Por Javier Villacís
El fútbol es la representación moderna de las luchas tribales, de las batallas medievales, donde cada pueblo tenía su equipo selecto de guerreros. Ya no se derrama sangre, pero si está en juego, el orgullo, la dignidad, el alma y la autoestima de los países (si no, pregúntenle a un chileno); por lo tanto, resulta evidente que el Mundial es el máximo evento que la humanidad espera con ansias y esperanzas cada cuatro años.
Salvo raras excepciones, nuestros jóvenes seleccionados provienen de zonas marginales y la escasez ha sido su batalla cotidiana. Nos hemos enojado con Enner cuando le falta un centímetro para lograr un buen cabezazo o cuando se come un gol cantado, pero pocos se han puesto a pensar sobre sus precarias condiciones de vida, la mala alimentación que tuvo en su infancia, y que hasta tuvo que dormir en el Estadio Capwell, por falta de recursos. La reciente entrevista internacional de Moises Caicedo en la que cuenta fragmentos de su vida, solo se puede ver con lágrimas en los ojos, y así son todas las historias de nuestros seleccionados. Han salido desde el lodo, desde la pobreza más extrema, esforzándose en la única oportunidad que tienen para romper su realidad: el fútbol.
¿Qué les hemos dado nosotros a ellos?
¿Qué nos han dado ellos a nosotros? Orgullo, alegría, esperanza.
¿Qué les pedimos ahora?
Dos mil millones de personas los verán jugar el domingo, y gracias a que fueron dignos de estar entre los 32 mejores equipos del mundo, millones se enterarán de que existe el Ecuador. Es la selección más joven de todo el Mundial y la inversión en preparación que los respalda, no llega a ser ni el 5% de la que tienen países como Brasil, Argentina o Alemania.
En cada jugada estarán nuestras emociones y el orgullo de pertenecer a este hermoso lugar del mundo. Esta vez no les exigimos nada, es suficiente lo que han logrado, suficiente que sean tan valientes para que nos le tiemblen las rodillas cuando todo el planeta los observe.
Los millones de ecuatorianos que día con día debemos sobrevivir en este país sin esperanzas, y que tenemos pocas oportunidades de sonreír o emocionarnos por algo que nos unifique, el domingo, ganen o pierdan, seremos felices desde que los veamos cantando el Himno Nacional en la apertura del evento deportivo más grande de la Tierra.
¡Gracias muchachos, su humildad y espíritu de lucha nos representa como país y nos hace grandes!
Solo reciban nuestro respeto y nuestras oraciones, Dios estará con ustedes.