Tal vez mi afición por la Historia surge durante mi infancia cuando en el caserón de la calle Maruri 419, en Santiago de Chile, escuchaba los relatos de don Alfonso, inquilino que rentaba una pieza en el inmueble. Narrador innato de historias pasadas, a la hora de los crepúsculos de Maruri, don Alfonso caía en una suerte de trance y se adentraba en la opacidad de sus recuerdos guiado por una leve lucecilla de su memoria que titilaba sobre los aconteceres vividos. Ya en plena adolescencia, cuando se adolece de tantos saberes, me lancé en busca del tiempo perdido e inicié estudios de Historia en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, carrera abruptamente interrumpida por la dictadura pinochetista en septiembre de 1973, cuando las “autoridades universitarias” -militares que asaltaron la casa de estudios- decidieron mi expulsión de sus aulas por mi condición de militante comunista. En esos años convulsos dedicaba yo un par de horas diarias a la lectura historiográfica en la biblioteca de la Escuela, un vetusto edificio de estilo neoclásico, cercano a la pérgola de las rosas donde se tomaba el sol, calentaban exámenes y se murmuraban versos en la lectura silenciosa de un libro, mientras Nicanor Parra se paseaba con sus discípulos por los pastelones de una diagonal.
Allí conocí a Heródoto (de Halicarnaso), historiador y geógrafo de la antigua Grecia, que vivió entre 484 y 425 A.C., y que fuera el primero que dejó registro razonado y estructurado de acontecimientos y acciones humanas. En ese lugar discurríamos con Leonardo León, compañero de aula prematuramente sartreano, las vicisitudes de la historia a la luz de la sabiduría de Heródoto, considerado el padre de la historia. Junto a León, discípulos de Enzo Mella, aprendimos que el existencialismo es un humanismo y que el método del Materialismo Histórico es la herramienta para echar andar la historia al ritmo de la lucha de clases, su motor natural.
Enzo Mella, entrado el año de 1974, vino a Ecuador huyendo de la tenebrosa dictadura de Pinochet. Llegó en busca de refugio a Quito después de haber sido perseguido por el régimen militar que ensombreció su patria y fue acogido por la Pontificia Universidad Católica (PUCE). En esa casa académica contribuyó a la creación del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), un espacio de producción, de reflexión y de generación de pensamiento creado en el contexto de la reforma universitaria de la PUCE en la década de 1970. El maestro Mella, hizo aportes significativos a la consolidación del pensamiento crítico y humanista que posibilitan una mejor comprensión del presente desde el saber histórico como una praxis social, en esos términos lo evoca Fernando Tinajero en su artículo de revista Rocinante N 137. Otros de nuestros profesores de la Escuela de Historia, como Carlos Gissen, corrieron distinta suerte y fueron asesinados por la dictadura en campos de concentración luego de ser brutalmente torturados.
Ecuador de esos años palpitaba con otro ritmo histórico, buscando el “retorno” a una perdida e idealizada democracia, escrita su historiografía bajo la pluma y sapiencia de Jorge Núñez Sánchez, Enrique Ayala Mora y Juan Paz y Miño Cepeda, brillantes académicos y dilectos amigos que han guiado con la lucidez de sus estudios e investigaciones, nuestra práctica profesional en este país.
Los años no transcurren en vano y la historia se repite una vez como tragedia y otra como farsa, según la sabia sentencia del viejo Marx. Nuevas generaciones dan cuenta de aquello y develan por qué la historia, al fin de cuentas, resulta ser cíclica. Será, acaso, por la frágil memoria de los pueblos, porque esa es la ley de la vida o simplemente porque las causas contradictorias y profundas de la historia continúan siendo las mismas. Frente a esa singular dinámica, historiadores jóvenes como Valeria Coronel de la FLACSO, y Alejandro Ríos de la Universidad Central, queridos amigos y siempre lúcidos académicos del recambio generacional, toman la posta de la sabiduría de sus antecesores y a la luz del pensamiento social ecuatoriano, en su praxis intelectual y política, muestran el derrotero a seguir para cambiar el curso de los hechos que hacen historia en el país. Enhorabuena.