En Ecuador vivimos ayer la pasión del triunfo de la selección de fútbol sobre su similar de Qatar. Fue una victoria labrada con tres conquistas sobre el arco catarí. Tres, no obstante, la primera -de la tripleta del ecuatoriano Enner Valencia-, fue anulada por decisión de un réferi errático, presionado por la condición de local del combinado de Qatar. El italiano Daniele Orsato, con total carencia de condición moral y técnica, “robó” el gol a Ecuador por un presunto outside. El fallo fallido del árbitro se produjo en consecuencia de que la FIFA resalta a Orsato como uno de los arbitrantes más experimentados en Europa. Orsato se desempeñó como el referí de la final de la UEFA Champions League 2020, encuentro que el Bayern Munich venció por la mínima cuenta al Paris Saint-Germain. La pasión jugó una mala pasada a Orsato, en claro perjuicio ecuatoriano; sin embargo, los muchachos de la Tri, inspirados en una pasión buena, doblegaron a los malos designios.
Un fakenews originado en Inglaterra, difundió antes del encuentro el falso rumor de que la dirigencia de Qatar había sobornado, o intentado sobornar, a 8 jugadores ecuatorianos con una suma de 7,4 millones de dólares para que se dejasen ganar el partido. Sobre el césped sintético del ostentoso estadio Al Bayt, el combinado tricolor demostró que, cuando a la juventud le inspira una pasión superior, no hay poder humano ni divino que pueda doblegar su insobornable conducta.
Luego de cada gol que ratificaba la sed de triunfo la oncena tricolor de gladiadores, de hinojos en la cancha, alzó sus brazos en señal de una pasión mística, o fe religiosa que forma parte de su condición humana, en un gesto de gratitud a una fuerza superior que supuestamente se sumó a la suya propia de juventud en la consolidación del triunfo. Porque, como bien apunta Abdón Ubidia, el fútbol como deporte que apasiona, genera “un estado del alma que nos hace renunciar a todas las razones de la razón para entregarnos al juego de las emociones más puras”.
Esa misma pasión que abre el campo a la esperanza en un mejor porvenir. ¿Qué sería de los triunfos y las derrotas sin la huella de la pasión que traza la juventud? Silvio, acaso, nos anticipa la respuesta: “Si no creyera en el delirio, si no creyera en la esperanza, si no creyera en lo más duro, si no creyera en el deseo, si no creyera en lo que creo, si no creyera en algo puro ¿qué cosa fuera? Un instrumento sin mejores resplandores…»
Una pasión multicolor que amalgama a blancos, negros y trigueños, que une su fuerza tras un solo objetivo. Multicolor, porque simboliza el encuentro variopinto de los pueblos del mundo. Una pasión que se tiñe de colores tras una causa que nos devuelve la fe en el fútbol como deporte.
Como sugiere Ubidia, una pasión “con su significado clásico y hasta diríamos, místico, es el trance redentor, cargado de sacrificio, que une el sufrimiento, la incertidumbre, la voluntad de ganar y el temor a la derrota, la esperanza incluida, a ciertas costumbres tan viejas como la humanidad misma; a saber: el juego, el combate, el espectáculo, el instinto grupal, la sed de conquista”.