Algunos le llamaron el Día de la Raza, otros, el Día de la Madre Patria, lo cierto es que una versión mistificadora de la conquista española se ha ido derrumbando progresivamente junto con la supuesta superioridad del hombre blanco europeo, y que camufló el verdadero carácter colonialista de un proceso avasallador, cuya esencia histórica fue la de haber aportado a los excedentes económicos que contribuyeron a la impoisición del capitalismo como modo de producción dominante, quedando con el estigma de su condición genocida.
Hasta hace poco en América Latina, el 12 de octubre se conmemoraba como el día en que habíamos sido descubiertos e incorporados al mundo civilizado. Se creía, absurdamente, que de no haber sido conquistados por los españoles hubiésemos permanecido en un estado de salvajismo, sobreviviendo como recolectores y cazadores. Así se escribió una historia falsa en la que se nos inculcó que el conquistador español nos permitió el acceso a la cultura superior, occidental y cristiana.
En esa especie de culebrón español las imágenes de Pedro de Valdivia en Chile, Francisco Pizarro en el Perú, Hernán Cortes en México, de Francisco de Orellana en Ecuador y de Cristóbal Colón, fueron elevadas a la condición de prohombres en nuestras naciones, atribuyéndoles un respeto acrítico. Durante generaciones fuimos educados -aleccionados- en la visión colonialista que exaltaba la presencia de estos presidiarios españoles que vinieron a purgar sus condenas como avasalladores en nombre y beneficio de la corona hispana. Como mercenarios de ultramar trajeron e impusieron a sangre y fuego un nuevo orden y anexaron nuestros territorios ancestrales al imperialismo europeo de entonces. Impusieron la Encomienda feudal como ejemplo de relación laboral y al Huasipungo como figura que consagraba la usurpación territorial al pueblo indígena.
Solo en el territorio de lo que hoy ocupa Chile, se ha establecido por diversos historiadores que en los primeros cincuenta años de conquista la población originaria establecida en el actual territorio chileno había descendido de un millón a solo quinientos mil habitantes en total, siendo los más afectados el pueblo picunche o mapuche del norte, junto a asentamientos quechuas y diaguitas, existentes en esa época.
Mas allá de quienes fallecieron producto de la resistencia armada o haber sido asesinados por las tropas españolas, además del contagio de enfermedades desconocidas y de las secuelas por la imposición de la esclavitud con que se explotaron los yacimientos mineros de América, cabe constatar que la llamada limpieza étnica costó al continente americano el exterminio de casi toda una generación.
El 12 de octubre permite evocar la brutalidad con que fue impuesto el régimen de explotación del trabajo antagónico a los ya existentes y propios de la ocupación inca y de la tradición mapuche. No obstante, los esfuerzos de Fray Bartolomé de Las Casas y las normas de la corona española que prohibían la esclavitud y que permitían que la población indígena estuviera obligada al pago de tributos, se fue creando la falsa imagen de que el indio era vago e improductivo, que no tenía hábitos de trabajo y que vivía como animal salvaje. Ese fue el paradigma ideológico para imponer el trabajo forzado, sin paga, canjeando explotación laboral precapitalista por protección feudal.
No en vano, Carlos Marx y Federico Engels sintetizaron en el capítulo primero del Manifiesto Comunista que “la colonización de América, el comercio colonial, la multiplicación de los medios de cambio y de mercancías, imprimieron un impulso hasta entonces desconocido al comercio, a la navegación, a la industria, y aseguraron, en consecuencia, un desarrollo rápido al elemento revolucionario de la sociedad feudal en decadencia”.
Posteriormente, gestores del pensamiento social ecuatoriano -Eugenio Espejo, Juan Montalvo, José Peralta, Agustín Cueva, Bolívar Echeverria, Alejandro Moreano y otros, junto a los historiadores Juan Paz y Miño y Jorge Núñez, fueron abriendo paso a nuevos horizontes de las luchas de los pueblos latinoamericanos y las derivaciones de la conquista de los pueblos de América por el Imperio Español y a una nueva comprensión objetivas del 12 de octubre.
Es una historia conocida, no una “leyenda negra” como se ha querido distorsionar a la denuncia antimperialista y neocolonialista. A dos cientos años de nuestra primera Independencia consolidada en la lucha armada del Pichicha, amerita reivindicar la urgencia de una segunda Independencia para hacer realidad el visionario ideario de Espejo y los próceres que hicieron del territorio ecuatoriano luz de América. Ese mismo territorio americano que Eduardo Galeano en Las Venas Abiertas de America Latina señala como: “Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta”.