El campeonato mundial de fútbol Qatar 2022 llega a su fin y muchos se preguntan qué nos deja este torneo deportivo, qué podemos aprender de nuestra selección. Y la verdad es que esta es una pregunta que no, necesariamente, debe tener una respuesta. Si buscamos un parangón entre el comportamiento exhibido en la cancha por nuestros jugadores de la Tri que lo dieron todo, con la conducta que esperamos de los ecuatorianos en la vida política diaria, habrá que decir que deporte y política no son equiparables: la una es lucha por el poder, el otro es una dinámica lúdica que busca la recreación de la realidad.
Muchos han querido ver la lección que deja el deporte, incluso, se reflexiona acerca de si el deporte puede enseñar algo a la política. Objetivamente no, subjetivamente probablemente sí, cuando solo se entiende la política como un acto “ético” con una mirada moralista entre el bien y el mal. Pero el tema suele ser mucho más complejo. La política se relaciona con el campo de la epistemología, de la ideología consciente que genera una praxis. El deporte es juego, vinculado a la distracción de la realidad mediante símbolos.
La optimización de la política en términos de conducta humana, no es posible puesto que está atravesada por una lucha irreconciliable de contrarios en pugna por el poder, es decir, por la supremacía de uno sobre el otro, hasta la expresión bélica. El deporte es un simulacro de guerra, su simbolismo más cercano, que no tiene como objetivo el exterminio del otro. No son equiparables.
Acaso el ennoblecimiento de la política haya que buscarlo en la propia ideología que genera su praxis, en la concepción del mundo y en el rol que se asigne al ser humano. Bajo una visión humanista la política puede ser optimizada desde su propia epistemología, siempre y cuando ésta rescate de su axiología los valores que dignifican al hombre y a la mujer.
En el conversatorio sostenido hace algunos días en Radio Pichincha, en el programa La Oreja Libertaria, conducido por Luis Onofa y Leonardo Parrini, el psicólogo social y escritor, Felipe Vega de la Cuadra y el analista y escritor, Edgar Allan García, hurgaron una respuesta para la dinámica que une al fútbol, cultura y comportamiento social.
El fútbol, una estupidez
Con ese calificativo Jorge Luis Borges se refirió al deporte más popular del mundo, bajo la creencia de que el fútbol narcotiza a los pueblos impidiéndoles tener consciencia de su explotación y la involucración política de las masas. El deporte, en ese sentido, es utilizado políticamente y no es un espacio de encuentro de los pueblos.
Felipe Vega de la Cuadra sostuvo que el fútbol “es una de las expresiones humanas más complejas”. El ser humano no ha cambiado su función neurológica desde que es homosapiens: “somos propensos a generar bandos, grupos. El futbol tiene la gran ventaja y desventaja de que en sí mismo facilita la creación de posiciones y grupos, a favor o en contra, en una confrontación vicaria, es decir, alguien se confronta por mí a alguien delego el rol que se confronte por mí, gane, pierda o empate. Y esto genera un sistema de esperanzas. Somos seres aferrados a la esperanza”.
En esa línea de pensamiento se puede afirmar que, “en el fútbol se expresan identidades ficticias, socialmente construidas y políticamente correctas”. El futbol es utilizado por los sectores políticos para funcionalizar esta identidad como una forma de buscar la esperanza en una sociedad que niega toda esperanza.
No obstante, a través del fútbol se va de la desesperanza hacia la esperanza. Mientras más pobre sea el jugador, más funciona la esperanza, a través de delegar la esperanza en alguien que ha triunfado. Mientras más populares y humildes sean nuestros jugadores, más pasión mostrará el mundo por ellos. Se afirma que el fútbol supera las diferencias de clase, pero esto ocurre solo en apariencias según Vega de la Cuadra, y de esto saca provecho la política.
Como fenómeno gregario la conducta de los fanáticos del futbol supone una conducta irracional en el hincha. Multitud es una colección de cuerpos negados de razón, nos recuerda el escritor. La hinchada en el colectivo pierde toda razón y se convierte en un ser informe, con una sola lógica de acción: defender y alentar a su equipo y odiar al resto.
Por esta razón es que el futbol tiene poco que enseñar a la política. La integración social hay que lograrla de otras formas, el fútbol es un espacio de catarsis, hay que diferenciar entre fútbol y política y dejar en la cancha la pasión, las confrontaciones deportivas, y que siga la industria deportiva, pero que no se convierta en el motor de solución de conflictos de la sociedad ecuatoriana. Bravo por la selección, pero ellos los jugadores, no van a solucionar los problemas del Ecuador que los solucionamos nosotros, concluye Vega de la Cuadra.
El fútbol, una guerra simbólica
En su intervención el escritor Edgar Allan García comparte la idea de Eduardo Galeano de que el futbol es un reflejo del mundo, pero adiciona el predicamento de que “el fútbol es una guerra simbólica. El fútbol no es solamente un deporte, es un fenómeno cultural y también religioso que atrae fanáticos», sostiene García. «Los intelectuales de todas las tendencias han tenido sus reparos contra este fenómeno de masas en donde la razón queda en un cajón y, de pronto, somos todo pasión, somos la tribu que se presenta ante otra tribu, no solamente con el propósito de ganar un partido sino de humillar al rival. Los seres humanos hemos optado por agruparnos en torno a estas simbologías tribales para sentirnos más fuertes, trascendentes, sentirnos que somos una colectividad. En muchos casos ese nivel de coherencia social se vuelve un pretexto para odiar a otros y sacar a flote racismos, clasismos y chauvinismos”.
Galeano decía que un hombre puede divorciarse, cambiar de religión y de partido político, pero no de club deportivo de su preferencia. Por esa necesidad de tener una identidad perdemos al individuo que se vuelve masa y no responde a razonamientos. El fútbol es una guerra simbólica que utiliza lenguaje proveniente de la guerra: misil, balazo, atrincherarse, etc., balón viene de bala. En esa analogía, García sostiene que “la masa tiene una pasión por algo irracional, más allá de la racionalidad que proponen los intelectuales, los seres humanos tenemos la necesidad de sacar ese niño salvaje que todos llevamos dentro”. La política como otra guerra simbólica se juega en las calles, en las manifestaciones y en los intereses que están detrás de cada discurso que llevan a los contrincantes a tener posiciones irreflexivas.
En política los grupos de poder suelen ser más poderosos que el pueblo y lo que llamamos democracia no es tal, sino simplemente una “corporocracia” que está por encima de los intereses reales de las grandes mayorías, concluye Edgar A. García: “El fútbol no une a los pueblos, pero en la necesidad de buscar un tipo de identidad transnacional, tendemos a crear vínculos. Y apelamos a una identidad extendida para sentirnos parte del juego. Son necesidades humanas de sentirnos parte de algo y movilizar ese trasfondo apasionado que tenemos y que se exprese ese salvaje que llevamos dentro”.
¿Qué nos deja de enseñanza el mundial Qatar 2022?
El fútbol es una lucrativa empresa capitalista que no, necesariamente, une a los pueblos a través de sus mejores valores. Que el ser humano -como deportista- puede llegar a ser una cuantiosa mercancía transable en un mercado. Y que los hinchas somos seres irracionales que, con sentido gregario, buscamos una identidad colectiva y delegamos nuestra esperanza de realización en el triunfo de otros.
Programa La Oreja Libertaria: https://www.facebook.com/EspejoLibertarioColectivo?mibextid=ZbWKwL