Una noticia en desarrollo es un proceso comunicacional por concluir. Un desarrrollo informativo en estos días anuncia que el Gobierno no condonará las deudas vencidas de entre USD 3.001 y USD 10.000 en la banca pública. El anuncio lo hizo el Ministerio de Gobierno en un comunicado el 22 de noviembre de 2022, pese a que el Ministerio había anunciado que trabajaba en un decreto ejecutivo para implementar una nueva condonación de deudas en el banco público BanEcuador: “No existe la viabilidad financiera para incrementar dicho mecanismo”, dijo el ministerio en un comunicado. La decisión fue ratificada por el ministro de Finanzas, Pablo Arosemena, quien afirmó que el banco no puede dejar de cobrar las deudas porque afecta su capacidad para otorgar nuevos créditos, al dejar de percibir 190 millones de dólares por la condonación crediticia. Las medidas de respiro financiero fueron parte de los acuerdos que alcanzaron las organizaciones indígenas -Conaie y Fenocin- con el régimen de Lasso. Un nuevo desacuerdo sobre este tema abre las puertas a una eventual movilización indígena con medidas de hecho, entre las que no se descarta un nuevo paro nacional.
Otra noticia en desarrollo, señala que un juez local de la Concordia desencadenó una discordia entre el poder judicial y el legislativo, al dictaminar medidas cautelares de protección a favor de los 4 miembros del CPCCS destituidos por la Asamblea Nacional (AN). La decisión del juez es considerada por presidente de la AN como una flagrante injerencia de un poder del Estado sobre otro. Esta contradicción entre la resolución de un juez local contra la decisión de 83 asambleístas, que en apariencia se lo quiere ver como una pugna de poderes entre el Legislativo y el Judicial que se inmiscuyó en las decisiones del primero, no es otra cosa que el reflejo de un problema de fondo: la utilización de la justicia con fines políticos, como ha hecho costumbre la derecha.
Estas dos noticias en desarrollo, suponen también una nueva crisis coyuntural en desarrollo. Una crisis en la que de fondo subyace un asunto mayor: la disputa por el poder entre dos modelos el neoliberal y el progresista, situación que se traduce en un forcejeo por controlar el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), entidad autónoma que forma parte de la Función de Transparencia y Control Social, que promueve e incentiva el ejercicio de los derechos relativos a la participación ciudadana; establece e impulsa mecanismos de control en los asuntos de interés público, llámese Contralor, Cortes, Fiscales, entre otros. Un tema que en su complejidad pasa por la vía que conduce hacia el poder político de la nación.
Aquella es la gran tarea pendiente en el país: pasar del control del gobierno a la toma del poder. Sin embargo, frente a esta cuestión estructural pendiente, las condiciones objetivas para el cambio social están dadas en Ecuador y solo deben madurar las condiciones subjetivas para impulsarlo, es decir, la voluntad política de los protagonistas del cambio. Cuando está en cuestión el modelo político económico de un país que, como ocurre en Ecuador, no ha dado respuesta a las necesidades fundamentales de la población, es entonces que objetivamente se han creado condiciones para una transformación de las estructuras sociales que viabilice nuevas políticas públicas en favor de las mayorías pauperizadas e inaugure la justicia social. Hasta entonces seguirá como asignatura pendiente resolver la disyuntiva entre reforma o revolución. Reforma, que no es otra cosa que mejorar el mismo modelo, o Revolución que implica un cambio por otro distinto.
Cuestionando la disyuntiva
No deja de ser extraño, incluso paradójico, -señala en su ensayo La izquierda: reforma o revolución, Bolívar Echeverria- «lo que sucede actualmente en el mundo de las ciencias sociales: justo en una época que se reconoce a sí misma como un tiempo especialmente marcado por cambios radicales e insospechados -cambios que abarcan todo el conjunto de la vida civilizada, desde lo imperceptible de la estructura técnica hasta lo evidente de la escena política-, la idea de la revolución como vía de la transición histórica cae en un desprestigio creciente».
¿Vivimos el ocaso de la conciencia revolucionaria en nuestro tiempo, la única revolución posible es la reforma? Después de la pérdida de las ilusiones acerca de una salvación revolucionaria, después de la experiencia del “desencanto”, ha llegado para la izquierda la hora de pensar “con la cabeza despejada”: la hora de reorientar la identidad de la izquierda; de abandonar el arcaísmo del mito revolucionario y de pensar y actuar de manera reformista. ¿Despejarse la cabeza de ilusiones revolucionarias tiene que significar para la izquierda un abandono de su orientación revolucionaria, o puede constituir, por el contrario, una oportunidad de precisar y enriquecer su concepto de revolución?, se cuestiona Echeverría.
