Lo que ocurrió en Brasil el domingo anterior con el resultado electoral favorable a Luiz Inácio Lula Da Silva (48.4%) estaba previsto, aunque no en los términos cuantitativos que ocurrieron los resultados. La contienda electoral entre Jair Bolsonaro (43.2%) actual presidente de ultra derecha y Lula, candidato progresista, no hace más que reproducir la disputa que tiene lugar en los diversos países de la región latinoamericana por el poder, entre los sectores empresariales neoliberales y fuerzas populares que propugnan por un gobierno de carácter social. La lucha por el poder enfrenta a dos modelos de desarrollo diametralmente opuestos, cada uno con sus lógicas en la defensa de sus principios ideológicos, e intereses económicos y sociales.
No obstante, esta lógica que se da en un contexto donde las condiciones objetivas para el cambio social están dadas por el agotamiento de un modelo neoliberal que no ha dado respuesta a las urgentes cuestiones y requerimientos del pueblo brasilero, en la decisión final de los electores en Brasil influyeron factores subjetivos que pesan a la hora de tomar una decisión política.
Exacerbando dichos factores emocionales, la campaña de la derecha que apoya a Bolsonaro apeló al miedo popular al cambio, al anticomunismo, a los prejuicios sociales y a creencias religiosas profundamente arraigadas en un país, cuyo pueblo está habituado a expresiones emotivas canalizadas por la algarabía de un carnaval y su música, y el fútbol como factores alienantes que distraen a los ciudadanos de los reales problemas sociales.
Lo cierto es que Bolsonaro rompió la lógica superando lo que muchos creyeron sería el suyo un gobierno efímero, como tantos en América Latina, superando las expectativas en las encuestas duramente criticadas por haber subestimado el apoyo popular a líder conservador. Algunos encuestadores anunciaron hasta 15 puntos a favor de Lula, lo que no ocurrió en la práctica, y es probable que primara el factor subjetivo de toda encuesta o que los consultados ocultaran su verdadera intención de voto por desconfianza en los encuestadores, en ambos casos habría primado un elemento irracional. Analistas explican este desacierto de los encuestadores en la falta de objetividad y otros señalan que las encuestas no registraron la fuerza política del derechista Bolsonaro que se afirma como una tendencia más vigorosa de lo que se predecía en Brasil. Defensor de las dictaduras miliares brasileras de los años sesenta, el ex militar representa el neo fascismo carioca emergido de los fracasos del reformismo y del propio neoliberalismo.
El mapa electoral
El mapa electoral brasilero muestra un país dividido en dos mitades: un norte y noroeste que se inclinó por Lula Da Silva y un sur y sudeste que apoyo a Jair Bolsonaro. Al tenor de la campaña más polarizada de los últimos tiempos, los resultados muestran una dinámica similar a las elecciones del año 2018, cuando Lula vence en 14 estados y Bolsonaro en 12 más Brasilia, el distrito federal. El resto de votos fueron para la candidata del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), Simone Tebet, con un 4,18%. Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), consiguió un 3,05%.
EL noreste brasilero la región mas deprimida del país es el bastión del Partido de los Trabajadores en donde Lula da Silva consiguió una victoria incontestable en todos los estados del nordeste, entre Maranhao y Bahía donde Lula ganó con el 69,7% de los votos. En la región de Pauí, nordeste brasilero, Lula obtuvo su más alta votación, un 73,8%. el norte del país también dio el respaldo a Lula. Sin una ventaja tan holgada como en los estados del noreste, Lula también se impuso en todos los estados del norte (Amazonas, Pará y Amapá) excepto en Roraima, el estado más al norte de Brasil, y Acre (en Noroeste) donde Bolsonaro consiguió casi un 70% y un 62,5% respectivamente. Se trata de estados empobrecidos donde es tradicional el apoyo al Partido de los Trabajadores. Una zona de agricultores, mineros y ganaderos donde Bolsonaro argumentó en favor de la minería y la explotación de recursos amazónicos, cuestión que lo enfrentó a los ambientalistas. El estado de Amazonas, el más grande del país esta vez se inclinó por Lula y antes en el 2018 lo había hecho por Bolsonaro. Manaos es un caso singular porque votó por Bolsonaro siendo la región donde mayores estragos causó la pandemia. Solo se explica porque en esa región existe una fuerte militancia evangélica que apoyo al líder derechista. Bolsonaro exhibe un claro triunfo en el sur y sudeste del país, aunque Río Grande del Sur, el más al sur de Brasil, esté algo más dividido (48,89% de Bolsonaro contra un 42,28% de Lula)». La mayor victoria de Bolsonaro fue en el estado de Santa Catarina donde el candidato aventajó a Lula con un 62,21% frente a un 29,54%. Las regiones del sur y sudeste de Brasil concentran los estados más ricos y son tildados como más conservadores.
