¡Viva Quito! Esa es la muletilla que cada 6 de diciembre gritan quiteños, entre propios y extraños, sobrios o borrachos, entre la duda histórica de ser el quiteño libre del primer grito de Independencia o el de la fundación española, varias veces frustrada por la rebeldía ancestral de un pueblo.
¡Viva Quito! ¿Cuál Quito, la ciudad libertaria o la urbe colonizada? Mentalmente neocolonizada en la cultura y costumbres feudales de corridas de toros, quiteños vistiendo a la usanza española, tomando vino agrio en bota o añorando con pujos aristocráticos la herencia del conquistador.
Historia silenciada
La historia de la fundación de Quito cuenta que, a la llegada de los españoles al Tahuantinsuyo, el imperio Inca se encontraba dividido por una guerra fraticida causada por la pugna de poder entre Atahualpa y su hermano Huáscar. El quiteño defendía su hegemonía desde Quito y el hermano desde el Cuzco. En el año de 1533, luego de pacificar el imperio, Atahualpa sostuvo una actividad social con Francisco Pizarro, en la cual fue tomado prisionero y, días después, ejecutado por orden del español. El crimen fue cometido por la codicia de los españoles alentada por la noticia de que en los Andes septentrionales se encontraba oculto el tesoro de Atahualpa. En afanosa búsqueda se organizaron las expediciones de Pedro Alvarado desde Guatemala, y la de Sebastián de Benalcázar procedente del sur, que logró llegar primero. El 6 de diciembre de 1534, Benalcázar funda la ciudad de Quito en las faldas del volcán Pichincha, sobre las cenizas de la ciudad incendiada por Rumiñahui en su propósito de no dejar nada al arbitrio del conquistador.
La ciudad, de este modo, celebra la fundación española un incierto 6 de diciembre, por sobre la memoria histórica de la gesta independentista del 10 de agosto. La ciudad importante del Tahuantinsuyo, fue la segunda capital del imperio Inca conquistada por los españoles y refundada sobre las cenizas de un territorio incendiado por Rumiñahui.
¡Viva Quito! La ciudad del supuesto tesoro de Atahualpa, asesinado por las huestes de Francisco Pizarro, inspirado en la codicia del advenedizo español. La ciudad establecida con aproximadamente 200 habitantes, y en cuyos límites se organizó el cabildo y se delimitaron las áreas comunales. La ciudad naciente sobre sus propias ruinas, ciudad luz de América que daría el primer grito de Independencia ante el coloniaje español.
Desde entonces la historia ha sido silenciada, cuando no distorsionada, por una corriente de pensamiento colonizado, conservador y oportunista que cree ver en la reivindicación de un neocolonialismo la ocasión de preservar sus privilegios de clase y una cultura neoliberal a ultranza.
Nace una fiesta
La crónica moderna señala que desde hace algunos años los quiteños consideran que las fiestas de la fundación de la ciudad ya no son lo mismo. Aceptadas las tradiciones que evocan lo hispánico fundacional de Quito, habrá que consignar que las fiestas del 6 de diciembre solo datan desde 1959. En el mes de noviembre de ese año, concluida una partida de cuarenta, César Larrea que se desempeñaba como Jefe de Información del matutino Últimas Noticias; Luis Alberto Valencia y Gonzalo Benítez integrantes del famoso dúo musical quiteño y Luis Banderas, charlaban acerca de cómo homenajear a la ciudad. Eran los días en que una sesión solemne del Cabildo quiteño evocaba la fundación española de la ciudad y fue entonces que se les ocurrió hacer renacer la costumbre de dar serenatas con albazos quiteños. Se pusieron manos a la obra, o mejor, manos en guitarras y requintos, y salieron a la Plaza Grande a cantar, luego de convocar por la prensa a los habitantes de la ciudad a escuchar sus canciones frente al Palacio de Carondelet, la noche del cinco de diciembre.
La primera vez, el presidente Carlos Julio Arosemena salió al balcón del palacio a escuchar los serenos. La muchedumbre inauguró esa noche la arenga de ¡Viva Quito!, como una forma de sentir viva a la ciudad en medio de los avatares citadinos. Aunque la cita de los artistas duró nada más dos años, había nacido una tradición citadina de celebrar la víspera nocturna del 6 de diciembre a la ciudad con vítores, cantos y bailes en los barrios de Quito al calor de un canelazo.
Con el tiempo la celebración fue cambiando de sentido y se instauraron las corridas de toros y la pelea si deben continuar o no, los conciertos de artistas internacionales y el estallido mercantil de una ciudad que no celebra si no consume.
Se habían desdibujado en el tiempo tradiciones propias que, en la intención de Larrea, los Benítez Valencia y Banderas de cultivar la quiteñidad y generar un sentido de identidad, dieron paso a una evocación colonialista que no estaba relacionada a recordar la fundación española de la ciudad, sino a conmemorar a Quito. Se había trastocado el sentido de festejar en las calles como sitios de encuentro, fraternidad y convivencia. Había nacido, luego en 1964 oficialmente, la gestión del Municipio de crear un Comité de Fiestas para organizar todos los actos especiales. El programa incluyó música, juegos lúdicos, desfiles, bailables, comidas típicas y desbordante alegría los quiteños y quiteñas festejando la fundación española de la ciudad.
Antes de estos sucesos, durante siglos la fecha no tuvo una mayor significación oficial ni popular, que no fuera algún desfile o un acto cívico durante la sesión solemne de la Municipalidad de Quito con personajes adustos y almidonados.
Desde la segunda mitad del siglo XX, comenzó la tradición de las fiestas de Quito y lo hizo con un himno popular, el Chulla quiteño, que evoca al personaje considerado símbolo de quiteñidad. Con el paso del tiempo se fueron sumando otros festejos, exposiciones, ferias populares, concursos de comidas típicas, manifestaciones cívicas en el Desfile la Confraternidad, campeonatos “mundiales” de cuarenta, carreras de coches de madera, bólidos populares conducidos por pequeños ases del volante, chivas o camiones pequeños adaptados para pasear por la ciudad a los farristas, al ritmo de la música de bandas de pueblo, y las célebres huecas donde disfrutar manjares cocinados por maestros y maestras del arte culinario. La noche del 5 de diciembre se produce el clímax con el colorido espectáculo de los fuegos artificiales visibles prácticamente desde casi toda la ciudad.
Esta manifestación popular citadina que, olvidando incluso los pasajes de una historia contradictoria de fundación hispana de la ciudad y, peor aún, sus antecedentes ancestrales aborígenes, ha pasado a ser patrimonio de propios y extraños, quiteños y quiteñas, quienes no solo damos vida a la celebración popular, sino también miles de compatriotas de otras partes del país e incluso los visitantes de otros países que vienen a compartir la fiesta quiteña al grito de Viva Quito.
¡Viva Quito! Amerita preguntarnos qué mismo queremos que viva de Quito.
¿Qué es lo que se supone que debemos celebrar en estas fechas? El pueblo quiteño debe ensayar una respuesta, más temprano que tarde, antes de que la memoria histórica sucumba frente al mito de una ciudad resucitada.