En la sociedad capitalista fútbol, política y negocios, suelen confundirse en una amalgama muy poco decorosa. No obstante, silenciada por cierta prensa deportiva que no sabe hablar de otra cosa que de bajas pasiones colectivas. Un periodismo de fanáticos con micrófono que, desde este domingo, nos abrumarán con la cantaleta repetitiva de siempre, como si el futbol fuera un deporte inocuo, sin vinculaciones con negocios escandalosos, geopolíticas bélicas e intereses privados desproporcionados.
Dos preguntas que el periodismo deportivo no se hace en estos momentos: ¿Es el fútbol un factor de unidad entre los pueblos del mundo? y ¿Qué sede eligieron los dirigentes de la FIFA para realizar el Campeonato Mundial del Fútbol 2022? La primera pregunta tiene una respuesta obvia: no, el fútbol no es un factor de unidad entre las naciones, precisamente por sus propias inequidades que divide a los países entre privilegiados y aquellos que no lo son, merced a ingentes recursos desplegados a la hora de invertir en jugadores, organizar campeonatos y distribuir premios. En ese sentido, el fútbol es el espejo del mundo, como bien dijo Eduardo Galeano.
La segunda pregunta tiene una respuesta más analítica y la formula el politólogo Atilio Borón quien, en una caracterización del Qatar, país denominado sede del Mundial 2022, señala que no es propiamente un país. Qatar carece de instituciones propias de un Estado y está regentado por una monarquía absoluta en manos de una dinastía familiar árabe, multimillonaria, que ostenta una fortuna de 350 mil millones de dólares en un territorio del Medio Oriente de solo 11 mil kilómetros cuadrados de superficie que tiene en el subsuelo el 30% de las reservas petroleras y de gas del mundo. La monarquía absoluta catarí ha impuesto en ese territorio el oscurantismo de la ley islámica que viola todos los derechos humanos imaginables, bajo un fundamentalismo religioso que impide la libertad de pensamiento, castiga las preferencias sexuales de la población y prohíbe la existencia de partidos políticos. En Qatar se paga con la vida transgredir el absolutismo religioso, la moral sexual y los privilegios económicos.
La dinastía catarí permite la sobreexplotación de la mano de obra de, al menos, dos millones de migrantes provenientes de países pobres como Filipinas o Bangladesh, cuyo destino está en manos de empleadores que les retienen sus pasaportes, castigan con la muerte sus denuncias de malos tratos como jornadas de trabajo de 15 horas los siete días de la semana y abusos sexuales y violaciones a las trabajadoras domésticas que laboran sin defensa de sindicatos que permanecen prohibidos en Qatar. El 15% de los habitantes, 250 mil propiamente oriundos de Qatar, ostentan un ingreso per cápita de 180 mil dólares y por ley no pagan impuestos.
En el ámbito político, Qatar tiene en su territorio la base norteamericana más grande del Medio Oriente, instalada allí con 12 mil soldados por el gobierno estadounidense, en 2003, antes y en la perspectiva de la invasión a Irak. En otras palabras, como señala Borón, Qatar es una gran base militar norteamericana puesta en el territorio de propiedad de una familia que lo domina todo.
En esa sede se jugará desde el próximo domingo el Campeonato Mundial de Fútbol Qatar 2022.
Otra gran pregunta que no se hace el periodismo deportivo: ¿Para qué sirve a Qatar ser la sede del Mundial? Sin duda, para darle mayor visibilidad en el mundo árabe y permitirle hacer grandes negocios. Por esa razón compró más de 50 asociaciones profesionales de fútbol e invirtió en estadios y hoteles la suma de 10 mil millones, y en la organización general del evento deportivo, alrededor de 220.000 millones de dólares.
La simbiosis existente entre fútbol, política y negocios hace tanto mal al deporte como a la propia cultura deportiva de los pueblos, que se ven desunidos y utilizados por el sistema como bufones de corte en la parafernalia de un evento mundial que tras su oropel pretende ocultar sus vergüenzas.