Analistas en Brasil estiman que Lula tiene un leve favoritismo para la segunda vuelta del 30 de octubre, porque llega por delante, pero la disputa está abierta. Minas Gerais es clave en el resultado final, no existe ningún candidato que haya sido presidente del país sin ganar en ese Estado. En esta primera vuelta, este estado decisivo eligió a Lula con un 48,29% de votos frente a un 43,6% de Bolsonaro.
De cara a la segunda vuelta, ambos candidatos requieren captar la votación de diez millones de electores que votaron por el resto de los candidatos en la primera vuelta. Cada cual deberá hacer propuestas mezcladas con ataque en los flancos más débiles del adversario, pero de manera concreta porque el elector carioca no gusta de que las elecciones sean solo una pelea sin propuestas. el candidato derechista esperas que se repita lo que tantas veces ocurre en América Latina que en primera vuelta se impone el progresismo y en segunda vuelta la derecha consigue captar a todos contra su oponente. El destino de los votos de los otros candidatos podría determinar el ganador de la segunda vuelta. Observadores estiman que Gomes no anunciará apoyo a ningún candidato y que Tebet está más inclinada a apoyar al expresidente Lula. No hay lugar a dudas de que Lula, ha regresado con fuerza a la primera plana política tras pasar 580 días en prisión por unas condenas que fueron finalmente revocadas por el Supremo Tribunal Federal en 2021. Pero tampoco quedan dudas, como señalan los observadores, de la fuerza del bolsonarismo en buena parte del electorado brasileño.
Hurgando más al fondo del tema, diremos que entre los factores subjetivos la campaña de la derecha echó mano a prejuicios populares religiosos, la superstición y el irracional temor al demonio, asociando a este personaje con el candidato opositor Lula Da Silva que se vio obligado a publicar en redes sociales que es cristiano y cree en Dios: “Lula no tiene pacto ni jamás conversó con el diablo”. En tanto, Bolsonaro recibió apoyo de masones y protestantes que constituyen el 30% del electorado y que esgrimieron argumentos exacerbando controversias religiosas por sobre los temas políticos.
El líder de la ultraderecha también acusó varias veces a Lula de pretender clausurar iglesias si recupera el poder, cuestión que fue desmentida en reiteradas ocasiones por parte del expresidente. No obstante, muchos pusieron en duda el lema “Dios, Patria, Familia” que ha adoptado Bolsonaro para la campaña presidencial y llegaron a asegurar que el presidente es en realidad “uno de los falsos mesías” de los que se advierte en la Biblia. Precisamente, Bolsonaro, luego del resultado electoral, acudió a una convención de iglesias evangélicas y, después, a una reunión de pastores de la iglesia Asamblea de Dios.
En definitiva, la lucha por el poder el Brasil pasa por el enfrentamiento entre los sectores progresistas y conservadores, con discursos a ratos alejados del análisis, crítica y propuesta sobre la situación política, estrategia que logró imponer la derecha en el debate a una izquierda que no consiguió articular un relato sobre la realidad nacional brasilera, caracterizada por la más extrema pobreza de millones de ciudadanos marginados en el país del balompié y de la samba.