipara en valor a la alegría del triunfador, que no tiene precio. Porque, más allá de que la vida sea algo serio, que admita alegrías y tristezas cuando se muestra entera, se diferencia del fútbol que es un juego, porque siempre pone a un paso de la gloria a un perdedor y al ganador. Y ese ganador, para alegría de tercermundistas es Argentina, territorio del tercer mundo que venció esta vez al primer mundo, porque la vida a veces se muestra entera. Territorio que unió a Latinoamérica en una redonda alegría. Una dicha colectiva y compartida, porque nunca la alegría rueda sola. Será por eso que el fútbol es un juego alegre y hermoso, que convoca a multitudes porque nadie es feliz en solitario, aun cuando a veces la vida se muestra entera. Redonda, como una pelota de fútbol.