No falta quienes dicen que la adolescencia es un mal necesario, que pasa pronto. Edad en la que dejamos de ser infantes y aun no somos adultos y adolecemos de tantas vicisitudes vitales. La edad de la iniciación a la que a nadie le está permitido decir que es la edad más hermosa de esta vida, como sentencia Paul Nizan. Son los días de un negro arcoíris, la entrada al mundo de los adultos en el que todo está dispuesto para no ser feliz. Tiempo de desdichas, cuando nadie se comide a mostrarnos el camino para evitar sufrimientos, más de los necesarios.
Diríamos que ningún joven, hombre y mujer, está exento de recorrer los caminos de Demian, antihéroe de la novela homónima de Hermann Hesse, obra que relata en primera persona el paso de la niñez a la madurez del personaje principal, Emile Sinclair, infante abrumado por los cambios de su adolescencia, que abandona un mundo de ensueño, -que él define como un “mundo de luz”-, merced de una mentira que lo conduce a ampliar su visión del mundo de la mano de Max Demian, su amigo que lo introduce en un “mundo oscuro”, por los senderos de la reflexión que destruye paradigmas que lo acechaban, adolescente que no se cansará de buscar las respuestas y enigmas a vencer para alcanzar el conocimiento pleno de sí mismo. En esa tentativa, no solo habrá que moverse dentro del ámbito claro, bello y ordenado de la vida, sino que también es preciso atravesar al lado oscuro, feo y caótico de la “sombra”, como diría Carl Jung, espacio que está lleno de miedos y remordimiento, alejándonos de la felicidad y protección que usualmente ostentamos en la infancia.
Hermann Hesse en su obra llama a destruir los pilares paternales, para ser finalmente nosotros mismos. Demian es lo que en la historia de la literatura se denomina una novela de formación, y ello porque su cometido es la evolución espiritual de un adolescente recorriendo y atravesando los difíciles años de su crecimiento. Publicada en 1919, concluida la Primera guerra mundial, Demian fue escrita durante el conflicto bélico como corolario de una profunda crisis existencial de Hesse, que habría de llevarlo a efectuar un giro en su progresión como escritor y en el recorrido de su camino estrictamente humano. No exenta de reminiscencias de las propias reflexiones de Hesse acerca de su atormentada juventud, la novela revela un tiempo de búsquedas, pesadumbres y sufrimientos que el autor confiesa haber hecho conciencia décadas luego de ser publicada.
La novela retrotrae al espíritu de una época y sus influjos culturales, signados por resonancias de una guerra que alcanzan el nihilismo de Nietzsche y el psicoanálisis de Jung, en acentos apocalípticos. La obra transcurre, de principio a fin, una trama entre el bien y el mal y muestra valores e inquietudes adolescentes, de una juventud que busca aceptación y su propia búsqueda de opciones que no necesariamente les redime.
¡Qué difícil es referirse a los jóvenes, hablarles en su propio idioma sin caer en moralismos intrascendentes, en fatuos consejos que no hay que seguir! Y qué complejo es ese rol paternalista con el que pretendemos conducir a nuestros hijos, a través de su desarrollo como individuos y la rebelión frente a la sociedad.
En días negados para la existencia de oportunidades juveniles, Demian es un libro imperativo, y la mejor oportunidad de que ellas y ellos, adolescentes, descubran su propio periplo de vida. Demian es un obsequio eternamente oportuno para esa juventud que quiera profundizar sobre sí misma, cuestionarse y descubrirse: “El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El dios se llama Abraxas”. Esa, y no otra, es la sentencia de Demian.
Un acierto editorial de la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura, de Casa Égüez, reedición plena de atinado criterio literario que a unos nos devolverá la reminiscencia de los años verdes, y a otros obviará el designio de días oscuros.