Por Lucrecia Maldonado
El Secretario de Seguridad, Diego Ordóñez, y algunos miembros de la cúpula de la Policía
Nacional se lamentan diciendo que no por un mal elemento va a pagar el buen nombre de
toda la institución. Y no sé a ustedes, pero en medio de la indignación a mí me da risa. ¿Es
en serio? ¿UN mal elemento? En el pasado mes de abril, una de las más escalofriantes
noticias vividas en este año fue aquella de ese otro ‘mal elemento’ (dos, y contando) del
mismo cuerpo que contrató un par de sicarios para disparar contra su ex pareja y la bebé de
ambos, y así evitarse el pago de la pensión alimenticia. La bebé de siete meses murió en el
acto. No sé qué dijeron ahí, pero por lo menos lo detuvieron, aunque a la fecha se ignora su
destino en el país donde todo (lo malo) puede suceder.
Otro grupo de esos ‘malos elementos’ se dedicaba al tráfico de armas, hecho que se
descubrió en mayo de este mismo año, tan solo un mes después del crimen consignado en
el párrafo anterior, y en agosto se detuvo a dos policías involucrados en el delito de
narcotráfico. En el mismo mes, ‘malos elementos’ fueron detenidos por su participación en
un asesinato con robo en la ciudad de Cuenca. Y en septiembre otro par de esos mismos
‘malos elementos’ fue detenido por un asalto en Guayaquil.
El mismo Ministerio de Gobierno, en su portal web, informa de 322 policías desvinculados
de sus cargos por el cometimiento de diversos tipos de delitos. Hablan de una ‘depuración
dura pero necesaria’. Y el portal Primicias informa de 108 efectivos procesados penalmente
por diversos motivos.
La ‘cereza del pastel’ ha sido colocada en este mes con la desaparición de la joven
abogada, madre de un niño, María Belén Bernal Otavalo en el interior de un recinto policial,
nada menos que la Escuela Superior de Policía ubicada en Pusuquí, en las afueras de
Quito. Este hecho se produce aparentemente a manos del oficial de policía que fungía de
pareja de la joven profesional, el teniente Germán Cáceres. pero no solamente eso, sino
que además se produce en medio de una extraña ‘celebración’ en el interior de la Escuela,
en donde aparentemente se bailaba, se bebía alcohol y hasta se perpetraba un acto de
infidelidad contra la persona desaparecida. Treinta y cinco cadetes son testigos casuales
del hecho, todos escucharon gritos de auxilio ante un inminente asesinato, pero nadie hizo
nada para evitarlo en el momento.
Por una simple operación aritmética podemos ver que los ‘malos elementos’ sobrepasan los
400 efectivos. Y eso por no recordar casos como el de los hermanos Restrepo, en donde
por más de treinta años se han ocultado evidencias, fraguado mentiras y protegido a reos y
reas por ese mal entendido ‘espíritu de cuerpo’ que tal vez defiende a individuos aislados
pero hace muchísimo daño a la institución.
Se podría mencionar también el 30 S de hace doce años, fecha en que, digan lo que digan,
fueron utilizados con el propósito de cometer un magnicidio que se frustró gracias a la
acción oportuna de otro sector de las fuerzas del orden, o recordar la saña con la que
atacaron a manifestantes indefensos de las dos últimas importantes movilizaciones de
octubre de 2019 y junio de 2022, así como la falta de preparación y de valor que se constata
en un video en el que un policía sale corriendo sin ningún protocolo ante un asalto en el
sector del parque de la Carolina.
Cada vez se evidencia más que no es, como ha dicho Ordóñez, ‘un’ mal elemento, sino que
hay una corrupción estructural dentro de la institución que le quita toda idoneidad para
cumplir con sus supuestas funciones en el contexto de la sociedad. También se evidencia
que la policía está al servicio del poder actual y no de la población, y quizá lo hace a cambio
de esas irrestrictas defensas, incluso un poco absurdas, que sus autoridades hacen de ella.
Pero hay otra circunstancia, todavía peor: está institución es la ‘mimada’ de los actuales
poderes fácticos porque se encarga precisamente de salvaguardar su ilegitimidad y de
ayudarles en la legitimación de su codicia a través de la represión, para lo cual ha sido
dotada de todo (juguetes nuevos, trajes de robocop, universidad, excusas, perdones y
prebendas) menos de ética profesional y valores humanos y sociales. Se saben impunes,
se creen indispensables, juran que están más allá del bien y del mal y así andan por todas
partes, haciendo de las suyas, dados cuerda, como macabros muñecos en una cruel y
perturbadora película de terror.