Por Juan Secaira V.
La rodilla se hace polvo; polvo olvidado entre las férulas y vendas y el orden en el encajonamiento de ella en la pierna, como en un rompecabezas ilusorio donde un objeto no encuentra puesto ni categoría.
No se trata de un descuido.
En el punto álgido, suelto un llanto desesperado. Tatiana llora conmigo.
La gente les tiene miedo a las lágrimas.
Todos son fuertes, dicen.
No hay cabida para lo distinto.
Rabia e incertidumbre.
Bajo los hombros, la extravagancia y la vulnerabilidad en un shock fugaz.
Los enigmas no resueltos se acumulan, aunque saben que las respuestas son escasas.
Lisa Bufano se rebeló en su cuerpo, en una metamorfosis desestabilizadora, propia, arriesgada, libre. La herramienta como parte del organismo para desplegar con ella, en ella, el movimiento, la plasticidad del instante. Lisa perdió una parte de sus piernas y los dedos de sus manos, debido a una infección, a los veintiún años. En su adolescencia fue gimnasta y bailarina y después varió su espacio en una danza desafiante y hermosa. Creó diferentes usos para sus prótesis, se atrevió para continuar en la vida erguida, terminante y delicada, como el paso del vuelo, como su reflejo.
Cambió su punto de equilibrio corporal, eso es una gran enseñanza. El arte modifica la existencia, las existencias, las dota de otros significados, o de ninguno. Justo en trances en los que se percibe el entramado de la indiferencia; mejor dicho, uno de tantos que envuelven los aprendizajes convertidos en travesía, en el lento y fugaz esperar de algo que no sucede.
Negar los hechos o vivirlos en el silencio, que más que cómplice se transforma en dictatorial descuido sin una memoria presente.
La desarticulación se desvanece en la fisonomía descuadrada, presa, prometida.

Lisa Bufano
Lisa Bufano parece bailar en un movimiento imposible y la expresión de su rostro esculpido en la cotidiana confianza y la mirada lanzada al horizonte como un lazo o una pértiga. Ella elaboró telas, construyó prótesis de las extremidades de insectos, de pájaros, de personajes literarios o de los que aparecían en sus sueños. En sus performances parecía volar, o permanecía estática, dormida, leve, se transportaba a un espacio lúdico y furioso, al itinerario del recorrido en el que las extremidades, el tronco, la cabeza convergen en una continuidad que sobrepasa y se inserta para no irse.
El predominio antes que el dominio; antes que la mirada peyorativa o la saturación sentimentaloide con tintes prejuiciosos y sumergidos en la aniquilación del individuo en defensa fanática de la nada, hay el argumento, la vida, la grandeza del arte en su origen.
El ocaso es nada más otro cofre lleno de sorpresas. No cabe asustarse.
La contemplación móvil, ágil, evoluciona mientras pasan las obras en el desfile de los poderes que realmente sirven.
Custodiar el estado de ánimo sería una tarea equívoca; mejor dejarlo brotar, salir, manifestarse en la dimensión que desee. No siempre estamos al ciento por ciento; esa cifra resulta utópica; el ideal mata la verdad; no la protege, la calumnia; no la alivia, la desencanta.
El combo de enfermedades cuya raíz es un mal mayor, cuyo origen permanece desconocido, me produce inmensos dolores. Conozco pacientes que no lo viven de la misma manera, y otros más álgidos en su estado. No hay un manual preciso ni exclusivo. El misterio también aboga por su presencia.
Voy en la silla de ruedas, con el apoyo de una de mis hijas; en el trayecto nos ceden el paso siete automóviles, una cifra récord de amabilidad hasta ahora; cuando llegamos a una esquina concurrida, un joven, de unos 16 años, se para y hace frenar a los carros, y pasamos, le agradecemos, nos hace un gesto y ya.
Nos acercamos a la Amazonas y en uno de los árboles de la zona se encuentra un hombre, insultando al aire y a su mala puntería, pues quiere bajar los frutos con desesperación. Cuando nos mira, se calla, nos saluda muy educado, pasamos y vuelve a insultar al árbol, a la vida, a su suerte.
Al regreso, le pido a mi hija que compre algo en la tienda, que yo la espero al otro lado porque es dificultoso llegar por la falta de rampas, ella corre a toda marcha y entra a la tienda, hasta tanto, por el costado derecho viene un hombre sin zapatos, alborotado, gritando y lanzando golpes a nadie. Su voz es poderosa y asusta a los transeúntes; yo me mantengo tranquilo. Mi hija sale de la tienda, pero el tráfico le impide ir a mi encuentro; pálida ve que un hombre se pone detrás de mí y empuja mi silla de ruedas. Ella piensa lo peor. Cuando cruza le presento a uno de los vecinos que antes trabajaba en el sector y que me ha reconocido. Él me trae hasta la casa, le agradezco y se va. Nos reímos del mal entendido, nos abrazamos. Ya no se oyen los gritos del hombre, solo el clamor y su extenuante aventura.
Contingencias que van tallando o talando la espina dorsal de la cotidianidad en el tiempo agudizado por la desintegrada integración de las partes con un todo que se desliga del núcleo en un resurgir suscitado por el andar en la penumbra, sabiendo que no existe el camino de regreso. Si lo hubiese, volvería los años en un rewind de la película de mi vida para encontrarme con mi hijo, dormido en la guardería, con la tranquilidad que permanece hasta hoy. Mas, ante el sonido y el encadenamiento de la coraza, el devenir y el pasado se refugian en una iconografía algo gris, integra, triste, focalizada en la transición hacia la fugacidad del apremio, de la virtud en el agotamiento, del ensueño en un único sueño.
Entonces la escritura desarma y acerca, agobia y acarrea, cicatriza y hiere; en el fondo intenta y por ello es necesaria para contar, no solo la impetuosidad de un mal, sino las direcciones que va tomando, las respuestas del entorno, el tenor de los hechos ante los demás, el reflejo de la página en la piel de los demás, el indicio que nos mantiene estables, tiritando ante la turbulencia del arrojo y del dolor.
El contra-aprendizaje, vital en muchos campos, para otorgar un nuevo sentido a la existencia. Reaprender, incluso desde lo orgánico, físico, corporal: volar con los pies alados, desequilibrarse asimilando y, a la vez, desmembrando el acto de convertir una rodilla turbulenta en mariposas o dagas para materializar las diarias pesadillas en cantos turbulentos e historias que también pueden ser, re-ser, crecer, amanecer, reamanecer, recrear, reseguir, con las ganas y el modo de cubrirlas, recubrirlas.
Hoy estoy vivo, en un estado disgregado; no radica el día a día en lo que carezco, también en la ausencia presente en el murmullo que estimula o deprime, en el color de los eventos, en la explosión y en el cansancio, en el remarcar y en el mirarse con los ojos de siempre, los que nos mueven diseccionando el estertor.