Sin duda, nada hay más controvertido en este inicio de siglo que la presencia del hecho revolucionario en la historia contemporánea; sin embargo “la catástrofe barbarizadora”, que es su contrapartida, es un hecho básico en nuestro tiempo. Frente a esa catástrofe, las cosas se modifican dentro del estado en que se encuentran, y lo hacen en tal medida que su permanencia se vuelve imposible y su paso a un estado diferente resulta inevitable. En esto radica la necesidad revolucionaria. Lo primero que se pone en evidencia es que al hablar de un cambio revolucionario, las cosas transitan de un estado a otro diferente. A diferencia de una reforma, que coquetea al futuro, pero no cree indispensable despedirse del pasado. Esta es una actitud ética que desemboca en una posición política.
En una transición histórica, Echeverria distingue al menos cuatro salidas puras, para las cosas históricas encerradas en una situacion que se ha vuelto insostenible: la reforma y la reacción, por un lado, y la revolución y la barbarie, por otro. De ahí que el reformismo es aquella reacción retrógrada o reaccionaria de una actitud ético-política que se deja amedrentar por una respuesta prepotente del establishment, y se identifica con ella. Frente a la acción represora del sistema, el reformismo responde con un reacomodo que desactiva su disconformidad con lo establecido; en tanto, lo revolucionario supone nuevos modos de comportamiento y convivencia social, vía de salida que pasa por “una subversión destinada a sustituir, y no solo remozar el estado de cosas prevaleciente, como solución a la exigencia histórica de transición que constituye el fundamento de la posición ético-política revolucionaria”. La salida revolucionaria es, sin duda, una de las cuatro soluciones a la situación de impasse en la que puede desembocar un estado de cosas histórico y que tiene como opción la izquierda. De izquierda -podemos entender- aquellas posiciones ético-políticas que, ante la impugnación que la cosa histórica hace del estado en que se encuentra, rechazan la inercia represora y destructiva de éste y toman partido por la transformación total o parcial del mismo, concluye Echeverría.
En tal sentido, mal harían sin fundamento racional quienes, ubicados en una posición de izquierda, creen que, junto con el mito moderno de la revolución, es conveniente expulsar también de su discurso la idea misma de revolución y todas aquellas que de una manera u otra giran a su alrededor, de la idea de socialismo. La identidad de la izquierda se define por el socialismo. Renunciar a él implica aceptar que, en la actualidad, las únicas opciones históricas realistas son la reacción o la barbarie. En verdad, no hay continuidad entre la salida revolucionaria y la solución reformista. La revolución no es un cúmulo acelerado de reformas, ni la reforma es una revolución dosificada. Una y otra van por caminos distintos, llevan a metas diferentes.
No obstante, -Echeverría advierte- hay metas políticas que sólo son perceptibles en la perspectiva de una modalidad revolucionaria de la transición histórica en la que se encuentra actualmente la sociedad. Metas que son urgentes, que tienen una necesidad real y no ilusoria, pero que son utópicas porque resultan inoportunas en lo que respecta a la posibilidad inmediata de su realización. Se trata de metas de política económica y social, de política tecnológica y ecológica, de política cultural y nacional, que, de no ser alcanzadas o al menos perseguidas, pueden convertirse en lastres capaces de desvirtuar las más osadas conquistas reformistas. La revolución, para serlo en verdad, señala Echeverría citando a Hegel, debe ser una “negación determinada” de lo existente, comprometida con lo que niega, dependiente de ello, para el planteamiento concreto de su novedad.
Sin embargo, la necesidad de cambio revolucionario, no es una crisis cualquiera. Una crisis se la debe entender como una situación grave y decisiva que pone en peligro el desarrollo de un asunto o un proceso. Crisis es una coyuntura de cambios en cualquier aspecto, porque deja en evidencia las contradicciones existentes. Las crisis coyunturales evidencian, nada más, contradicciones secundarias. Una crisis estructural viene dada por la contradicción fundamental o principal en la sociedad. Esto es, entre un modelo de desarrollo u otro para Ecuador -neoliberalismo o progresismo, que se solventa, a través de la definición del dilema entre revolución o reforma. El país tiene pendiente, como una espada de Damocles, ejecutar reformas remozando el modelo neoliberal vigente, maquillando sus incongruencias o cambiarlo por otro antagónico en sus estructuras; en esa disyuntiva objetivamente las condiciones de cambio están dadas porque el modelo está agotado en sus fracasos, solo resta la voluntad política subjetiva para hacerlo. Las noticias en desarrollo de estos días develan una crisis estructural del Ecuador, que es el camino por recorrer entre Reforma o Revolución. He ahí el problema del Ecuador, una crisis existencial que debe resolver el país para armonía de su propia existencia como Estado Nación.