Corren buenos tiempos. Tiempos de desvaríos ideológicos, tiempos fabulosos para sacar tajada de desastres consentidos y catástrofes provocadas, dice la canción de Serrat. Corren buenos tiempos, buenos tiempos para la bandada de los que se amoldan a todo con tal que no les falte de nada. La defección a la orden del día, y de la noche que disimula las huidas y esconde las apariencias. Tiempos de inconsecuencias que ponen en tela de juicio la conducta humana.
¿Por qué será que resulta más denigrante la defección de las izquierdas que de la derecha? Será porque la derecha suele ser más consecuente con sus intereses, con sus principios y fines. Y para ello no hay que hacer nada extraordinario, acaso dejar pasar los tiempos, conservar las tradiciones.
Cuando un derechista defecciona hasta se ve bien, se volvió progresista se dice, en cambio cuando un zurdo traiciona es un escándalo. Será porque el militante de izquierda se prometió a sí mismo y nos prometió a todos, cambiar el mundo. Y la inacción se nota más que la acción, del mismo modo que una buena noticia no es noticia y una mala se difunde sola.
Ejemplos abundan. Acaso el más sonado es el de Lenin Moreno, -acolitado por un séquito de oportunistas-, quien comenzó su defección de las filas de la revolución ciudadana cuando fungía de funcionario de Naciones Unidas dedicado a promocionar derechos de personas con “capacidades especiales” o discapacitados. Y Moreno observó una especial capacidad para camuflar su verdadero matiz, cobrar el sueldo dorado de burócrata internacional, candidatizarse a la presidencia del país con los correístas y luego dar el golpe sorpresa, abandonando lo que le haya quedado de progresismo y engrosar filas con los neoliberales. Al menos -dirán algunos-, se pasó al otro bando con camas y petates; y entre los petates, un nutrido recetario fondomonetarista y una odiosa amargura anticorreísta.
Otros en cambio, por guardar apariencias, defeccionan manteniendo la militancia entre las izquierdas, pero actúan como si fueran de derechas. Esos son los imprescindibles. Porque confunden, simulan, se camuflan, son la quinta columna. Comienzan por hacer pequeñas concesiones políticas y terminan condecorando al enemigo post mortem. Son tanto o más innobles, porque pretenden guardar las trazas, y la mentira cuando se viste de verdad y se desnuda de traición suele ser más vergonzante. Las expresiones de esa vergüenza son diversas. Van desde votar, o abstenerse, a favor del contrincante político en la Asamblea Nacional, hasta disfrutar del caviar del exilio, sin que medie ninguna presión para hacerlo.
Hay un elemento de la defección digno de analizar: la convicción. ¿Un traidor actúa por convicción o por conveniencia? La convicción es la seguridad que tiene una persona de la verdad o certeza de lo que piensa o siente. La conveniencia tiene un sentido más utilitario, suele ser algo que conviene, resulta adecuado o útil para alguien. Y ese alguien emprende su acción por puro materialismo, en cambio el traidor convencido se ha rendido a una ideología que hasta ayer le resultaba contraria.
Pregunta para el examen final: ¿Cuál de ambos casos es más deplorable? Ambos, sin duda, porque en ambos está involucrada la ética -no como un deber ser moralista-, sino como una práctica concreta, objetiva. Y el hombre -y la mujer- no es lo que dice ser, sino lo que hace.
Resulta saludable revisar los ingredientes de la política -sobre todo de la criolla-, para tener claro de qué nos alimentamos en el país del desencuentro político. Y por qué se produce ese desencuentro, ese distanciamiento entre ecuatorianos. No ha de ser porque unos son buenos y otros malos. Acaso sea porque unos son consecuentes con los que piensan y sienten y no andan lloriqueando lastimeros incumplimientos y traiciones. Y para eso hay que pensar recio y sentir recio. Prestar oídos sordos a los cantos de sirenas.
Fidel, lider histórico de la Revolucion Cubana, dejó una lección digna de ser tomada en cuenta: «Los valores éticos son esenciales, sin valores éticos no hay valores revolucionarios. Yo he pensado mucho en el papel de la ética. ¿Cuál es la ética de un revolucionario? Todo pensamiento de un revolucionario comienza por un poco de ética, por un poco de valores que le inculcaron los padres, le inculcaron los maestros, él no nació con esas ideas; igual que no nació hablando, alguien le enseñó a hablar. La influencioa de la familia es también muy grande. Los valores pueden ser sembrados en el alma de los hombres, en la inteligencia y en el corazón de los seres humanos».
Siempre es sabio, también, escuchar a los artistas, tienen un singular sentido de la verdad. Unos versos salpicados en diversas canciones de Silvio Rodríguez, resultan verdades certeras: Al buen revolucionario solo lo mueve el amor…Que ningún intelectual debe ser asalariado del pensamiento oficial. Yo también quisiera suponer que la cobardía no existió…la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes. Este trovador cubano que viene luchando más que un día o un año, es imprescindible para estremecernos la conciencia con tanto brío, hasta encendernos el corazón.
También son estos buenos tiempos, que corren, para mantener la consecuencia y la dignidad.